De acuerdo con un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidas, el 30% de la población mundial no tiene acceso a servicios de agua potable. En Costa Rica, ese número se calcula en alrededor de un 10% de la población; un número relativamente pequeño que, sin embargo, no representa un dato menor. Al menos, no debería parecernos un dato menor.
Se calcula que para el año 2050 el agua será más escasa que hoy y el acceso al agua potable disminuirá. ¿Qué se hace hoy para enfrentar ese problema o atenuar sus efectos? ¿Se han realmente considerado los efectos de esa escasez anunciada? ¿Qué podemos hacer para garantizar una distribución eficiente del agua, que alcance a todos los sectores de la población?
En marzo de este año conversé en La Telaraña sobre este tema, con el músico Jaime Gamboa y la antropóloga Andrea Ballestero: autora del libro Una historia futura del agua (2019), que señala cómo la diferencia entre el agua como mercancía y como derecho humano redefine el futuro de nuestra vida colectiva. Esto complementa una idea planteada por otros científicos: el nivel de desarrollo de una sociedad puede medirse mediante su dominio y valoración del agua.
Por otra parte, la carrera de Jaime, tanto musical como literaria, le ha permitido considerar con frecuencia las posibilidades del arte como herramienta de cambio social. Esto se percibe en una de las canciones que escuchamos durante la grabación del programa, interpretada por el grupo Malpaís y compuesta por Jaime, bajo el título sugerente de El agua que no bebí.
El estribillo de esa canción supone una valiosa reflexión: “El agua que no bebí / y que nadie ha de beber, / ¿cómo dejarla correr, si es la vida que se escapa? / Es futuro que se va, y lo dicho está mal dicho: / agua que no has de beber / nunca la dejes correr”. Hace algunas décadas, nos enseñaban en la escuela que el agua era un recurso inagotable. Esta canción señala que es necesario cambiar las formas en las que hemos entendido, hasta hace muy poco, el vital líquido.
Pensar el futuro del agua no solamente significa referirse al recurso hídrico y a la preservación y distribución del agua, sino también a la contemplación, la calma y la poesía. Supone considerar las formas en que el espacio social se expande hacia lo subterráneo y crear los mecanismos necesarios para alcanzar una sociedad más armoniosa y solidaria. Suena un poco a utopía y tal vez lo sea. Una por la que vale la pena esforzarse.
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