El mundo se ahoga en sus propias carreteras, con una carga vehicular que no deja de crecer. Solamente en el año 2022 se produjeron más de 85 millones de vehículos de motor en el mundo, con un incremento de 5.7% por encima del 2021. La cantidad total de vehículos en el planeta se estima en más de 1,400 millones, y en Costa Rica contribuimos alegremente con más de 1,7 millones en circulación.

La catástrofe vial está a la vuelta de la esquina. No se puede discutir que la infraestructura vial nunca crecerá al ritmo al que crece la importación de vehículos, y el impacto en aspectos tan variados como la contaminación, el tiempo perdido, los accidentes viales e incluso afectaciones relacionadas con el estrés y la salud, estarán cada vez más presentes en nuestra ya deteriorada experiencia ciudadana.

La Universidad de Costa Rica ha mencionado repetidas veces que la solución a este desplome está en mejorar y potenciar el transporte público. Es posible que sí. Pero cualquier solución a un problema tan complejo será sin duda multivariable, con distintos elementos que, siendo ajustados y corregidos, permitan crear las modificaciones que comiencen a mostrar mejoras en aquellos indicadores que resulten ser relevantes.

¿Indicadores dije? No tenemos ninguno. ¿Cuál es el tiempo promedio que un conductor pasa sentado en su vehículo? ¿Cuáles son aquellas horas del día en las que un conductor permanecerá más tiempo atrapado en una presa? ¿En qué momento sería mejor no planear acercarse a San José porque posiblemente no encuentre un parqueo disponible? ¿Qué impacto tienen los días de escuela, y a cuáles horas, sobre la carga vehicular, en términos de consumo de combustible? El simplemente planear una mejora en nuestro ecosistema de transporte exigirá contestar estas, y otras preguntas posiblemente mucho más complejas. Pero no tenemos datos para hacerlo. Entonces cualquier intención de formular una solución será basada en conjeturas, “yo-creos” y acercamientos inexactos a la verdad.

La inexistencia de datos para planear no es un problema nuevo en Latinoamérica. Nuestra herencia analógica nos ha dejado sumergidos en documentos de papel, y las iniciativas digitales de hoy rara vez tienen una visión integrativa que permita extraer sentido a los datos, ni qué decir intercambiar datos entre instituciones. La inexactitud en nuestro planeamiento es parte de nuestro existir latinoamericano.

El marchamo de papel en Costa Rica es uno de los dinosaurios más prevalentes del envejecido mundo analógico. Solamente su mecanismo de impresión retrógrado, su armado manual en dos piezas con adhesivos del siglo pasado, y su impresión adicional en otro papel para ser guardado para siempre en la guantera, evidencian un proceso que dejó de ser funcional en el mismo instante en el que el papel dejó de ser necesario para justificar nada. Y eso ya sucedió hace muchos años.

La implementación de un marchamo digital en Costa Rica debió haber sido planteada hace mucho. La identificación de vehículos con soluciones de radiofrecuencia permite que conozcamos la forma en que respira nuestro parque automotor, y nos brindará los datos que, a través de la analítica, construirán las iniciativas de transporte que nos alejará de la catástrofe vial. Sin datos no podremos planear nada.

Más aún, el marchamo digital permitirá que pongamos en pie una de las estrategias más poderosas para mejorar aquellos indicadores relevantes: la ingeniería de incentivos. Todos sabemos que el ingreso vehicular a las ciudades principales es costoso en términos de impacto, creándose externalidades negativas porque no existe ninguna implicación para los causantes de estos costos, los conductores, cuando las calles se llenan a reventar. Bueno, hagamos partícipes de este costo a los conductores que elijan empeorar al embotellamiento, a través del cobro de una tarifa de ingreso. Eso no solamente logrará eliminar la odiosa y poco eficaz restricción vehicular, sino que permitirá que cada uno elija su método de transporte más adecuado para una diligencia específica. Este incentivo hará menos atractivo el uso de nuestro vehículo para entrar a la ciudad, pero siempre permitirá que el conductor lo elija aceptando una tarifa específica. Este costo podría ser variable en virtud de días, horas o situaciones específicas que aprenderemos consecutivamente cuando comencemos a inspeccionar los datos. Esto no es un impuesto adicional. En realidad es un pago que responde a un impacto que el conductor está causando. Nada más moderno y progresivo que esto.

¿Será posible que los datos de los conductores sean publicados sin su consentimiento? Este es otro temor que comienza a aflorar. Por supuesto una solución de este tipo deberá ser segura desde su diseño, para no permitir que acciones descuidadas o malintencionadas hagan uso de datos sensitivos o personales de los conductores y sus vehículos. Pero técnicamente esto ya está resuelto en muchos lugares del mundo. Soluciones para impedir la exfiltración maliciosa de datos, para proteger a través de oscurecimiento las bases de datos sensitivas, y para crear la gobernanza que permitirá que todos esos datos estén seguros, ya existen y deben obligatoriamente ser implementadas. Estas soluciones de calibre país requieren siempre de un trabajo serio desde el inicio en aras de la protección de los datos y los sistemas. Pero lo más importante es no caer en la trampa de aceptar la aseveración falaz de que un posible mal uso de esta información tiene más peso que los beneficios que la solución pueda traer al país. El avance que un sistema de información vial puede traernos tiene dimensiones prácticamente infinitas, y los riesgos pueden ser administrados y mitigados. Así se ve el progreso en la era de la transformación digital.

No olvidemos que ya nosotros en Costa Rica usamos aplicaciones de este tipo. Cuando usamos el Quick Pass estamos otorgando a alguien los datos de las horas y fechas en las que nuestro vehículo pasó por los peajes, o usó los parqueos. Muchas empresas aseguradoras utilizan un mecanismo de localización vía GPS para nuestro carro, activo las 24 horas del día. Y cuando estamos usando nuestro celular, no solamente en el carro con Google Maps o con Waze, estamos brindando nuestra localización a un tercero. En todos esos casos ya hemos dado nuestro consentimiento y confiamos en que esa información no sea usada de manera inadecuada. En el caso del proyecto del marchamo digital tendremos otra herramienta adicional: podremos exigir a quienes lo vayan a implementar que, desde el inicio, se diseñen los métodos de protección de la información que harán a esta no solamente una aplicación útil para el país, sino también segura para nosotros los ciudadanos. De esa forma fue construida la Costa Rica tecnológica, apartándonos del camino del bloqueo y la oposición irracional, y más bien contribuyendo para que lo que venga tenga impacto positivo en nuestra posición competitiva mundial.

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