A finales de la década de los ochenta y durante los primeros años de la década siguiente, eran muy pocas las personas en Costa Rica que contaban con una computadora en sus hogares. Si incluso ahora se podría pensar que tener una computadora personal es un lujo, hace treinta y cinco años, ese lujo era exponencialmente mayor.

Algunos recordarán de esos años que, si alguien decía que en su casa habían comprado una computadora “386” o, mejor aún, una “486”, aquello era sinónimo de opulencia, por no decir extravagancia. Algo casi digno de la ciencia ficción. Para las personas jóvenes, quienes nacieron en la época de los teléfonos inteligentes y las tabletas, hablar de un disco “floppy” es lo mismo que si se hablara en arameo. En el mundo informático, es impresionante lo mucho que se ha cambiado en tan solo tres décadas.

La realidad era tan radicalmente distinta hacia 1985, que era verdaderamente extraordinario que un grupo de académicos, empresarios, educadores y políticos, siquiera pensaran en hacer de las computadoras algo accesible para las niñas y niños de los lugares más pobres o alejados del país.

Sin embargo, lo verdaderamente revolucionario no fue simplemente instalar computadoras aquí o allá, como si las máquinas fuera un fin en sí mismo. Lo visionario fue diseñar un programa para convertirlas en un instrumento para la educación y el desarrollo de habilidades para enfrentar los retos de la vida, desde la más temprana edad posible.

Por ello, la creación de la Fundación Omar Dengo y posteriormente del Programa Nacional de Informática Educativa (Pronie) fue un hito, no solo en Costa Rica, sino en el mundo entero. Algo que ha sido reconocido por las más importantes y prestigiosas instancias internacionales.

Algo que no podemos olvidar es que, en su inicio, el proyecto de llevar laboratorios de informática a las escuelas públicas implicaba la participación activa de la comunidad. Ellas se organizaban activamente para crear la infraestructura necesaria, mientras la FOD ponía equipos y el Ministerio de Educación a los docentes, que eran cuidadosamente capacitados.

Esa feliz alianza entre la FOD, el MEP y las comunidades fue, sin lugar a dudas, una de las claves del éxito del programa de informática, y de que este pudiera expandirse aceleradamente en la década de los noventa, para abarcar a decenas de miles de niños más.

Quienes pasamos por algún programa o taller de la FOD no podemos olvidar aquella “tortuguita” del programa Logo Writer, luego denominado “Micromundos”. Como decía un slogan, estábamos “Locos por Logo”.

Siendo niños aprendíamos, sin saberlo, a usar un lenguaje de programación, donde de forma muy visual y lúdica, con pocas instrucciones, hacíamos que la tortuga realizara dibujos o acciones que parecían fantásticas.

El objetivo nunca fue aprender paquetes de hojas de cálculo o de procesadores de texto, como ahora algunos reclaman desde la más profunda ignorancia y simpleza. El sentido era exponernos a una herramienta tecnológica y ponernos retos. Era desarrollar nuestro ingenio, la imaginación, la innovación, o el trabajo en equipo para resolver un problema que se nos planteaba. Era perderle el miedo a la tecnología, pero sabiendo que esta siempre es un medio y nunca un fin.

Puede ser que muchos conscientemente no lo sepan, pero las habilidades desarrolladas a partir de los programas implementados por la FOD nos abrieron camino en la vida y en nuestro trabajo. Sé que algunas personas, gracias a la exposición a los instrumentos de programación, decidieron mucho más adelante estudiar y dedicarse a las ingenierías, particularmente a la informática.

Contrario a lo que algunas pocas personas piensen, el Programa Nacional de Informática Educativa es una política pública de Estado, exitosa, ejemplo en el mundo y de la que podemos sentirnos muy orgullosos.

El Gobierno, en pleno y legítimo uso de sus facultades, ha decidido cambiar esa política y dejar que sea ahora el MEP, en exclusiva, quien desarrolle algún tipo de programa informático. Preocupa que los propios encargados de desarrollarlo dentro del ministerio, no tienen las condiciones para hacerlo de forma oportuna y con la calidad que merecen nuestros hijos. No obstante, es la decisión del presidente Chaves y su ministra que debe respetarse.

Lo que no es de recibo, por innecesario y por mezquino es que, para justificar una decisión de este tipo, algunos acólitos de esta administración recurran al ataque artero, a la insinuación velada contra personas muy honorables y a mentiras descaradas.

Quienes aprendimos con la fundación, no podemos estar más que agradecidos con quienes la impulsaron y quienes la levantaron. Con esas personas visionarias que hicieron posible que más de dos millones de niños y jóvenes se beneficiaran de sus programas. Recuerden que la luz prevalece sobre la oscuridad y que las falsedades que hoy se dicen sobre ustedes, se derrumbarán en el juicio de la historia.

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