¿Trabajamos mucho o poco? De manera reiterada, Costa Rica aparece clasificado como los países donde su fuerza laboral trabaja más horas por año. El análisis del trabajo debe hacerse no en función al tiempo que se le dedica sino al impacto que produce.

El trabajo intelectual que se realizaba antes de la era informática producía un impacto “X”. En la actual era informática, con las computadoras y los teléfonos inteligentes, con la Internet y las herramientas digitales, nuestra productividad ha aumentado quizás 20, 50, 100 o más veces. Es importante saber para quién crea valor esa productividad pues en eso consiste el impacto.

Llama la atención que ese aumento exponencial en productividad no necesariamente se ha visto representado en el ingreso que se recibe por realizar ese trabajo. ¿Genera impacto nuestro trabajo? Habría que analizar si estamos creando valor y para quién, si ese valor es monetizable, y quién se está quedando con esas rentas.

Un ejemplo muy claro: imaginemos que las cientos horas que dedicamos cada año al uso de redes sociales son trabajo. Podemos ser productivos y crear valor e impactar a muchas personas a través de ese uso. Pero quien monetiza es la empresa dueña de la plataforma digital, que lucra billones de dólares a través de nuestro arduo, intenso, apasionado y entretenido trabajo.

Pensemos entonces en el ecosistema de valor de la gestión de impacto, visualizado así:

Espíritu emprendedor – Propósito – Narrativa – Eficacia – Impacto – Liderazgo

Para la gestión de impacto, lo primero que necesitamos activar es nuestro espíritu emprendedor. Esto no significa ser empresario ni tener un emprendimiento. Significa tener voluntad y destreza para hacer diferentes cosas, por ejemplo, prepararnos el desayuno. Ese espíritu emprendedor lo tenemos todos los seres humanos, aunque no todos estamos conectados con el alto potencial que representa. Es el mismo espíritu emprendedor que tiene la gran empresaria que logró crear una empresa transnacional multimillonaria.

Lo segundo es cultivar un sentido de propósito alineado con nuestras múltiples dimensiones – física, mental, emocional, espiritual, energética, ancestral – que dispare de forma continua y sin esfuerzo nuestras chispas y nos estimule a crear hábitos de bienestar. Eso le da significado a lo que hacemos. Ninguna persona es exitosa sin que su vida y obra tengan sentido de propósito.

Tercero, necesitamos una narrativa que nos permita entender para qué emprendemos una tarea o acción. Para qué vamos al mercado. Para qué leemos un libro. Para qué nos levantamos de la cama en la mañana. Para qué practicamos el instrumento musical. Para qué estudiamos. Esa narrativa puede ser diferente cada día para cada actividad, siempre que esté vinculada al sentido de propósito.

Cuarto, debemos cultivar la eficacia, que es hacer bien lo correcto. Ahí se involucra desde la ética hasta la nobleza, pasando por la sensibilidad y la prosperidad, que es una actitud colectiva de optimismo. En el ejemplo anterior sobre el espíritu emprendedor de preparar el desayuno, la eficacia se mide en si logramos alimentarnos de manera nutritiva y además dejamos la cocina y utensilios listos para la próxima comida.

Esta forma de construir nuestro templo sagrado de lo que elegimos emprender, creando hábitos para ser eficaces, es la manera de gestionar el impacto que provocamos para nosotros mismos y nuestra salud, para nuestra familia y comunidad, para el mayor bienestar ciudadano y de la biósfera. Toda persona célebre por su obra de impacto describe una gestión similar a este ecosistema.

Operar de esa manera aumenta la probabilidad de que nuestras acciones produzcan impacto. En este ecosistema descansa la cantera del liderazgo. Si se analiza con detenimiento, se verá que también es útil para la gestión pública. Puede convertirse en una buena herramienta para determinar la productividad y el impacto que genera la acción de un gobierno o de un servidor público.

Lo mejor que nos podría pasar es que la gestión de impacto de toda persona en la función pública transformara su trabajo en un impacto varios órdenes de magnitud mayor y que ese valor creado pudiera ser recibido por la ciudadanía. Lo peor que nos podría pasar es que no se trabaje, o que no se cree valor, o que ese valor lo acapare alguien de manera privada.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.