Parafraseando un artículo que salió en La Nación el 1 de julio del presente año, me motivé a escribir lo que hace tantos meses me tiene asombrada.
Tengo la sensación de que estamos ante una especie de remolino en el cual el Gobierno lleva la rueda, lo sigue la Asamblea Legislativa, de ahí pasa al pueblo enojado y ampliamente frustrado, filtrándose con mucha fuerza en los adolescentes quienes al encontrarse en proceso de identificación son flancos fáciles para que continúen esta cadena de odio y venganza.
En primer lugar me asombra las noticias de estudiantes que no sólo se pelean dentro de las aulas en el colegio, sino que el uso de armas cortantes y drogas que se les han decomisado ya, son parte de sus atuendos y loncheras según datos de los periódicos.
Desafortunadamente esta epidemia va en aumento, pues es un hecho que el muchacho (a) que sobresale por este tipo de acciones, por su rebeldía, por su mala conducta y por sus actos delictivos en general, se han vuelto los alumnos admirados (¿líderes?) por sus compañeros.
¿Cuál es la razón por la cual se admiran y hasta se imitan? El adolescente que no puede sobresalir en su grupo social por sus logros y buen desempeño, antes de pasar inadvertidos o invisivilizados, optan por imitar e identificarse con lo negativo para así llamar la atención y ser admirados, aunque fuera “por lo malo”, o sea, se convierten en más líderes negativos
Repetidamente leemos que prácticamente todo se debe a las secuelas de la pandemia, yo difiero.
Si bien es cierto que la pandemia dejó severas secuelas negativas de todo tipo en la población, no podemos ser tan simplistas de echarle la culpa de la enfermedad social al coronavirus, ya la patología social se venía gestando desde mucho antes.
La agresión, la venganza, el rechazo hacia el derecho a elegir la orientación sexual que queramos, el racismo, la xenofobia, el aumento alarmante de los femicidios, los mensajes degradantes en las redes sociales y la misoginia no son producto de un virus. Seamos realistas.
Estas conductas provienen de los núcleos familiares enfermos, en los cuales se cultiva el odio, la venganza y todo tipo de conducta destructiva y descalificante entre parejas e hijos, por eso no es de extrañar que las denuncias de violencia doméstica vayan en alarmante aumento, así como va en aumento el poder destructivo del “Macho Man” que nuestros endebles adolescentes imitan.
Si bien es cierto que el encierro de la pandemia generó mucha ansiedad e impotencia en las personas, las semillas de las faltas de respeto, la ausencia de empatía y la sed del desquite (¿habrá alguna imitación con las altas jerarquías que nos gobiernan?) ya estaba instaurada en muchos hogares.
De lo contrario en todas las familias costarricenses habrían pequeños delincuentes en formación como está sucediendo en estos momentos.
Pero vámonos un poco más allá de la influencia familiar, ampliemos nuestra visión hacia las influencias sociales y políticas que constantemente llegan a nuestros hogares provenientes de las altas cúpulas y que mediante los medios de comunicación de la mal llamada “prensa canalla”, escuchamos constantemente discursos degradantes, llenos de venganza y “sacadas de clavo”, de desprecio, de burla, de xenofobia, y misoginia, discursos que no son dignos de personas que pretendieron saber manejar un país, y que lo que siembran semana a semana es burla, chota y desprecio a los que no comulgamos con ellos como las personas que todavía creemos y queremos la democracia, el respeto y los valores ciudadanos.
Todo se copia, si la cúpula está enferma de odio, nuestra Asamblea Legislativa va por el mismo camino y detrás de ellos los núcleos familiares y sus descendientes.
Es casi imposible creer que algunos de nuestros diputados se traten a toda voz de “cabezona”, de “deje de hablar paja”, de “rifles chochos” aunados de gritos que lo que pretenden es hacer reaccionar a sus colegas en ese circo que eriza la piel y que es el ejemplo a seguir por toda la nación.
En la Asamblea Legislativa prácticamente no se conoce el diálogo, se conoce al que más piedras lanza, al que más grita, al que más manda los atropellos verbales que hacen vibrar las paredes de un edificio que fue construido pensando en el respeto, en las ideas, en el diálogo respetuoso y en la resolución de los problemas nacionales.
Retomando el libro llamado “El Efecto Lucifer” (que analiza el porqué de la maldad) de Philip Zimbardo cuando hizo su famoso experimento de Psicología Social en Stanford nos explica cómo "las fuerzas situacionales tienen más poder del que pensamos para conformar nuestra conducta en muchos contextos, o sea, poseen más fuerza para crear el mal a partir del bien. (…) El Poder que tiene el Sistema, ese conjunto de Fuerzas Poderosas que crean una Situación…puede más que el Poder de la persona en determinados contextos”.
Analicemos los descubrimientos de Zimbardo a la luz del Poder Destructivo y Violento que estamos internalizando día a día en esta Costa Rica que como el agua se nos está yendo de las manos…
Los “poderosos” no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, del mismo modo que los capos de la mafia dejan “los accidentes” en manos de sus secuaces.
Da pena saber que ya la ONU intervino para recomendar una estrategia nacional que enfrente y disminuya el odio que se está carcomiendo a nuestro país
Resumamos: ¿la venganza, la agresividad, la misoginia, la xenofobia, la violencia sexual que estamos padeciendo, vienen innatamente del individuo o responden a fuerzas externas que como cataratas deshumanizan y nublan el pensamiento para negar en sus semejantes su condición de seres humanos?
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