En una oligocracia centroamericana vive un sujeto llamado Johann von Troll (Johann para los amigos), Conde de Falacia, y miembro de una antigua familia aristocrática. Johann es abogado, pero a falta de mayores recursos argumentativos, suele atacar personalmente a sus oponentes, exponiendo aspectos de su vida privada que carecen de relevancia para otros, pero que le son útiles en su propósito de denigrarlos y presentarse a sí mismo como el único advocatus honesto en un mundo perverso. Suele, sin embargo, morder también la mano de sus antiguos clientes, a quienes no poco tiempo atrás defendía con particular denuedo; aun si se sirvió de la prensa para ampliar sus negocios, hoy la acusa de conspirar en su contra, obstaculizando su camino para verse inmortalizado en el Olimpo criollo.

A falta de otras opciones y pese a haberlo también atacado en el pasado, se ha convertido en el ideólogo y guía de otro falso mesías, quien ha copiado a la perfección su discurso de soberbia y odio; muchos de quienes viven en esta oligocracia, se han tragado por completo el anzuelo con sus mentiras, ignorantes de sus verdaderas intenciones. Tan relevante es en su papel como oráculo, que basta escuchar a von Troll para conocer las decisiones que adoptará días después su sobresaliente discípulo; nada de esto es gratuito -claro está-, siendo que Johann todavía aspira a vivir en el Olimpo y necesita de su discípulo como catapulta para llegar a él. Sin embargo, von Troll ha tenido otro papel, para muchos desconocido a la fecha: ha reclutado a otros similares a él —llamados también troles, aunque de menor intelecto y alcurnia— a quienes usa como peones para atacar a la prensa que los crítica, o aquellos que no ven el sol del mismo color que el falso mesías.

No obstante, en ese oscuro camino olvidó una muy importante lección: un trol, como mercenario que es, nunca será un sujeto confiable y en cualquier momento puede volverse contra aquel que lo contrató.

Eso fue precisamente lo que ocurrió poco tiempo atrás, para enojo de Johann: expuesta la farsa por él tejida, ahora trata de revertir sus efectos, transfiriendo a sus oponentes la autoría de esta; ello, pese a la existencia de pruebas que dan credibilidad a su antiguo peón. Von Troll sigue al efecto las enseñanzas de Joseph Goebbels (maestro de la manipulación de masas), a quien admira profundamente en secreto: sabe que una mentira repetida mil veces puede llegar a ser aceptada como una verdad; basta tan solo con inventar un enemigo y atribuirle a él la responsabilidad si las cosas salen mal. En el presente caso, la mentira resulta sin embargo tan burda, que probablemente se requiera muchísimo más que la simple repetición de la frase escogida como mantra de campaña.

Afortunadamente para nosotros, esto es solo un relato de ficción, muy lejano de nuestra realidad política. ¿O no?

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