Colonialismo, externalización, desigualdad, y cambio climático; son algunos de los temas que me gustaría explorar aprovechando la publicación del sexto informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) a principios de este mes. El primer informe es del año 1990, y más de 30 años después, es la primera vez que la palabra “colonialismo” aparece en estos informes. Un paso importante hacia el entendimiento de la interrelación de naciones y las acciones históricas y presentes causantes del cambio climático o las esperadas para la mitigación y adaptación. Espacio de análisis crítico para evitar un accionar desde las mismas dinámicas de poder históricas.

 ¿Por qué es significativo?

Es probable que la adición de una palabra pueda parecer sin importancia, pero el contenido del informe es la base sobre la que el movimiento mundial de lucha contra el cambio climático se fundamenta. Su lenguaje final es analizado meticulosamente por representantes de 195 gobiernos, además, proporciona la base para conversaciones y negociaciones internacionales como COP27, la cumbre climática que se llevará a cabo en Egipto este noviembre.

Es así como debemos de reconocer que la aparición de colonialismo en este reporte, tiene un gran impacto, significa que funcionarios y científicos reconozcan y validen el gran papel que ha jugado el colonialismo en el calentamiento de nuestro planeta y la destrucción de ecosistemas.

Los procesos de colonización significaron la imposición de una pretendida modernidad por parte de civilizaciones supuestamente más avanzadas, mediante la dominación política, social y económica. El colonialismo se ha expresado a través de la explotación de recursos naturales, fuerza de trabajo o bienes culturales de los territorios y comunidades colonizadas, y a través del tiempo, su evolución lleva a que sea identificado en otras dinámicas de poder económicas, sociales y ambientales.

En el contexto climático, colonialismo es identificado como un factor impulsor de la crisis climática, y como un problema continuo que está exacerbando la vulnerabilidad de las comunidades y la desigualdad en las acciones para responder a la crisis climática. Actualmente, se podría calificar de colonialismo ambiental prácticas como, por ejemplo:

  • La externalización de la huella de carbono de los países más desarrollados, donde los efectos ambientales y costos sociales ​​de la producción en países en desarrollo no son compensados, y tienden a ser inferiores a su costo real. Es así como el consumo de los recursos y producción se da en los usuarios en países desarrollados, pero son los países en desarrollo quienes asumen el impacto real.
  • Países históricamente pobres y vulnerables suelen ser espacio para el vertido de residuos tóxicos y residuos de actividades productivas sin ser los responsables de su producción y consumo.
  • La explotación de los recursos naturales renovables por parte de países colonizadores en territorios colonizados o convenientes por su vulnerabilidad.
  • El comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, una estructura creada para controlar las emisiones de carbono e intentar limitarlas.

Con estos ejemplos, parece inevitable que la crisis climática se vincule con la persistente realidad del colonialismo, y resulta insuficiente plantear la descarbonización, pactos, políticas o economías verdes, sin considerar estas relaciones históricas de poder.

Hablar de colonialismo dentro del contexto climático no es nuevo, pero la validación en la plataforma de mayor referencia, en mi opinión, sí lo es. El papel del colonialismo en la creación de la crisis climática ha sido parte de la narrativa del movimiento por justicia climática durante décadas. Esta lucha se ha manifestado con una explosión de literatura que establece vínculos entre el cambio climático y el colonialismo. Los informes más recientes del IPCC se han encargado de compilar los hallazgos más significativos donde es posible ver una imagen completa.

El informe señala que actualmente no estamos actuando para evitar las peores consecuencias de la crisis climática. Pero lo que es más importante, el informe también nos dice que ya contamos con las herramientas para alcanzar nuestros objetivos propuestos, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad para 2030, alcanzar el cero neto para 2050 y asegurar un planeta más saludable y limpio.

En resumen, el sexto informe tiene un mensaje de urgencia. Las emisiones de gases de efecto invernadero deben comenzar a disminuir a más tardar para el año 2025, y debemos reducir en alrededor de 40% las emisiones para el año 2030, para alcanzar el límite de 1,5 °C. Aún en este escenario optimista, es casi inevitable que el umbral de 1,5 °C se supere temporalmente, y su impacto agravado será sentido globalmente.

En esta premura de acción, hay un gran poder en el señalamiento del IPCC, hablar de colonialismo no es mirar al pasado y detenernos, por el contrario, es una llamada para impulsar un actuar responsable, una herramienta para mitigar y adaptar de la mano de la justicia climática, una oportunidad para el empoderamiento de su historia y de la visibilización de las dinámicas de poder.

Y aquí, acerco este tema tan amplio como complejo a nuestra realidad, Costa Rica no ha estado exento a estas dinámicas de poder. A pesar de ser un país pequeño, ha logrado ser un país reconocido mundialmente por su responsabilidad ambiental. Este hecho, como lo he mencionado en otras ocasiones, es una oportunidad. En este caso, una puerta abierta para ser una de las voces desde el sur global, que críticamente señale en esta tan esperada como retrasada evolución a un modelo descarbonizado y de desarrollo responsable, las dinámicas de poder que no se originen desde la justicia climática y el reconocimiento de la externalización y el peso que cada nación ha tenido históricamente y a futuro.

La urgencia de acción, no debe ser un nuevo espacio para ampliar las dinámicas de poder, para hacer habitable este mundo solo para algunos, para hacer más ricos a los ricos, y perpetuar y profundizar la desigualdad y la pobreza en el sur global. Costa Rica tiene la capacidad y el espacio de llevar este mensaje a lo largo del proceso de esta década tan determinante para el futuro de la humanidad.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.