El camino a las pasadas elecciones, desde los primeros eventos de campaña hasta los últimos debates presidenciales, han cobrado un precio muy alto al espíritu del costarricense. Hemos llegado a la meta golpeados, desmoralizados y descontentos por y con la clase política del país. Esto se ha visto reflejado en el alto abstencionismo y en los comentarios hechos en sobremesa con familia y amigos. Sentimos que los potenciales líderes del país no representan los intereses del ciudadano de a pie y/o distan de las competencias ideales para un gobernante. Hemos quedado con un sabor realmente amargo en nuestras bocas.

Este sentimiento puede que el tiempo lo alivie un poco, si el gobierno entrante demuestra seriedad, compromiso y diligencia. Lo que queda claro es que es importante usar este tiempo para reflexionar sobre nuestra identidad, sobre cuáles creemos que son los valores del costarricense, sobre hacia dónde queremos ir como sociedad y sobre qué vamos a hacer al respecto.

Una de las tareas más grandes que tenemos como humanidad es lograr una adecuada mitigación y adaptación al cambio climático, para contrarrestar sus efectos negativos. Si los países no aceleran sus esfuerzos de manera importante en los próximos años para reducir sus emisiones de carbón, petróleo y gas natural, no podremos mantener nuestro objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados. Esto es vital porque al cruzar este umbral, los peligros del cambio climático crecen de manera importante, incluyendo una agudización de las inundaciones, las sequías, los incendios forestales y el colapso de los ecosistemas.

El último reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), publicado el pasado 4 de abril, nos dibuja una hoja de ruta clara para que podamos alcanzar los objetivos del Acuerdo de París en los próximos años. Si bien el primer y segundo reporte, como parte del Sexto Informe de Evaluación del Grupo, nos explican la ciencia física detrás del cambio climático y el impacto que tendrá en nuestra capacidad de adaptarnos a él, este tercer reporte nos aterriza en las acciones requeridas para contrarrestar estos cambios a tiempo, lo cual es lo más importante.

El citado informe ofrece un poco de esperanza, al establecer que, aún si las emisiones de combustibles fósiles continúan incrementando, la tasa de crecimiento muestra señales de desaceleración. Además, el reporte menciona que los países parecen ir poco a poco adoptando más políticas climáticas que muestran ambición y compromiso con el Acuerdo de París, como por ejemplo abandonando planes de construcción de nuevas plantas de carbón y la exploración de gas natural, moviéndose más bien a fuentes de energía limpias. Los costos de los paneles solares y de las baterías de iones de litio para vehículos eléctricos han decaído en un 85 por ciento y el costo de las turbinas eólicas se ha reducido a menos de la mitad. Sin embargo, queda mucho más por hacer; es importante recalcar que no estamos ni cerca de alcanzar la meta límite para frenar el incremento de la temperatura que se estableció años atrás, y la media anual de emisiones de gases de efecto invernadero en los últimos diez años sigue siendo la más alta en la historia de la humanidad.

Con esto en mente, queda claro, tal y como lo demuestra el último reporte del IPCC, que es importante, independientemente de quien quedó como gobernante de este país, que el nuevo gobierno tome nota de las recomendaciones que establece el reporte. El gobierno entrante tiene que hacer comparaciones y establecer si Costa Rica se adhiere a esta hoja de ruta muy clara, además de preguntarse cómo hará el país para asegurar su resiliencia y la exitosa implementación del Plan de Descarbonización, además del reciente Plan Nacional de Adaptación. Trabajar por adherirnos a estos compromisos no solo solidificaría nuestra reputación como un país modelo internacional en sostenibilidad (de la cual dependemos en gran parte para incentivar el turismo y la inversión extranjera), sino que también se traduciría a una recuperación significativa de los efectos de la pandemia en materia de empleos verdes, una generación de recursos mediante nuevas oportunidades económicas —como los “nómadas digitales”— y un fortalecimiento de nuestra resiliencia vis-a-vis los efectos del cambio climático.

El calentamiento global no se suspende o pierde vigencia con las elecciones nacionales y sus terribles consecuencias no se atenúan dependiendo de quién las gane.  Que este mes de la Tierra sirva para que nos reenfoquemos en nuestro objetivo final como humanidad, el cual es sobrevivir. Esto va más allá de ciclos electorales, promesas en campañas políticas o días específicos dedicados al planeta para recordarnos una vez al año que necesitamos ser más conscientes de nuestro impacto sobre el ambiente.  El gobierno entrante deberá tomar la estafeta del saliente desde el 8 de mayo y no desmayar en cumplir con los objetivos ambientales. Y la ciudadanía deberá estar vigilante de que eso sea así.

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