Hay tanto que la gente no sabe de acoso sexual que terminan confundiendo el problema con “sólo estaba coqueteando” y pensando que la solución está en la empatía hacia las mujeres de la propia familia. Decir: “yo también tengo hermanas” no arregla el problema.

Acoso no es sólo pensar que “la toquetearon”. Es acosada la hija adolescente que el amigo de papá ve lascivamente (“ve feo”), la estudiante a la que le tocaron la rodilla para subirle la nota del examen, la secretaria a la que el jefe le dice “cosita rica”, la mamá soltera a la que le ofrecen plata por sexo, la compañera de la universidad a la que metieron en un chisme porque no quiso con Fulano, la que recibe bromas de jalar la ropa en la escuela, la que tiene en sus redes sociales y WhatsApp fotos no pedidas de penes, la que consume sin saber bebidas adulteradas en la disco o el bar y la que recibe piropos no solicitados en la calle.

El acoso es en primera instancia OFENSIVO y NO DESEADO, son sus características primordiales, pero también es DISCRIMINATORIO y VIOLENTO. Generalmente se origina desde una posición de superioridad y recae en el elemento más débil: dos personas que abordan a otra en la calle, un jefe que condiciona el ascenso o aumento a un empleado, un profesor que demerita las opiniones de un alumno, un progenitor que agrede psicológicamente a sus hijos, etc. Y esto es hablando de forma neutral, pero cuando uno lee los ejemplos anteriores, no puede hacer otra cosa que imaginar hombres acosando a mujeres. ¿Por qué? Porque en lo que se llama “imaginario colectivo”, o sea en esos pensamientos que todos tenemos en común, en esas ideas que tenemos como sociedad, la mujer es siempre la débil.

Y efectivamente así es, pero en términos sociales únicamente. Es la misma sociedad la que lo ha provocado. Desde siempre la mujer ha sido invisibilizada, escondida, minimizada, maltratada y discriminada. Y aunque hoy las cosas han cambiado mucho, todavía falta camino. Una mujer no debería tener miedo de caminar sola, ni de dudar de si vestir tal o cual prenda, ni preguntarse si irá a conseguir un trabajo porque en la entrevista respondió que sí piensa ser madre prontamente, no debería tener miedo de levantar la mano, de preguntar, de hablar, de hacerse notar, de bailar, de emborracharse, de estar sola en la misma habitación que un doctor, nada de eso.

Y si usted es hombre y su fundamento para decir que el acoso no es nada es que “los varones también son acosados”, piense en la última vez que tuvo miedo de estar a solas en un consultorio con una doctora. ¿Nunca verdad?

Entonces, si como hombre no sabe lo que es el miedo, la inseguridad, la violencia, las amenazas, el chantaje, la hostilidad, la vergüenza y la culpa en razón de si tiene o no una vagina, no puede ni siquiera atreverse a comparar su situación particular con la situación general de las mujeres.

Un poquito de historia: hace 100 años casaban mujeres de 12 años con hombres mucho muy mayores; hace 70 años las mujeres no podían votar, hace 50 años las mujeres no podían ir a la universidad por decisión de su familia y hace tan sólo 30 años las mujeres no eran presidentas de la República. Eso tiene un nombre: exclusión y jamás se va a comparar con lo que un hombre haya vivido o vaya a vivir en toda su vida. Por eso es que tampoco “entonces que denuncie” es una razón válida para desaprobar el acoso, porque deja por fuera el hecho de que esto las obliga a enfrentar precisamente a sus agresores, mismos que por ignorancia van a omitir el sufrimiento psicológico, el aislamiento, las enfermedades físicas y el riesgo de perder la posición, el título, el trabajo, la honra, los derechos, la familia y la paz. Porque en un mundo de hombres y para hombres, el trato desigual hacia la mujer está garantizado.

Y pues sí, el hecho de que usted no acose a las mujeres de su familia no significa que éstas no serán acosadas por sus doctores, sus profesores, sus jefes, sus compañeros, sus choferes y ¿quién sabe? Tal vez hasta por su presidente.

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