Desde este rincón del mundo y durante el mes de agosto celebramos por todo lo alto la figura materna. Sin duda, son muchas las mujeres que se alojan en nuestra vida como tal. Según la escritora Guadalupe Nettel, las madres también son las tías, las abuelas, las amigas, las madrinas, las nodrizas, hay miles de figuras maternales en la sociedad y son como vestigios de lo que teníamos antes, una crianza colectiva, más parecida a las formas naturales de los mamíferos.
Considero un buen momento para mencionar, sin caer en mitos femeninos, que ser madre implica una labor magistral. Muy parecida a una enredadera, volátil desde la raíz, con una capacidad de adaptación única en su especie. Entretejida de intuición y sutileza; al mismo tiempo que da sombra y protege su ecosistema.
La maternidad no existe sola. Habita en una esfera biológica con instrucciones complejas y configuraciones que nos vienen impulsando desde hace miles de años. Es la suma del conocimiento femenino, fuente inmensa de sabiduría, que nos acompaña a lo largo de la vida. Precisamente la antropóloga Helen Fisher se refiere a esta labor femenina como un impacto considerable —las mujeres tienen mucho talento para la palabra. Durante miles de años han educado a sus bebés con palabras y eso se traduce ahora, por ejemplo, en una mayor presencia en el mundo de la comunicación o en el de la justicia—.
Felicito a las mamás que celebran este día con el corazón abierto y aquellas que lo intentan desde el nicho de sus circunstancias. Hoy, con ánimo por honrar mis raíces elogio a mi madre y a todas las mujeres que han pisado el camino mucho antes que nosotras. Ellas, hijas también, han dejado un camino ancho, pavimentado de aciertos y desaciertos.
Todo esto para traer a la memoria a mí abuela materna Eida con esta fotografía, quien disfrutaba cuidar de su jardín, un espacio que le pertenecía por derecho. Hoy encuentro la belleza sublime en los sitios que habitó y el suave murmullo de su voz. Tuvo nueve hijos.
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