¿Somos conservacionistas los ticos? Si pensamos en el presente y en las acciones que hemos emprendido a través de nuestra historia como país, podríamos responder que sí. Hoy un finquero recibe dinero del Estado por no talar sus bosques, un 26% de la superficie terrestre y un 30% de la marítima de Costa Rica están protegidas y, a partir de la década de 1990, ha habido un proceso de “reverdecimiento” del país. Somos líderes en temas de conservación a nivel mundial y tenemos casi 200 años de tomar decisiones en beneficio del ambiente.
Sin embargo, para muchos de quienes vivimos en el Área Metropolitana, el único verde que vemos se esboza en el horizonte. Es un espejismo. Una ilusión. El verde de nuestra comunidad, el que estaba al lado de nuestras casas porque había un cafetal o un lote baldío, desapareció cuando construyó el vecino. Así que el verde nuestro de cada día se reduce al zacatillo de la acera y a unas cuantas plantas ornamentales, generalmente a punto de morir como consecuencia de nuestro desprecio. El verde de los güitites, los porós y los itabos, ya no existe.
¿Por qué despreciamos nuestro patrimonio natural y olvidamos que las plantas, los árboles y animales forman parte de nuestra vida? ¿No somos el país verde por excelencia? ¿No somos “Esencial Costa Rica”? ¿Por qué nos hemos desconectado de nuestro entorno?
La ilusión verde
Así como en los 60’s y 70’s del siglo pasado los tractores tumbaron por doquier edificios con valor patrimonial para construir parqueos, al construir nuestras casas destruimos el mundo natural. No existe una valoración por lo que hubo ahí. Los planes reguladores municipales y la normativa ambiental de Costa Rica indican qué áreas deben conservarse como espacios verdes, pero no se interesan en cómo y qué se planta en estos espacios. Da lo mismo si están cubiertos de zacate o por especies que fortalezcan la biodiversidad, que reduzcan la erosión y nos hagan conscientes de nuestra coexistencia con otros seres vivos.
Existe la creencia de que ser verdes se reduce a contar con áreas de conservación y que esa es, exclusivamente, una responsabilidad del gobierno. El problema es que, de esa forma, se generarán islas de biodiversidad, separadas por amplios espacios grises. La ilusión verde estará entonces muy lejos. Cada vez más distante en la geografía y en nuestra memoria. Presente sólo en las historias de nuestros tíos y abuelos.
Historias como la del cuento La casa grande, de Álvaro Montero Mejía, que recrea la vida urbana de San Pedro de Montes de Oca, hace unos 65 años: “A los cincuenta metros de nuestra casa, pasa el río Ocloro (…) A lo largo del cauce, regados sin orden, alzan sus ramas achiotes, nísperos, güitites, porós y muñecos, donde cientos de pájaros se disputan las frutillas que cuelgan en racimos. Esta selva, colocada en el traspatio de nuestra casa, tiene todo lo necesario para mantenernos ocupados el día entero.”
Acciones individuales
No se trata de volver atrás. Sin embargo, todos podemos tomar decisiones conscientes e informadas para sembrar plantas y árboles en nuestras ciudades, que favorezcan la biodiversidad y prevengan la erosión en los terrenos escarpados, en los caños y cauces de quebradas o ríos.
Existen guías robustas sobre especies nativas, que están disponibles en Internet. En 2018, dos investigadoras del Instituto Tecnológico de Costa Rica, Virginia Alvarado y María Auxiliadora Zúñiga, publicaron el libro Plantas nativas para el control de la erosión, que cuenta con una versión digital y describe las características de las especies de plantas, arbustos y árboles que previenen la erosión en diversas regiones de nuestro país.
Por otro lado, en un artículo publicado en 2013 en la Revista Ambientico, el ingeniero forestal Quírico Jiménez presenta una tabla con algunas de las especies nativas que se pueden cultivar en el Valle Central de Costa Rica. Este artículo ofrece la gran ventaja de indicar dónde conviene sembrarlos, considerando los parques, aceras y márgenes de ríos. Además, indica si los árboles o arbustos pueden ser plantados a través de estacas: uno de los grandes beneficios que favorecen a quienes vivimos en el trópico.
Podemos tomar acción en nuestras casas y en los márgenes de los ríos de nuestra comunidad. Existen varias iniciativas que conviene conocer y fortalecer. Por ejemplo, San José Ciudad Paisaje, propiciada por el Centro Cultural de España, que busca reducir el impacto visual de las rejas al vestirlas con enredaderas, trepadoras y especies autóctonas. Otro ejemplo notable es el de la Asociación Amigos del Río Torres, que se dedica al rescate del cauce de ese río a través de la reforestación con especies autóctonas y la recolección de residuos. Existen además viveros especializados en especies nativas, como el de Fundazoo, ubicado en Santa Ana.
Somos conservacionistas por tradición y no como resultado de nuestras acciones individuales. Conservacionistas por rebote. Unas ciudades más verdes nos favorecerán a todos. Nos darán mejor calidad de vida, más resiliencia ante el cambio climático y protegerán la salud de nuestros ecosistemas. El gobierno ya ha puesto de su parte al darnos tantas áreas de conservación. Ahora nos toca a nosotros informarnos y organizarnos con nuestros vecinos. O simplemente aprovechar una de las ventajas que ofrece el trópico y sembrar una estaca de güitite. Los pájaros y las bromelias, las abejas y orquídeas, nos lo agradecerán.
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