La muerte, junto con la sexualidad, son a menudo considerados los tabúes primarios de la humanidad. Si lo pensamos objetivamente, podría resultar particularmente interesante que, siendo estos dos aspectos inherentemente naturales y comunes, la gran mayoría de la gente en el mundo no recibe —o recibe muy limitadamente— cualquier tipo de educación, capacitación o preparación al respecto.

Probablemente todas las personas en algún momento de la vida contemplan la idea de su propia muerte y, hasta hace relativamente poco en las sociedades occidentales modernas, los debates sobre esto eran individuales o con personas o grupos cercanos; incluso existen grupos de apoyo ante la muerte por condiciones específicas, no obstante, el diálogo y la discusión de la muerte como experiencia física inevitable; como experiencia en cierta forma colectiva, y que merece un espacio en el ámbito público, ha ido cobrando relevancia conforme avanzan y crecen las consideraciones relacionadas con la eutanasia.

¿En qué condiciones preferiría morir? ¿Cuál sería la mejor o la peor forma de morir? ¿A qué edad preferiría morir? Estas son algunas preguntas que tal vez ya se han hecho. ¿Y qué pensarían si supieran que, en lo colectivo y como especie podemos, hasta cierto punto, influir en la forma en que morimos, e incluso, en la forma en la que nos podríamos llegar a extinguir?

Desde 1969 y hasta poco antes de su muerte en el 2013 el profesor estadounidense, Albert Bartlett, master y doctor en Física, impartió 1742 veces una charla sobre aritmética, población y energía que constantemente actualizaba con la información y las investigaciones más recientes.

El Dr. Barlett estaba adelantado a sus contemporáneos, pero tarde en relación con el mundo a su alrededor, al atreverse a explicar que el crecimiento exponencial de la población es finito y que en algún momento —nos guste o no— la humanidad alcanzará cero crecimiento como resultado de las tendencias sobre el número de habitantes, así como del uso y la explotación de los recursos disponibles. Él presentaba dos listas: la lista A incluía elementos que ayudarían al crecimiento de la población, ya sea propiciando nuevos nacimientos o reduciendo la tasa de mortalidad, mientras que en la lista B se encontraban aspectos que tenderían a reducir la población.

De esta forma, en la lista A tenemos lo que promueve o mejora las condiciones para la procreación, maternidad, familias grandes, migración (incluyendo personas refugiadas y desplazadas), mejor acceso a la salud (medicina, salud pública y saneamiento), paz social, ordenamiento legal y derechos humanos, agricultura científicamente mejorada, prevención de accidentes, aire puro, y finalmente, ignorancia sobre el problema de la sobrepoblación y la sobreexplotación de los recursos. Por otro lado, en la lista B encontramos la abstención, métodos anticonceptivos, el aborto, familias pequeñas, detener la migración, enfermedades, guerra, asesinatos y violencia, hambrunas, accidentes, contaminación y desastres naturales.

Aliarnos con el crecimiento exponencial de la humanidad solamente agrava y acelera los problemas que ya sufrimos y que se viven cada año con mayor intensidad: brotes de enfermedades y pandemias; reducción en la capacidad del planeta para suministrar recursos alimentarios básicos; disminución del suministro de agua potable; baja en la calidad de vida en general y en la expectativa de vida; aumento de la población con enfermedades mentales debilitantes, así como de la proporción de personas descontentas con sus condiciones de vida; incremento de condiciones de clima extremo; aumento de la delincuencia y el terrorismo; mayor autoritarismo en los gobiernos en todos los niveles; disminución del apoyo para la educación y la investigación científica, entre otros.

Para profundizar en este tema recomiendo leer el artículo A Scientist’s Warning to humanity on human population growth.

Decía el profesor Barlett que, debido a que el decrecimiento era inevitable, si nosotros como sociedad no nos atrevemos a decidir cuáles aspectos de la lista B preferimos, la naturaleza y el azar se van a encargar de escoger por nosotros.

En los últimos meses contabilizamos una pandemia, inundaciones incluso en países como Alemania —que típicamente no reportan problemas extremos en ese aspecto—; problemas de calor extremo que ya han conducido a la muerte de más de 500 personas en España, mientras que otros países europeos como Inglaterra y Holanda, el calor está llevando las carreteras, líneas de tren y puentes al borde del colapso, con incendios, levantamientos y hundimientos. Australia ha visto incendios forestales producto de las olas de calor, para sólo unos meses después enfrentarse a fuertes inundaciones; la costa oeste de los Estados Unidos y gran parte de la Amazonia en Brasil en llamas. Y sólo hace unos días, Inglaterra observaba en el horizonte temperaturas que le habían sido pronosticadas para el año 2050.

Quizás menos visibles o cercanas nos resulten las condiciones climáticas en China donde los techos han llegado a derretirse en estos días, o las de India, donde las aves simplemente caen muertas del calor, como muertos del calor se pueden encontrar en las calles perros, gatos y vacas. O tal vez muy lejanas nos parezcan también las crisis socioeconómicas y políticas de países como Sri Lanka, Iraq, Irán y Turkmenistán, por mencionar algunos.Y todas estas condiciones agravadas aún más por una guerra de dimensiones mundiales que analicé en otro artículo recientemente.

Hoy en día, el Dr. Barlett no está solo, a la fecha más de 14.500 científicos y científicas de todo el mundo conformamos una alianza mundial (AWS, por sus siglas en inglés) consciente de la obligación moral de la comunidad científica —y de cualquier persona responsable— de advertir a la humanidad, con información veraz, clara y transparente, de las amenazas de catástrofe que se están acelerando debido a la negligencia e inacción de los gobiernos, el sector privado y el público en general.

Revisando de nuevo la lista B, los aspectos relacionados con el control y disminución de la natalidad parecen ser el menor mal, y se deben de sumar paralelamente esfuerzos para reducir el consumo de recursos y promover el consumo inteligente y sensible por parte de la población ya existente, yendo más allá de lo individual para realmente impactar las áreas comercial e industrial. Ciertamente, si pudiera escoger, no querría pensar que la próxima extinción masiva presenciará la muerte de billones y billones de personas en condiciones inhumanas provocadas por guerras, desestabilidad social, falta de recursos para sobrevivir o en medio de desastres naturales cada vez más extremos.

No exageraba hace un par de semanas el secretario general de la ONU, António Guterres, cuando decía que la humanidad tiene frente a sí una decisión qué tomar: acción colectiva o suicidio colectivo. Es momento de decidir y actuar sobre las situaciones en las cuales aún podemos hacerlo, si no queremos que la naturaleza y el azar nos lleven hacia los peores escenarios posibles.

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