Costa Rica es testigo de un fenómeno que recientemente ha azotado el mundo de la política contemporánea: el populismo y ¿cómo no? Si imperan titulares sin noticia, de muchísimas formas pero faltos de contenido.

Pero ¿qué nos llevó a este punto? Personalmente, considero que es la misma fórmula que se ha extendido en Latinoamérica y otras regiones. Una de respuestas fáciles a problemas complejos, votos sencillos, propuestas ruidosas y desigualdad; repleto de acciones contrarias al cuestionado Estado democrático y burocrático que hoy conocemos y que revive en nosotros ese pensamiento nihilista lleno de anarquía y liberalismo pragmático.

Resulta paradójico cómo el discurso populista latinoamericano ha sido severamente señalado y criticado en Costa Rica, no obstante, hoy pasa desapercibido entre la ciudadanía costarricense. La fórmula populista genera el perfecto efecto placebo para la cultura de gratificación instantánea que satisface problemas a corto plazo. Es un síntoma más de la frustración y el descontento con la realidad del país.

Hoy pareciéramos estar frente al fin de las ideologías políticas, es demagogia aferrarse sobre alguna postura política al pie de la letra. Estas últimas no son más que propuestas vacías repletas de aburrimiento que han desconectado a la sociedad costarricense de la política. Por esta razón, el populismo está más en auge que nunca. El mensaje es claro, sencillo y de entrada está destinado a cautivar el receptor desde una primera audición, colmado de diversas políticas que simpatizan —no necesariamente empatizan— con la población.

Identificar el discurso populista en papel es fácil, es un método dominante de relacionarse con los ciudadanos que han olvidado el sentido de la liberación pública, la consulta popular y el bien común. Es un movimiento atestado de figuras y personajes ficticios que manipulan el método de comunicación, tergiversan el rol y las responsabilidades del Estado, lucrando con pilares económicos y principios moral-cristianos para ganar votos o seguidores. El populismo no es más que el totalitarismo del siglo XX colmado de planes de contingencia que desembocan en una eventual decepción, acompañado del común denominador del autoritarismo. El líder populista no representa a los electores sino que los encarna.

Las consecuencias de este fenómeno ya impactan la manera de comunicarnos e intercambiar información. En Costa Rica hace años perdimos el interés en el discurso político, hay generaciones completas que crecieron y se formaron en instituciones y empresas con lemas como: “De política y religión no se habla en mesa”. Por lo tanto, no es de extrañarse que el populismo funcione.

Actualmente, está en nuestras manos criticar y señalar las circunstancias que posibilitan el impacto de este fenómeno en la vida de los ciudadanos costarricenses. Como sociedad debemos exigir a los actuales regidores y a los futuros aspirantes un discurso más educado; como ciudadanía buscar nexos con diferentes plataformas y puntos de vista, una red de sistemas metapolíticos que evidencie y diferencie a los buenos populistas de los malos populistas porque al final /toda figura política contemporánea es un populista.

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