No bastándole a la sociedad patriarcal y machista en la que vivimos, agredir a las mujeres dentro de sus hogares y trabajos; las mujeres que incursionan en el ámbito político también deben lidiar con este flagelo.
Por lo general son hombres los que cometen este tipo de violencia, aunque no se puede negar que alguna que otra mujer se puede unir a la jauría agresora, sin embargo; son ellos quienes se regodean hasta el hartazgo en atacarlas.
Las mujeres que suelen atacar a otras en el ámbito político lo hacen incentivadas por los ataques de los “machazos” quienes como es costumbre en un sistema patriarcal, actúan en manada, acuerpados por otros.
A la mujer valiente que se sale del canasto hogareño en donde el hombre le construyó un pedestal para que crea que ése es el único nicho en el que debe permanecer estática y “calladita más bonita”, cuando decide que es hora de cambiar el rumbo de la historia se les ataca unas veces sí y otras también.
A la mujer política se le rechaza por toda clase de motivos: por ser muy jóvenes, por estar muy viejas, por tener poco dinero, por ser inteligentes, tener facilidad de palabra, haber sido víctima de violencia doméstica, por no tener estudios o por tener muchos; por no compartir el credo religioso de la mayoría o por ser ateas. Todo esto para optar por un puesto de elección popular, aunque a los hombres la sociedad le aplauden hasta la ovación todas estas mismas características y situaciones como si de sacrificados héroes se tratara.
Según los agresores las condiciones arriba mencionadas convierten a las mujeres en personas manipulables, útiles solamente para pasar a rellenar el porcentaje de paridad de género instaurado por el TSE.
Mientras la mujer inteligente, activa, con iniciativa y llena de fuerza opta por participar dentro de cualquier partido que usted se imagine; se le considerará indispensable y un diamante en bruto siempre y cuando pueda rellenar puestos: le tenderán alfombras rojas de bienvenida a su paso; tendrá todos los micrófonos apuntados hacia ella para ser escuchada y hasta valorada. Todo comienza a cambiar cuando ya no la necesitan, cuando ya se rellenó el espacio. Ahí el machismo aflora por doquier y la mujer otrora útil, se convierte en un estorbo, una paria a la que urge ignorar, silenciar, ningunear, pero sobre todo convertir en víctima de escarnio, escrutinio y objeto de investigación microscópica para demostrar que fue “un error” haberla tomado en cuenta.
A las mujeres políticas se les exige que trabajen el doble, pero se les otorga las migajas de lo que queda después de repartirse el botín político de puestos que fueron ocupados históricamente por varones.
No vaya usted a creer que la tan cacareada paridad de género se convierte per se en una herramienta contra la discriminación hacia el sexo femenino, ¡no señores y señoras, para nada! Aunque no se puede negar que es un excelente logro, existe una lucha diaria velada, minuto a minuto, segundo a segundo; un gran secreto a voces para que aquellas mujeres a los que algunos varones no consideran “sus pares”, den la talla que esos hombres imponen.
Para ser honestos, ya cuando una mujer es etiquetada con la letra escarlata del menosprecio y catalogada al nivel más bajo de la cúpula política, la convierten en el hazmerreír de su partido, en una loba solitaria que debe defenderse con uñas y dientes para demostrar de lo que es capaz.
Aunque el panorama parece sombrío, no lo es del todo: ya muchas mujeres se dieron cuenta de cuánto están siendo utilizadas y vilipendiadas en todos sus derechos y han sacado el arma más temible en contra de sus agresores, la criptonita de los supermachos: la sororidad.
Entre unión, lealtad y cariño demuestren las mujeres unas con las otras y más denuncien estos bochornosos actos, las mujeres víctimas de violencia política que también están padeciendo en silencio creyendo que solamente les está sucediendo a ellas; los agresores no tienen escapatoria: sus días como dueños y señores del campo político han llegado a su fin.
Las mujeres no tienen por qué soportar gritos, burlas, discriminación,imposiciones y atropellos de cualquier índole solamente por ser mujeres y caerles mal al machista y agresor de turno; aunque claro está: como nunca falta un roto para un descosido, entre ellos se reconocen fácilmente y evitarán a toda costa que su enemigo imaginario en común, la mujer; llegue hasta donde el nivel de frustraciones de ellos no lo ha logrado.
¡Únanse mujeres costarricenses de todas las tendencias políticas existentes y por venir en esta guerra no declarada y sin cuartel contra nuestro género! No esperen a que pasen las elecciones para tomar cartas en el asunto, dejen de guardar las agresiones bajo la sucia alfombra de la iniquidad protegiendo a agresores que cada día se hacen más fuertes en detrimento de su salud física y mental. Estos no son los gobernantes que necesitamos.
Al exponerlos, nuestra sociedad y democracia saldrán victoriosas y limpias de las artimañas y zancadillas que están sufriendo muchas mujeres en la política costarricense simple y sencillamente por querer hacer las cosas diferentes, limpias y no con los artilugios a los que hombres llenos de mala testosterona y vacíos de ideas y valor quieren imponerles a como dé lugar.
No tengan vergüenza de hablar, de expresarse, de demostrar lo inteligentes y valientes que son; expónganlos y verán que no tanto por remordimiento de conciencia sino para guardar las apariencias y lograr llegar a los puestos que tanto les incomoda que las mujeres ostenten; tendrán que aceptar que ustedes son iguales y en su mayor parte, muy superiores a los que en sus cuadrados cerebros se han creído ser los dueños y señores de la jungla política.
Sean lobas, acuérpense, recuerden que una gota de agua hace hueco en una piedra. NO cejen en esta lucha, celebren cada batalla ganada porque la guerra será larga y extenuante, sin embargo, al final; lograrán ganarla y podrán transformar esta sociedad en lo que tanto han anhelado y por lo cual han derramado tantas lágrimas las mujeres que vieron frustrados sus sueños políticos: una sociedad justa, equilibrada y merecedora de las mejores mentes femeninas que constituyen la mitad de la población costarricense.
No duden de sus capacidades, ustedes pueden, no tengan ninguna duda sobre ello. Sus antecesoras lo saben y desde donde sea que se encuentran, aun vivas o en el recuerdo de guerras pasadas; ahí están con ojos vidriosos, orgullosas de ver hasta dónde han llegado y hasta dónde pueden llegar; colocándoles bandas municipales, de regidoras, síndicas, presidentas y diputadas.
No tengan ya más miedo, separadas son débiles, juntas son invencibles; eso es por lo que se aterrorizan: la sola idea de que estemos aquí, en pie de guerra y listas para continuar ya sin miedo, conocedoras de lo que son capaces y están logrando.
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