En Costa Rica, los desabastecimientos de medicamentos son cada vez más frecuentes.

Ya lo eran antes de la pandemia, pero su desaparición de los estantes de las farmacias, al menos en el área de la psiquiatría, son parte de los retos constantes que los clínicos nos vemos obligados a enfrentar. Las calamidades y angustias a las que se enfrentan los pacientes y sus familiares ante estos escenarios los obligan a hacer malabares de todos los tipos imaginables: correr a comprar la última caja disponible a muchos kilómetros de su vivienda, mandar a traerlo de algún país vecino o lejano, cambiar la marca del producto o incluso pasarse a otra molécula, en ocasiones sin consultarlo con su médico tratante.

Lo anterior, como es de esperarse, plantea una serie de riesgos palpables, como el empleo de otros tratamientos con potenciales efectos adversos o interacciones con otros medicamentos (conocidos como interacciones farmacológicas), uso de productos falsificados, aplicación de genéricos sin control de calidad y las consecuentes descompensaciones, pago de sobreprecios por encima de los ya elevados costos en nuestro país, entre otros.

Ante esta realidad, conviene entonces plantearse si existe algún sentido de oportunidad para enfrentarla. A continuación, desgloso al menos tres consideraciones, no exclusivas, que se derivan de estas experiencias.

1. Se facilita diferenciar los efectos clínicos entre las distintas marcas de medicamentos.

Los cambios de productos a los que los pacientes se ven obligados a recurrir bajo estas circunstancias y las consecuentes avalanchas de consultas que recibimos los clínicos sobre qué hacer con un efecto secundario determinado o la intensificación del malestar de fondo (digamos, más ansiedad o sintomatología depresiva), nos brinda un panorama clarísimo de los resultados terapéuticos y de los efectos secundarios de los medicamentos de cada marca. Es nuestro deber seguirle la pista a este detalle y no asumir “que todos son iguales”.

Durante la visita médica, es usual que se intente vender la idea de que tal o cual producto es “equivalente”, o, en términos técnicos, bioequivalente al fármaco original. Esto significa que existen estudios, normalmente en grupos pequeños de pacientes, que indican que las curvas de concentraciones sanguíneas de una copia de la molécula original tienen un comportamiento muy similar a este último. Esto, aunque es un mayor parámetro de seguridad para pensar en utilizar estas moléculas con respecto a las que carecen de estas evaluaciones, bajo ninguna circunstancia garantiza el mismo efecto del medicamento, lo que precisamente hemos constatado durante estos eventos.

¿Cuál es el valor de esto? Que los clínicos podemos identificar cuáles son los productos con mejor efectividad y menor tendencia a presentar efectos adversos. Definir la molécula específica que tomará un paciente es un acto médico que únicamente debe de llevarse a cabo durante una discusión en el consultorio, considerando la historia clínica y la valoración médica, y nunca, por motivo alguno, como por desgracia cada vez es más frecuente, cuando un dependiente de una farmacia invita al paciente a cambiar la marca de la prescripción por presión o directriz de la cadena para la cual trabaja.

2. La legislación sobre medicamentos tiene el deber de replantear las responsabilidades de las compañías farmacéuticas con la población.

Aquí le dejo una tarea bonita al diputado o diputada que se quiera poner una flor en el ojal: en investigación, toda empresa o patrocinador de estudios clínicos tiene una serie de responsabilidades con los sujetos participantes. La Ley 9234 en su capítulo IV, en su artículo 28, plantea que estas personas tienen derecho a recibir el tratamiento correspondiente (en ese escenario de forma gratuita) luego de finalizada la intervención.

Es mi firme convicción que, durante el periodo de comercialización, también considerados como la fase IV del estudio, una compañía farmacéutica, luego de que un paciente le ha depositado su confianza y ha estabilizado su condición de fondo, y después de haber lucrado con ventas usualmente millonarias, tiene una responsabilidad ética y moral de mantener la suplencia de estos medicamentos, independientemente de que su periodo de comercialización ya no resulte tan atractivo -entiéndase, no tan lucrativo como al inicio-, de lo poco llamativa que resulta la región centroamericana para estas empresas y de que sus esfuerzos u objetivos estén puestos en otras moléculas más innovadoras.

¿Cuál es la sugerencia aquí señores y señoras de la Asamblea Legislativa? Que toda empresa que comercializa productos en nuestro país deba adquirir el compromiso, so pena de sanciones, de mantener la suplencia de medicamentos de forma planificada y estructurada. No se vale, como ya hemos visto, que de un día para otro se cierran operaciones y los pacientes quedan desamparados. Tampoco, como es usual, que se delegue la responsabilidad en un tercero, es decir, en otra empresa que asumirá la distribución de ahí en adelante, porque usualmente no se trabaja con la misma eficiencia, no se conoce la molécula de la misma manera, la transición no suele ser inmediata, y esto lo termina pagando la persona que recibe el medicamento. Señoras y señores, ¿quién está levantando la mano por ellos?

3. Los médicos podemos reevaluar la condición de nuestros pacientes e identificar si los fármacos siguen siendo necesarios.

Esta es una pregunta que tenemos la obligación de hacernos en cada cita, basándonos en una balanza riesgo-beneficio. En salud mental, con mucha frecuencia, luego de modificaciones conductuales, trabajo terapéutico y según los recursos de cada quien, es posible la suspensión de fármacos bajo supervisión médica, en muchas ocasiones con resultados favorables para los pacientes.

Procedamos entonces a revisar, con más detalle, si el fármaco sigue siendo importante para la estabilidad del paciente. Si los recursos emocionales y fisiológicos existen, sigamos entonces adelante con la suspensión del medicamento en cuestión.

El trabajo y la responsabilidad sobre estos temas recae sobre distintos actores: los profesionales de la salud, las compañías farmacéuticas y, por supuesto, el Primer Poder de la República. Hay mucho trabajo por hacer. La salud la asumimos -y la pagamos- todos nosotros, sin excepción. ¡Echemos pues mano a la obra!

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