Este 15 de setiembre cumple años la república costarricense. Habrá quienes la encuentren vieja y maltrecha, otros que la perciban floreciente y vibrante. ¿De qué depende ver el vaso medio lleno o medio vacío cuando al estado actual de Costa Rica se refiere?
Podría ser que se hubiera formado en el país una amplia clase de ciudadanos desesperanzados. Este no es un fenómeno exclusivo de nuestro país. Semejantes cuotas de votantes y abstencionistas han dado pie a elecciones tan disruptivas como el Brexit para retirar al Reino Unido de la Unión Europea, o la elección de Donald Trump en Estados Unidos.
Vamos un poco más allá: pese a la proliferación de autocracias —ese régimen político donde una sola persona gobierna sin límites, controles, oposición ni contrapesos— y pese al pulular del populismo, la pandemia cívica que ataca al planeta es de desesperanza.
No es para menos: nos encontramos en un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo (VICA) en el que convergen múltiples crisis: climática, de biodiversidad, energética, económica, política. Sobre esta última, la pobreza en la calidad de liderazgos y la escasez de narrativas visionarias que entusiasmen y convoquen a una nación a emprender un recorrido conjunto hacia la prosperidad inclusiva, sostenible y duradera están pasando una costosa factura en el desarrollo de los pueblos. La falta de productividad de las naciones provoca el colapso de las democracias.
Costa Rica es un país singular por las condiciones de vida que ofrece a sus habitantes humanos y demás formas de vida. Es un privilegio poco comparable con otros estados del mundo el haber nacido, crecido o migrado aquí. El país de hoy es el resultado del diseño y eficacia de las políticas públicas del pasado y del carácter de la persona costarricense.
Conviene hacer un inventario de lo que anda bien en el país. Es cuestión de gustos y de necesidades particulares, pero entre todos podríamos levantar una nutrida lista de aquello que nos distingue, nos beneficia, nos enriquece. Reconozcamos el éxito que hemos producido por diseño. Reconectemos con la responsabilidad de robustecer las capacidades del país para aumentar su bienestar.
Debemos articular el vínculo entre productividad y territorialidad. Las estructuras distantes y distintas del Poder Ejecutivo tienen alto potencial de gobernanza eficaz en los diferentes territorios: los diputados en sus provincias, los alcaldes en sus cantones, los síndicos en sus distritos, los voluntarios de asociaciones comunales de desarrollo y de administración de acueductos en sus comunidades y barrios, las personas jefas de hogar en cada casa del territorio nacional.
Retomemos el propósito de imaginar, idear, co-crear un escenario futuro en el que quepa toda la nación costarricense. Desarrollemos capacidades para una más eficaz gestión de acuerdos que le permita a las personas organizadas en los territorios transformar escenarios de crisis o de conflicto en escenarios de oportunidad y prosperidad. Apalanquemos los esfuerzos que ya realizan y dotemos de destrezas a miles de emprendedores sociales voluntarios que ya crean inmenso valor para sus comunidades, para que aumenten el impacto de sus gestiones.
La institucionalidad ha funcionado bien. Puede funcionar mejor. Esa mejoría requiere del compromiso y de los esfuerzos responsables de una masa crítica de ciudadanía. Reagrupémonos.
Recordemos el dictado del himno nacional, cuya letra original de José María Zeledón desde 1903 refleja una cultura de paz medio siglo antes de que nos transformáramos en un estado desmilitarizado. A ritmo de marcha, esa narrativa nacional describe a un pueblo trabajador y humilde. También, lanza a los cuatro vientos la advertencia de su carácter bravío, dispuesto a cambiar sus herramientas de trabajo por armas cuando requiera defenderse. El enemigo es la desesperanza. ¡Duro con ella!
¡Que siga valiendo la pena vivir en Costa Rica!
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