La ética y la moral no son palabras sinónimas, son áreas de estudio de la filosofía, las cuales, están claramente diferenciadas y delimitadas. Fundamentalmente, la ética consiste en el estudio de la moral, es decir, analiza el origen y la evolución del cómo, el por qué y el para qué usamos las categorías de ‘bueno’, ‘malo’, ‘correcto’ e ‘incorrecto’ para juzgar determinados comportamientos y acciones. En contraste, la moral versa en el estudio de cuál es el mejor ‘código moral’ (el cual, usa las categorías mencionadas anteriormente) tanto para medir la acción y el comportamiento individual (virtud) como colectivo (derecho positivo).

Para este artículo interesa revisar brevemente la estructura de los sistemas de creencias morales en los que basamos nuestra virtud. Para la consecución de dicho fin, se repasa someramente qué no es la virtud, qué es la virtud y el por qué esta es acuciante para la configuración del ethos (acción y comportamiento) individual.

La virtud no es un término cliché, poético ni mucho menos anacrónico. Es una noción técnica con fundamento gnoseológico que se usa en filosofía aplicada, concretamente en el área de la ética. Existen dos ejemplos destacados en los que la virtud ocupa un lugar relevante en los procesos pragmáticos, uno es en la filosofía aplicada a los mercados financieros o la filosofía aplicada a los negocios y el segundo es en la bioética.

En bolsa y mercados financieros, la virtud consiste en la consecución de la excelencia del ethos, lo cual, implica desarrollar la disciplina instrumental para administrar la riqueza con el telos (fin último) de no alterar ontológica y pragmáticamente el curso de la vida práctica de todas las personas, particularmente de quienes no tienen más opciones que sobrevivir día con día (la crisis financiera que se originó entre el 2007-2008 es el mejor ejemplo de ausencia de virtud).

La bioética, en cambio, sistematiza la virtud en consonancia con la disciplina existencial para ejercer con estabilidad racional la práctica médica, por ejemplo, en el caso de pacientes con enfermedades terminales, en algunos casos, gracias al desarrollo tecnológico de las ciencias aplicadas a la medicina, es posible prolongar con dignidad la vida de un paciente, empero, se suele cometer el error de la despersonalización de la asistencia médica, lo cual, significa, la ausencia de sensibilidad ontológica, de empatía, de comprender con acierto al paciente.

Sin embargo, desafortunadamente, para nuestra sociedad, forjar la virtud en una persona desde los primeros años de vida no es un imperativo. La virtud es un hábito como afirma Aristóteles en la clásica obra Ética a Nicómaco, es la capacidad para discernir racionalmente cuáles serían las consecuencias del ejercicio de nuestro ethos. No toda acción y comportamiento es loable a luz de la idea generalizada de ‘mejorar’, por ejemplo, emprender un negocio que pretende rentabilizar la ignorancia y la necesidad material de las personas no se sigue de la palabra ‘mejorar’.

Recientemente, estas ideas están empezando a enraizarse en nuestro país, existen empresas que le prometen a una persona desempleada la ‘fórmula’ para alcanzar sus objetivos a cambio de dinero. Es una postura inconcebible, puesto que aquello por lo que el desempleado hace desplegar sus capacidades (dinero), algunos lo usan como medio para la consecución de un enriquecimiento mediocre y desde luego, nada humanista.

Así, con base en estos ejemplos, podemos afirmar que existen dos estructuras para fundamentar la virtud. La primera, exige que el ethos sea competitivo en detrimento de los intereses de todas las partes involucradas, es la configuración de un ‘código moral’ según una serie de principios que no cambian. A esta estructura bien podemos denominarla maquiavélica en referencia al pensamiento moral del filósofo del Renacimiento Nicolás Maquiavelo, para quien, el cálculo egoísta, indiscriminado y deliberado es la regla que determina nuestra acción y comportamiento.

La otra cara de la moneda debería de servir como modelo. Son muchas las referencias de renombre, Aristóteles, Spinoza, Habermas, más recientemente Adela Cortina, por mencionar a algunas personas. No existe relación necesaria en el pensamiento de estos pensadores y pensadora, no obstante, se destacan por su agudeza racional para identificar lo que mayoría ignoraba y lo convirtieron en obras trascendentales para ‘mejorar’ genuinamente nuestra existencia.

Nótese la contribución de Adela Cortina de una ética dialógica. La ética dialógica es una estructura consecuente con las necesidades y los retos de este siglo, sustancialmente, esta coloca el diálogo como piedra angular para resolver cualquier dilema ético. De esta manera, nuestro ethos no es configurado de acuerdo a una sola visión ético-moral, sino que integra otras formas de interpretar la moral. Desde luego que dicha sistematización exige descartar algunas ideas, si y solo si, estas atentan contra la estabilidad y la continuación efectiva de la vida práctica.

Por lo demás, se debe destacar que la virtud no es más que el ejercicio consciente de la razón. Su clave radica en examinarlo todo, en cuestionarlo todo. La cultura costarricense carece de esta práctica vital, el costarricense promedio suele aceptar ideas que casi en su mayoría no han pasado por el filtro de su capacidad para razonar, sino que, provienen de otras fuentes en las cuales se apoya como síntoma de ausencia de disciplina en muchas áreas.

Además, adolecemos críticamente de sensibilidad ontológica. Si percibimos que una persona progresa vertiginosamente, solemos señalar bajo el cálculo maquiavélico sus debilidades morales con el telos de que esta persona permanezca en el mismo estado. En su lugar, como señala en uno de sus clásicos Dale Carnegie, la virtud implica la obligación moral necesaria de forjar en todas las personas, sin discriminación alguna, los valores y los principios epistémicos que requieren un país, una empresa, un centro de estudio, entre otros, para el desarrollo y el progreso deseados.

Finalmente, desarrollar la virtud requiere de la fuente gnoseológica apropiada. Es aquí cuando la filosofía se perfila como la disciplina por excelencia que puede ofrecer las mejores respuestas. Debemos integrar con interés y urgencia esta formación.

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