Los sistemas democráticos desafían serias objeciones sobre su gobernabilidad, así como sobre su confiablidad, credibilidad, efectividad y viabilidad, entre otras. Sin embargo, sorprendentemente, la humanidad confronta una “ola” de democratización en todo el mundo.

Por una parte, los regímenes democráticos enfrentan dilemas serios sobre la salud y vigor de la democracia misma. Una democracia saludable y vital es condición para un buen desempeño tanto en el orden nacional como internacional. La democracia no está muerta, pero puede llegar a estar enferma. En este caso, en algunas ocasiones bastará con la aplicación de enmiendas menores y en otras serán necesarias operaciones mayores para superar la enfermedad.

La democracia se presenta anhelada. Prueba de ello es que muchos países se han visto implicados en un proceso contagioso de democratización. Con el final de la guerra fría, este proceso germinó como la única salida para el restablecimiento de la vida y de los gobiernos mismos.

El hecho de que la democratización sea la vía sin igual de convergencia en el nuevo siglo, resulta un tanto debatible e improbable, especialmente en los países en vías de desarrollo y en los regímenes ex socialistas. No obstante, lo más significativo son las perspectivas de innovación y experimentación de la democracia.

Es menester precisar, que el término comúnmente utilizado de “crisis”, encierra no sólo una representación negativa o pesimista que esboza una problemática, sino también una caracterización positiva u optimista que involucra una posibilidad. Por tanto, en lugar de verla meramente como un rompecabezas, debemos al mismo tiempo, considerar como la solución; así como Teseo, que para poder combatir y matar al Minotauro debía encontrara la salida del laberinto con la ayuda de Ariadna.

Sin duda alguna, en este albur es necesario reconocer cuáles aspectos de la democracia y en sus valores —que serán como el hilo de Ariadna— se logra encontrar la respuesta del acertijo sobre la crisis y el futuro de la democracia.

Los gobiernos democráticos desafían grandes retos —tanto internos como externos— en los diferentes contextos en los que funcionan, que pueden implantar un ambiente que dificulte su operación. Pero el misterio abre las puertas para rescatar lo más valioso de la democracia. Basta recordar que en un Estado o sociedad donde el poder está concentrado en unas cuantas manos no puede concebirse como democrático. Los privilegios, cuando son sólo para una pequeña parte de la sociedad, producen desigualdad, injusticia y opresión en lugar de igualdad, justicia y libertad como proclama la democracia.

Además, hay otras amenazas intrínsecas para la operación de los sistemas democráticos tales como el colapso de los medios tradicionales de control social, de solución de conflictos y de cambio social, la deslegitimación de la autoridad y la sobrecarga de demandas que exceden la capacidad de respuesta del gobierno.

Ciertamente, mientras más democrático es un sistema, más proclive está a estos peligros. La desobediencia o resistencia civil se basa en la pérdida de confianza. Tradicionalmente, junto a la confianza declina la participación política, cuando las políticas gubernamentales son ineficaces. La disminución de la participación y la decadencia del sistema de partidos parecen la obvia consecuencia de las decepciones gubernamentales de cumplir las expectativas republicanas.

Estos retos han propiciado la creciente complejidad del orden social: multiplicación de presiones en el gobierno, disminución de la legitimidad del poder político y de la autoridad, y el descenso de la capacidad de respuesta del gobierno a las demandas de la sociedad. En suma, mientras que las demandas sobre el gobierno democrático aumentan, su capacidad no sólo se estanca sino que también se cuestiona la gobernabilidad. Es sarcástico, pero, al mismo tiempo, las democracias se han caracterizado por producir “un incremento sustancial en la autoridad gubernamental”.

La crisis —tanto en el orden nacional como internacional— nos lleva a la conclusión de que la democracia requiere ser examinada y transformada a la luz de las cambiantes circunstancias. La complejidad de los tiempos modernos sugiere que las democracias necesitan restablecerse así mismas y sus instituciones. Al examinar y repensar las premisas básicas de la democracia, se debe no sólo promover el fortalecimiento de la democracia, sino también contribuir a la reconstrucción de sus valores, entre los que destacan, como hemos dicho, la igualdad, la libertad y la justicia.

Esta metamorfosis requiere de la restauración del espíritu democrático. La tendencia de los gobiernos democráticos parece ser el incremento de sus acciones y el decremento de su autoridad. Sin embargo, el perfeccionamiento de la democracia no necesariamente debe significar el retroceso de su gobernabilidad. Para ello se requiere combatir no contra los molinos de viento, sino a monstruos genuinos.

Por estas razones, el fortalecimiento de la democracia estriba, hoy más que nunca, de la revitalización de sus valores que serán —como hemos escrito anteriormente— el hilo de Ariadna que, tendido por el laberinto, nos guiará para encontrar la salida.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.