El Niño es un fenómeno natural caracterizado por el calentamiento anormal de la temperatura superficial del mar en el océano Pacífico ecuatorial central y oriental. Durante los episodios de El Niño, los patrones normales de precipitaciones y de circulación atmosférica tropical se ven perturbados, desencadenando eventos climáticos extremos en todo el planeta.

Las últimas informaciones oficiales de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) han indicado que hay un 85% de probabilidades de que se instaure un episodio de El Niño entre los meses de julio y septiembre de 2023. Esto provocaría un aumento de las temperaturas a nivel global, con efectos contrarios a los de La Niña en los patrones meteorológicos y climáticos de muchas regiones del mundo.

En el caso de Centroamérica, el fenómeno de “El Niño” se manifiesta con aumentos de temperatura del aire y del mar, una distribución irregular de las lluvias y los períodos de días secos; la canícula de mediados de año tiende a ser más marcada y se mantiene por mayor tiempo, y la temporada seca suele ser más intensa y prolongada en el litoral Pacífico y tiende a finalizar de manera temprana en toda la región.

Lo anterior provoca impactos sensibles como la reducción de disponibilidad de agua para consumo humano y usos agropecuarios, la pérdida de cultivos y la muerte del ganado, y el aumento de los incendios forestales, con su impacto negativo en los ecosistemas forestales y la biodiversidad de la región.

El Niño y el cambio climático son fenómenos que se retroalimentan mutuamente.

Así, las proyecciones de impactos del cambio climático coinciden en que el aumento promedio en la temperatura, la mayor variabilidad de las temperaturas y las alteraciones en los patrones de precipitación traerán consigo potenciales cambios en fenómenos climáticos cíclicos como El Niño; mientras que este, a su vez, amplifica la tendencia subyacente del cambio climático y ha provocado que el año más cálido del que se tienen registros hasta la fecha, 2016, coincidiera con un fenómeno de El Niño muy poderoso.

El Corredor Seco Centroamericano (CSC) es una de las ecorregiones más susceptibles a la variabilidad y el cambio del clima. Cubre las tierras bajas de la zona costera del Pacífico y la mayor parte de la región de la precordillera central de Chiapas (en México), Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, así como la provincia de Guanacaste en Costa Rica, y el Arco Seco de Panamá.

Se trata de una ecorregión de bosque tropical seco que abarca casi un tercio del territorio de América Central y se caracteriza por periodos de canícula o lluvias intensas, exacerbados bajo la influencia del fenómeno El Niño.

Actualmente, en Costa Rica el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) brinda recomendaciones específicas al sector agropecuario y rural, incluido el sector ganadero, para enfrentar los desafíos de El Niño. En este sentido, el MAG está elaborando un plan de atención a la emergencia, que incluye acciones de prevención, comunicación efectiva y facilitación de semillas (sorgo forrajero, maíz forrajero para silos y semilla vegetativa de Botón de Oro). Además de impulsar un financiamiento a una tasa baja para la construcción de reservorios y cosecha de agua, entre otras acciones clave.

Las personas que dependen de la agricultura y los medios de vida rurales se encuentran entre los más afectados en términos sociales, económicos y ambientales, con serias implicaciones en la seguridad alimentaria y nutricional de las familias.

Dado el limitado acceso a opciones para gestionar los riesgos, la mayoría de los hogares rurales absorben los impactos de eventos extremos (ya sea desastres intensivos o extensivos) a través de mecanismos de afrontamiento negativos, bien sea la reducción de ingesta de alimentos, la venta de activos, el empleo de mano de obra familiar y la migración.

El Comité Regional de Recursos Hidráulicos (CRRH) publica periódicamente boletines de perspectivas climáticas para Centroamérica, y en su último número, correspondiente al período mayo-julio de 2023, ofrecía una probabilidad de lluvia para dicho trimestre, estableciendo una probabilidad significativamente alta de que El Niño se formara al final de ese período, y brindaba algunas recomendaciones frente a este panorama.

Entre estas, destaca prácticas de conservación de suelos, el monitoreo de la sanidad vegetal, ajustar las fechas de siembra según el calendario de las condiciones climáticas, el uso de semillas resistentes a la sequía, la incorporación de abono orgánico y una adecuada gestión del recurso hídrico, entre otras.

Es además necesario examinar los patrones típicos y estimados de lluvia en combinación con los calendarios fenológicos, con el fin de determinar aquellos casos donde el estrés hídrico tendrá un impacto desproporcionadamente mayor en los rendimientos agrícolas.

Los países, como en el caso de Centroamérica, donde las condiciones de sequía coincidan con los períodos floración y maduración, verán seriamente afectada su producción y agravará las ya precarias cifras de prevalencia de inseguridad alimentaria, que se han venido incrementando durante los últimos años, por fenómenos climatológicos extremos, la pandemia por COVID-19, la guerra en Ucrania, entre otros factores ya conocidos.

Organizaciones internacionales están apoyando a los países del CSC para aumentar la resiliencia de los hogares, así como a sus comunidades y las instituciones responsables, para prevenir y hacer frente a los riesgos de desastres que afectan a la agricultura y la seguridad alimentaria y nutricional, de manera oportuna y eficiente.

En este sentido, se han desarrollado protocolos de acción anticipatoria para eventos de sequía, en los cuales se establece la necesidad de tomar medidas preventivas, una socialización de las alertas tempranas hacia los y las productoras, la conservación del agua, la implementación de prácticas agrícolas sostenibles, la inversión en tecnologías de riego, la distribución de semillas de variedades de cultivos tolerantes a la sequía, las vacunaciones de ganado menor y mayor, la prevención de incendios forestales y el fortalecimiento de las capacidades locales para la implementación de estrategias de adaptación climática, además de otras acciones según las particularidades de cada territorio.

Estas iniciativas nos permiten estar un paso adelante y tomar medidas preventivas para proteger el futuro de nuestras comunidades rurales.

¡Actuemos contra la sequía antes de que ocurra! basándonos en pronósticos científicos, en el saber ancestral, a través de alianzas entre el gobierno, la academia, sociedad civil, gremios, empresas y comunidades.

¡Cada acción cuenta!

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