La mazorca se desgranó sin duelo. Del discreto encanto ruso escaparon, escarmentadas, Polonia, Hungría y la Republica Checa, acogiéndose a la OTAN en 1999; igualmente, ingresaron a la OTAN en 2004 Eslovenia, Bulgaria, Rumania, Eslovaquia y las repúblicas bálticas –arrebatadas en su momento por Stalin–.

La fea realidad de las esferas de influencia, el patio trasero de los que mandan –en particular cuando se tiene en bodega miles de cabezas nucleares y un sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU– acaso nos haga desconfiar de los entusiasmos.

A juicio de analistas conservadores de los Estados Unidos —incluidos varios halcones— una de las raíces del viacrucis de Ucrania ha sido la propensión de su gobierno a ingresar a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), y la de Occidente a alimentarla.

Todo sea dicho sin que dejen de horrorizarnos la agresión y los crímenes de guerra del Señor Putin.

Rusia —matrona temible, disminuida y nuclearizada sucesora de la Unión Soviética— asiste consternada a la expansión de la OTAN después ver caerse a pedazos su triste imperio, pero no la estima como un casus belli hasta que Ucrania y a Georgia son invitadas en 2008 a ingresar a la OTAN.

No por feas menos reales, las zonas de influencia de los mandones en la escena mundial, para el caso Rusia, fueron implícitamente reconocidas por los Estados Unidos y el Reino Unido cuando Rusia ocupó Crimea (parte de Ucrania) en 2014. Los garantes de la integridad territorial de Ucrania no respondieron militarmente.

¿Acaso olvidaron ingleses y americanos que en 1994 (Memorándum de Budapest), a cambio de que Ucrania entregara a Rusia mil quinientas bombas nucleares, habían prometido defender su integridad territorial?

Robert Gates, integrante del Consejo Nacional de Seguridad en cuatro gobiernos de los Estados Unidos, escribe en 2020:

el esfuerzo de los Estados Unidos de atraer a Ucrania y Georgia a la OTAN fue ir demasiado lejos. Dada su geografía e historia ambos países necesitan tener buenas relaciones con Rusia y el Occidente” (p. 275).

Gates, ex secretario de Defensa de Clinton y de George W. Bush, ex director de la CIA y titular de otras credenciales que podrían excluir toda sospecha de cercanía a Putin nos lleva a sopesar tres cuestiones:

  1. Para Ucrania y Georgia, la invitación a ser parte de la OTAN está lejos de ser prudente.
  2. Es crucial para Occidente apoyar la independencia de Ucrania y Georgia.
  3. Un gobierno ucraniano sometido a Moscú sería desestabilizador y alimentaría el expansionismo ruso.

A juicio de Gates, a pesar de los tremendos obstáculos que hubiera supuesto, Estados Unidos pudo haber intentado constituir una estructura de seguridad capaz, por una parte, de dotar de seguridades a los estados liberados del yugo soviético en Europa del Este y Europa Central, y, por otra, de no aislar a Rusia y empezar a integrarla al Oeste.

Ex secretario de Estado de Nixon, Henry A. Kissinger, no precisamente un pacifista, dijo en 2014, con ocasión de la invasión rusa a Crimea, parte de Ucrania:

Con frecuencia, la cuestión de Ucrania se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero si Ucrania quiere sobrevivir y prosperar, no debe ser un puesto de avanzada de ninguno de los lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos”

Anexar Crimea no es compatible con las reglas del orden mundial, agregó Kissinger. Pero es posible una relación menos tensa entre Crimea y Ucrania. Rusia reconocería la soberanía ucraniana en Crimea, y Ucrania reforzaría la autonomía de Crimea en elecciones con presencia de observadores internacionales. Kissinger subrayó que Ucrania no debe ser parte de la OTAN. Similar posición fue la del ex embajador de los Estados Unidos en la Unión Soviética, Jack F. Matlock Jr., también en 2014.

Bien entendido, Ucrania debe ser libre de escoger su organización política y económica. Kissinger aboga por una política similar a la de Finlandia, colaboradora de Occidente, independiente de Rusia, pero que cuidadosamente evita cualquier hostilidad institucional. En marzo de 2022 parece estar fuera de negociación que Crimea o, para el caso, las regiones del este de Ucrania ocupadas por Rusia, vuelvan a Ucrania.

Esperemos que europeos y norteamericanos, pese al terrible sufrimiento y a la ya obvia segunda guerra fría, influyan en Ucrania y en Rusia para lograr acuerdos que, en palabras de Kissinger en 2014, algún día nos lleven a una Ucrania que funcione como un puente entre Occidente y Rusia.

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