Según el observatorio de la violencia del Ministerio de Justicia y Paz, la mitad de las víctimas por homicidios dolosos en el 2021 tenían entre los 20 y 35 años e indican que, del 2020 al 2021, estos sucesos van en aumento.

A la luz, o en su ausencia de la misma, del escalofriante suceso, que estremece a madres, padres, hermanas y población en general, en el cual personas jóvenes fueron víctimas mortales de un asalto en la ciudad de San José, durante este mes que finaliza, la necesaria reflexión debe alumbrar nuestro camino para trascender y accionar, para evitar que las poblaciones más vulnerables, sus familias y todo el tejido social sigamos siendo víctimas de problemas que requieren soluciones integrales, porque sí, aquí las víctimas somos todos.

¿Queremos encontrar responsables? Por supuesto, pero en este caso la respuesta es más compleja, dolorosa y frustrante de lo que cualquiera podría esperar, incluso al saber que uno de los sospechosos de los delitos, es un ser humano menor de edad según el reporte de la OIJ.

Y entonces, ¿cómo un ser que a penas entra a la adolescencia podría ser capaz de cometer tal acto? También podemos ver la situación desde otra arista y preguntarnos ¿qué situaciones de vida han incidido en un ser humano para que sea capaz de comportase de maneras tan violentas? Ciclos intergeneracionales de violencia y rechazo, incapacidad para encontrar mecanismos dignos de subsistencia económica, una imperante falta de consciencia de la importancia del cuido, por parte del género masculino y una pésima planificación urbana, saltan desde el posible abanico de respuestas posibles.

¿Por dónde empezamos? Definitivamente es el momento para reconocer que los problemas que acarrea la violencia son de carácter estructural, multivalentes, y que van desde lo micro hasta lo macro, en el desarrollo individual de las personas, sus familias y comunidades.

Una línea de partida incluye a la violencia intrafamiliar, el empobrecimiento cultural y económico, la exclusión educativa, la eterna competencia entre la academia y el empirismo que influye, por supuesto en la creciente dificultad que enfrenta la juventud (que cabe destacar son de las poblaciones más vulnerables a la violencia) para insertarse laboralmente en nichos de mercado en sus contextos sociales. Se quiera admitir o no, los responsables no solo son los encargados a lo interno del hogar; el Estado, su institucionalidad y los gobiernos locales (porque el diseño espacial-territorial, la falta de iluminación, y la vigilancia natural de los espacios citadinos, es responsabilidad del gobierno local) también tienen cuota en esta deuda, y a estas alturas, el saldo que nos deben como sociedad no es poco.

Prevención, esa es la palabra clave. Prevenir en vez de lamentar, para los que van por el buen camino, para los que ya se salieron de él, para los que aún buscan soluciones y estrategias que estimulen un tránsito por la vida menos opaco. Esta sencilla y nada nueva reflexión es para esas personas.

¿Cómo prevenimos? Aunque los caminos son múltiples podríamos mencionar, a groso modo, una ruta sencilla y aplicable —mientras nuestro gobierno decididamente acciona de manera concreta y rotunda— que cada ser humano que esté leyendo estas palabras puede aplicar.

Lo que usted también puede hacer para fortalecer las redes de cuido y sentido de pertenencia tiene que ver con cuestionar y replantear preguntas cotidianas, por ejemplo, cambiar el ¿cómo está? Por un ¿cómo se siente? Reconocer que nuestras propias emociones son el primer camino para fortalecer el sentido de cuido y pertenencia, porque tal vez, esto nos pueda llevar a ser más compasivos como seres humanos y a ofrecer, si se puede, oportunidades a esas personas menos favorecidas. Mientras reconocemos que también es nuestra responsabilidad la de habilitar los espacios, reportar los bombillos inactivos de las fuentes de luz callejera, y hasta detener el auto ante aparentes situaciones de violencia.

Finalmente, insisto, posicionar el sentido de cuido desde lo que hoy sentimos, puede ser el primer paso para incidir en cambios paulatinos que nos alejen de este momento en el que no queremos estar, y para sentirnos cuidados, debemos sentirnos escuchados, y para ser escuchados debemos de poder saber expresarnos y para saber expresarnos necesitamos reconocer que es lo que queremos decir.

Y no, probablemente más policías en las calles no sean la solución, más si carecen de habilidades investigativas sólidas. Mientras se articula el gobierno central, el local y la empresa privada para hacer un solo frente contra las complejidades que la violencia presenta, la escucha activa, el diálogo, y el reconocimiento de oportunidades locales para las personas jóvenes serán fundamentales para evitar caer en el juego de arrebatos en el que hoy nos encontramos.

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