Circulaba en redes sociales un meme con la siguiente pregunta: Si usted fuera un algo que hay en su refrigerador, ¿qué sería? Las respuestas iban desde el arroz añejo o la ensalada de antier, hasta el limón arrugado o los sobres de salsita que todos guardamos por meses.

El desperdicio se normalizó dentro de los hábitos de consumo de alimentos. Basta darse una vuelta por las zonas de comida de un centro comercial, donde el paisaje refleja mesas con sobros y platos apenas probados, sin embargo, esto es apenas el 26% del desecho que se produce a nivel mundial, ya que el mayor porcentaje lo aportan los hogares, llegando a ser el 61% del total estimado, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, PNUMA (2021). El restante 13% lo aporta el sector comercial, partiendo de los datos disponibles, ya que hay mediciones que aún se desconocen y países que del todo no las hacen.

El 29 de setiembre se conmemora, desde hace dos años, el Día Internacional para la concienciación de la reducción de las pérdidas y desperdicios de alimentos (PDA), como un llamado de atención por todos los recursos que se utilizan para producirlos, entre los que se cuentan la tierra, la energía, el agua, la cosecha, el transporte y la mano de obra. El impacto negativo por el desperdicio de alimentos se ha intentado cuantificar, sin embargo, los datos aún son difusos y las acciones para detener esta práctica son incipientes.

Cada costarricense desperdicia 72 kilogramos de alimentos al año o el equivalente a dos porciones de arroz al día. A lo largo de toda la cadena productiva, el país desecha una tonelada de alimentos diarios según el cálculo del Centro de Investigación en Economía Agrícola y Desarrollo Agroempresarial (CIEDA-UCR, 2021). Esa normalidad con la que se ha tomado la pérdida y el desperdicio de alimentos es directamente proporcional a la ignorancia de la población con respecto al impacto que tiene este mal hábito.

La Agenda 2030, en su numeral 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propone reducir a la mitad el desperdicio de alimentos porque el impacto al ambiente no es menor. Un reporte de PNUMA (2021), indica cerca del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero (GEI) está ligado a la comida desperdiciada en hogares, comercios y restaurantes. Si la pérdida y el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer emisor de gases más grande del mundo, después de China y Estados Unidos, (BID, 2022).

Según datos de la FAO, producir un tomate cuesta 13 litros de agua y una manzana, 70 litros. El vino requiere 120 litros de agua para producir una sola copa y la carne necesita 15.000 litros para producir un solo kilogramo. En gran medida, son las frutas y verduras lo que más se desechan y muchas de ellas son descartadas por su forma, tamaño o aspecto. Las manchas negras en los bananos, por ejemplo, hacen que este producto sea el que más se desperdicia en el mundo.

¿Es posible que tanto las cadenas de valor como los consumidores se comprometan con la reducción del desperdicio?

La propuesta de una estrategia nacional respaldada por el gobierno y todos los sectores afectados para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos, servirá como base para generar prevención y capacitación a toda la cadena de valor. Además de reducir la presión sobre la tierra, mitigar este impacto generará ahorros para los consumidores, bastante afectados por cierto por los aumentos de precio en los alimentos.

En algunos países ya hay acciones específicas que incluso están utilizando soluciones tecnológicas para reducir la PDA. Francia fue el primer país del mundo que desde el 2016 prohibió a los supermercados tirar o destruir los alimentos no vendidos y los obliga a donarlos a bancos de alimentos o a pagar multas. Más recientemente, en España se presentó un proyecto de ley construido con todos los agentes de la cadena de valor para sancionar el desperdicio.

El caso de China es un poco diferente. En abril del año pasado se aprobó la ley nacional para prevenir el desperdicio de alimentos y autoriza a los restaurantes a cobrar a los clientes por la eliminación de residuos excesivos de comida. Estados Unidos está discutiendo una nueva Ley Agrícola 2023 que permitirá hacer la transición a un sistema alimentario regenerativo, equitativo y circular y contempla programas de nutrición, agricultura y comunidades rurales.

Argentina cuenta con un Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdicio y lidera políticas y cooperación con el sector agroalimentario, desde el campo hasta el plato con énfasis en producción y consumo sostenible. Colombia aprobó en 2019 una Ley y una Política contra la pérdida y el desperdicio de alimentos la cual pretende incentivar la donación. El país midió toda su cadena de valor, desde la agricultura hasta el consumo y realizó talleres para reconocer los puntos por sector y por región.

De acuerdo con la FAO en su Informe sobre prevención y reducción de PDA en América Latina y el Caribe (2021), el abordaje legislativo responde a la relevancia que el tema está tomando. Además de Argentina y Colombia, en este lado del mundo Brasil, El Salvador, México —leyes estatales—, Panamá y Perú tienen avances, lamentablemente con un abordaje casi exclusivo sobre la donación de alimentos.

El Parlamento Latinoamericano y Caribeño, con el apoyo de entidades voluntarias, ha publicado un Proyecto de Ley Modelo para la prevención y reducción de la pérdida de alimentos, estableciendo prácticas éticas y responsables y la redistribución de excedentes no comercializables para la transformación en nuevos alimentos para consumo humano o de granjas, reciclar los alimentos mediante tratamientos que permitan la generación de energía y finalmente desechar lo restante mediante incineración o relleno sanitario.

En la línea institucional, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó un Manual de estrategias para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos en América Latina y el Caribe instando a los gobiernos y las empresas a identificar-medir-actuar. Este enfoque, según señala el Manual, es utilizado en el Reino Unido que logró una reducción de pérdidas y desperdicios de alimentos del 27% durante los últimos 15 años.

Por otra parte, a medida que la tecnología avanza, se han creado herramientas basadas en inteligencia artificial que pueden contribuir con la reducción del PDA en restaurantes, hoteles y cruceros. Desde el uso de software para gestionar las compras y el consumo hasta aplicaciones para ayudar a las grandes cocinas comerciales a reducir el desperdicio de alimentos.

Para el caso local, en Costa Rica aún no se cuenta con legislación en firme al respecto, aunque existen dos proyectos presentados y uno archivado. Desde el 2014 la Red costarricense para la Disminución de Pérdida y Desperdicio de Alimentos, cuyo coordinador es el TEC. Actúa como una plataforma multisectorial que convoca a cerca de 30 organizaciones del sector público, privado, académico y de ciudadanía organizada. Según consta en su página web, han realizado estudios de caso para conocer la situación en algunas agrocadenas, así como actividades de capacitación y sensibilización.

La información y la educación son claves para generar conciencia sobre los impactos. Es importante tener consumidores más conscientes (no desde la culpa sino desde el cambio de hábitos) y más interesados en ser parte de la solución. Queda claro que no basta solo con disponer de los excesos de alimentos para donar, debe hacerse un esfuerzo para que toda la cadena de valor pueda tomar medidas preventivas y educativas para reducir los desperdicios. Sin embargo, esto es apenas el comienzo. Se requiere abordar la problemática de forma integral para lograr resultados progresivos.

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