Costa Rica, se ha visto sumida en la violencia, en los últimos años, el abandono social, la propagación del narcotráfico, nos pega a diario con noticias de sicariato y enfrentamientos de bandas criminales, nos sentíamos tan ajenos a la realidad de otros países centroamericanos, pero el lobo vino y está devorando nuestro ideal de un país de paz.

El filósofo Ignacio Ellacuría, SJ, rector de la Universidad Centroamericana de El Salvador, quien en 1989 fue asesinado durante la guerra civil por el ejército salvadoreño, tuvo la oportunidad de investigar abundantemente acerca de la “violencia”, y puede iluminarnos. El menciona tres tipos de violencia, que van entrelazadas:

  • Violencia estructural: donde la clase política la permite.
  • Violencia represiva: cuando se reprime las protestas del pueblo.
  • Violencia revolucionaria: cuando se intenta luchar desde movimientos armados contra la estructura de poder que comete injusticias.

Me detendré por el contexto costarricense en la primera, la «violencia estructural», compuesta por estructuras políticas y socioeconómicas que niegan la vida humana digna de buena parte de la población, respondiendo a intereses de élites sociales. Son claramente «violencia» ya que atentan a la salud, a la dignidad y a la vida humanas, haciéndose de la vista gorda, sin hacer mucho para evitarla y son violencia «estructural» por el hecho de que se atentan a la vida humana de manera sistémica, y no como algo circunstancial. Vayamos a la definición del propio Ellacuría, que hacía en 1986:

La violencia originaria es la injusticia estructural, la cual mantiene violentamente —a través de estructuras económicas, sociales, políticas y culturales— a la mayor parte de la población en situación de permanente violación de sus derechos humanos”.

Vemos con preocupación al Poder Ejecutivo que se excusa, en medio de diatribas, politiquería barata y berrinches de asumir su responsabilidad con este flagelo y negarse al diálogo con los otros poderes de la República, más bien, organizando marchas y protestas contra nuestro Estado de Derecho (TSE, Contraloría General de la República, OIJ y Ministerio Público) algo insólito en la historia de nuestro país, tirar culpas y victimizarse, debe de hacernos pensar, ¿qué intensión habrá detrás? Obviamente hay aspectos que deben mejorarse para la institucionalidad costarricense, pero desde la vía del diálogo y del consenso, ¿será que quieren guiar al colectivo a pensar que la única solución es una reforma constitucional en el 2026? Esto con el ejemplo del Bukelismo, quien logró una mayoría absoluta del Poder Legislativo y ahora realiza cambios antojadizos a la Constitución, algo muy peligroso para una democracia, todo esto bajo el manto del populismo, Chaves insiste en lograr las 40 diputaciones para el próximo gobierno.

Otro fenómeno que asumo desde mi realidad docente, es el abandono patente a la educación y cultura, que no es provocado por este Gobierno, claro está, las coyunturas son más antiguas, pero que en nombre de la mejora de la economía, nuestro sistema educativo ha tenido recortes significativos, lo que podrá generar una nueva generación perdida como en la década de los 80. Y no se diga de la cultura, tan importante para promover la cultura de paz y prevención de la violencia. Son factores que como costarricenses no podemos dejar pasar y si no levantamos la voz, tendremos una ciudadanía borrega incapaz de denunciar la injusticia o discriminar la manipulación de élites políticas, una sociedad enceguecida por fundamentalismos políticos irracionales.

Es momento de “hacernos cargo de la historia” y ser protagonistas, como apuntaba Ellacuría. La realidad histórica nos exige ser creativos y asumir un compromiso ético desde la realidad de cada uno, desde no botar basura en la calle, hasta incidir en nuestra responsabilidad política comunal, cantonal… El desafío será, como apunta el mártir salvadoreño “revertir la historia desde las víctimas” y sí, ya podemos hablar de víctimas de sicariato, femicidios y la pobreza expresada en falta de oportunidades para nuestros jóvenes.

No es posible que la violencia llega hasta las redes sociales, con eternos pleitos y ofensas, habrá alguna intención en esa distracción, en perder el tiempo, sin tomar acciones, por una situación que se nos va de las manos. Volviendo al filósofo, debemos asumir la dimensión práxica de nuestra inteligencia para “encargarnos de la realidad”. Basta del desinterés social, hay que buscar comprender lo que está pasando, sus raíces, informarnos objetivamente y también actuar sobre esta realidad, sino el camino de transformación será poco real.

La patria nos demanda un imperativo ético. Imperativo que, no solo nos obliga individualmente, en nuestra propia conciencia, de lo que hacemos por cambiar solidariamente la realidad. Sin obviar que dicha praxis personal, debe ser una praxis social conjuntamente. Ocupamos al vecino, al familiar, al concejo municipal, el que piensa distinto a mí, este no es mi enemigo o una “rata” como soezmente se expresan desde Zapote, hacia el fiscal general, que el respeto es el camino al diálogo, como nuestros abuelos construyeron la sociedad que poco a poco vemos desplomarse.

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