Logan Roy es un anciano octogenario, con una particularidad. Ha fundado un imperio mediático y es uno de los hombres más poderosos de EE.UU. Su imperio, como casi todos, tiene los cimientos hundidos en sangre.

Este anciano es, como la pintura de Goya “Saturno” (aka “Saturno devorando a sus hijos”), un monstruo que ni siquiera el encuadre de la imagen puede contener en su agresiva expansión, con ojos dementes y terribles, espectral y pálido, en fondo oscuro, bañado de sangre. Y si, cuando deba devorar vivo a alguno de sus hijos, no tendrá ningún reparo en hacerlo.

La sucesión en la serie es irónica, es una sucesión hecha de material de utilería. Logan hace todas las maniobras posibles, a lo largo de las cuatro temporadas, para no ceder ni un centímetro de espacio a sus posibles herederos.

Es un déspota, y como tal, justifica sus actos con el resultado obtenido. Es un Saturno, y no ha nacido todavía un Júpiter que pueda detenerlo o que ocupe su trono.

Sus hijos no solo han sido alejados de la empresa familiar, sino que están manchados, sucios.

Connor, el hijo mayor, sueña con probar su valía, pero nadie logra notarlo. Su paso por la política generó la burla de todos sus allegados, excepto su pareja (una escort retirada). Está demasiado manchado para poder sentirse valioso y no logra integrarse a la vida de su padre ni al grupo que forman el resto de sus hermanos.

Kendall, se encuentra igualmente sucio, en este caso para ser padre. Su historial de dependencia a sustancias psicoactivas, su incapacidad para mantener unida a su propia familia, son los lastres que lo arrastran al abismo. Su virtud es la flexibilidad, puede mostrar por igual una actitud fría como hielo y un cariño del más cálido.

Su hermana Siobhan, demasiado capitalista para figurar en la política socialista y demasiado liberal y empoderada para ser una esposa o hija “modelo", se encuentra igualmente manchada.

Por su parte, Roman, el menor de los varones, está sucio. Sucio a secas. No en vano es apodado "el pequeño pervertido" (con sobrada razón), aunque deslumbra en los momentos borde por su capacidad de decisión.

Los diálogos entre los hermanos son siempre ácidos y brutales. Harían las delicias de un psicoanalista, ya que no palidecen en exponer miedos y traumas, tanto propios como ajenos. Sin ningún tipo de filtro social, son capaces de destruirse y de amarse. Los cuatro actores logran una interacción digna de genios, comparten y copian de su padre y entre ellos, tics, frases, bromas, incluso el tono similar que utilizan para ciertas palabras parece cultivado a lo largo de años de vida en familia.

La serie tiene como firma el dinamismo de una cámara inestable con cambios abruptos de plano, acordes con la agresividad de los diálogos, cargados de un vocabulario propio de una taberna. Todo lo anterior, elegantemente maridado con la composición de la banda sonora, mezcla de piano clásico con detalles disonantes.

No puede dejarse de lado la joya de la corona, el rap de Kendall, éxito musical de esos que requieren volver a oprimir el botón de play apenas terminan.

Logan es un padre ausente, eso queda claro desde la estructura visual del opening y además es recalcado por los testimonios de sus hijos, sin embargo, su sombra es tan presente, pesada y densa, como la oscuridad del pincel de Goya.

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