La noche anterior, cuando te avisamos que íbamos para el torneo, hubo mucho llanto y trompas:

No quiero ir”

“Yo no estoy preparado”

“¿Y si pierdo? ¿Y si los demás se burlan de mí? ¿Y si me equivoco?”

“Estoy nervioso, me duele la pancita”

De poco sirvió decirte que el profesor del club de ajedrez nos había asegurado que estabas tan listo como cualquier otro niño de preparatoria. Nadie esperaba que fueras Kasparov, era solo para familiarizarte con la dinámica de estas cosas.

Pato: al toro, por los cuernos. Si no querés pasar toda la vida huyéndole al miedo, perdido en recovecos con tal de no enfrentar, sintiendo miedo del miedo mismo; no queda más que pararse al frente, con todo y los nervios y susto y el dolor de panza. Pasa rápido, te lo prometo.

De cinco partidas, no ganaste ninguna. En dos, llegaste a avisar que “No se presentó el contrincante” y te dieron medio punto por cada una. Papá me explicaba qué pasaba en las demás, porque de ajedrez yo no entiendo nada.

En otras dos, uno de los niños te preguntó si podía mover las piezas por vos. Otro, te dijo como mover las tuyas. Y vos, en tu inocencia, accediste. Obvio, perdiste.

Patito, acordate siempre: Cuando se tiene la honestidad de un conejo, no se hacen tratos con tigres.

En la final, te hicieron trampa, descaradamente (o eso me dijo papá). Podías haber llamado al árbitro, levantando la manita. Pero vos solo sabés cómo se llaman las figuras, cómo se acomodan y para dónde se mueven. No sabés lo suficiente para explicar qué pasó, aunque sí te diste cuenta que algo había pasado y que no era justo.

Pato, eso pasa. Pasa en el torneo y en la vida. Y toca escoger cuándo nos echamos el pleito y cuando no. Que no se te olvide nunca: no se pelean las peleas que te puedan sacar del ring.

Al final te dieron medalla por participar, no por el cuarto lugar, como vos creíste. Quedaste en los últimos lugares de la clasificación de tu categoría. Pero estabas feliz. Llevaste la medalla al kinder para que la vieran los demás.

Yo, en cambio, me quedé preocupada: ¿Cómo te enseño a perder en un mundo que privilegia al éxito y a los ganadores? ¿Cómo te veo llorar de miedo o de dolor por perder? ¿Cómo te consuelo cuando me decís que tu compañero ahora tiene otro mejor amigo y que no sos vos? ¿Cómo acepto que la vida duele y que hay dolores de los que no puedo ni debo protegerte? ¿Cómo te obligo cuando vos me decís no quiero-no puedo-tengo miedo? ¿Cómo te veo equivocarte sin intervenir para allanar las cosas?

Te podría decir que todos nos equivocamos, todo el tiempo. Puedo restarle importancia a las derrotas. Decirte que los errores son parte de nuestra naturaleza humana y por eso, son parte de la vida, algo esperable, que aprendemos de ellos y los respetamos.

Por ejemplo, que solo por ir, ya le ganamos al miedo. Por sentarte en esa mesa, por acomodar el tablero, por levantar la mano para avisar que el otro no llegó. Por enfrentarte a la adversidad.

Pato, mi amor, también tengo que decirte que, a veces, por más esfuerzo, por más práctica, por más empeño, simplemente se pierde. A veces las cosas simplemente no salen como queremos. Y no queda más que aceptar la pérdida y llorarla, porque no podemos cambiar la realidad, si acaso, a veces, con mucho esfuerzo, podemos negarla. Pero la realidad siempre nos alcanza.

Mientras tanto, seguiremos yendo a todo, para que conozcás las derrotas y te acostumbrés a ellas; para que veas a otros ganar y que te ganen. Para que reconozcás en tu cuerpo las señales del miedo y te podás sobreponer a ellas. Para que te des cuenta de cuándo fue un error y de cuándo, simplemente, alguien tenía más talento que vos. Leeremos sobre los grandes sueños de la historia y qué pasó con ellos, quién ganó y quién perdió, pero en lo que realmente importa. Descubriremos que las derrotas no se quedan siempre con vos, llegan, se quedan un rato, pero también se van. Siempre hay otra oportunidad. Y que hay victorias que saben a cartón.

Felicitaremos con sinceridad al que gana en buena lid, acompañaremos con cariño al que pierde y si sos vos, pues seremos humildes en la victoria y magnánimo en la derrota. Aprenderemos a pasar la página, sacudirse el polvo y a seguir, con la misma irremediabilidad e insistencia de la vida misma.

Patito, aunque la sociedad que te rodea te diga lo contrario, ganar no lo es todo en la vida. Se lo leí una vez a un poeta:

Hay cierta dignidad a la que no tienen derecho los vencedores".

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.