En Un cuarto propio, Virginia Woolf se preocupaba por los anaqueles vacíos, los libros ausentes de aquellas mujeres que carecían de la independencia y libertad necesarias para dedicarse a la escritura.

Woolf y las escritoras contemporáneas son parte de una larga genealogía de mujeres que prevalecieron frente a dificultades “materiales enormes” e “inmateriales aún peores”. Jane Austen escribió Orgullo y Prejuicio en la sala de estar de su casa, escondiendo las páginas entre sus costuras cada vez que alguien entraba en la habitación. Alice Munro, ganadora del Nobel de Literatura, publicó su primera colección de cuentos, Dance of the Happy Shades, cuando tenía 37 años y admitió que optó por el género del cuento porque era una madre con niños pequeños y sin ningún tipo de ayuda, que temía que en cualquier momento alguna crisis apartara su atención de su trabajo.

Hoy, en medio de una tercera ola del feminismo, las mujeres en todas partes del mundo continúan luchando por derechos humanos básicos. Desafortunadamente, en el ámbito cultural, existe aún una lucha para que el trabajo de las autoras sea valorado, no como una especie de acción afirmativa, sino porque demuestra maestría del lenguaje y la imaginación. Porque, como toda la literatura universal, su obra representa los mejores ejemplos de fenómenos e ideas que interesan y retratan a la humanidad.

Un breve ejercicio para identificar la participación de las mujeres en la producción literaria del país encontró que solo un 30% de las obras literarias incluidas en las bibliografías nacionales compiladas por la Biblioteca Nacional en el periodo 2000-2005 correspondían a textos escritos por autoras. Esta cifra es consistente con el análisis rápido del catálogo en línea de la Editorial Costa Rica y Libros Uruk, donde las mujeres representan el 32 y 26%, respectivamente. Los datos no son exhaustivos, pero sugieren barreras personales y en la industria para la publicación de textos por parte de escritoras.

Irónicamente, la Encuesta Nacional de Cultura (2016) identifica a las mujeres como las mayores lectoras de libros en el país. Un 47.8% de ellas dice leer libros frente a solo un 38.6% de la población masculina. Las mujeres leen también en promedio más libros, al consumir en promedio 5.9 libros anuales en comparación con 5.2 libros en el caso de los hombres.  Sin embargo, la evidencia sugiere que estas lectoras tienen menos oportunidades de leer a escritoras o de encontrarlas en la oferta de libros del mercado nacional.

No existe tampoco una participación ni reconocimiento equitativo por parte de instituciones culturales, reflejadas en la asignación y composición de los jurados de premios literarios; la crítica literaria y, ni se diga, las academias de la lengua. La historia reciente nos ofrece un ejemplo.

En 2019, más de 100 autoras y autores firmaron una carta en la que denunciaban la desigualdad de género y el “machismo literario” de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.  Aclamados escritores criticaron la composición de los paneles, así como el hecho de que entre los finalistas se listaran a cuatro hombres y a una única escritora.  La respuesta de Vargas Llosa, Nobel de Literatura en 2010, no fue otra que intentar desacreditar las demandas de equidad como “fanatismo sectario y truculento” del feminismo.

El autor adujo que el único criterio para invitar participantes al festival sería el de excelencia literaria. Pero Gioconda Belli, la única mujer nominada al premio resumió el problema de esta defensa: “Los colegas escritores usan el mantra de la calidad como rasero. Yo me pregunto cuántos de ellos leen a las mujeres y les prestan la atención que merecen”.

A estas palabras, yo me permitiría agregar con algo de cinismo que no existe evidencia que nos haga asumir que el talento literario está distribuido estadísticamente de forma anormal en la población masculina por más que la cantidad de premios entregados quiera hacérnoslo creer.

El Premio Nobel de Literatura ha sido entregado a 118 personas, de las cuales solo 16 (13%) han sido mujeres. Muchas de estas escritoras han sido celebradas únicamente en décadas recientes. Transcurrieron 21 años entre el Nobel otorgado a la chilena Gabriela Mistral y el de Nelly Sachs, y 25 años entre el premio de Sachs y el Nadine Gordimer. Un cuarto de siglo en el que la máxima autoridad cultural en el mundo de la literatura no considero que el trabajo de ninguna escritora era meritorio de reconocimiento. El Premio Cervantes, uno de los más prestigiosos de la lengua española, comparte una realidad similar. El galardón se ha entregado a 47 personas, de las cuales solo 6 son mujeres.

Con respecto a los Premios Nacionales de Cultura, Aquileo J. Echeverría, en el periodo 2000-2020, las escritoras representan el 40% de los ganadores o menciones de honor del Premio Nacional en la categoría de poesía, un 30% en la categoría de cuento y apenas un 23% en la categoría de novela.

Si miramos la lista de lecturas recomendadas del Ministerio de Educación Pública en 2018, el principal contacto y referente literario para muchos niños de niños y adolescentes, apenas un 38% (114) de las obras son escritas por mujeres.

Al escondernos bajo supuestos criterios de “calidad”, renunciamos a hacer una lectura crítica del sistema, de las barreras que impiden la producción y promoción del trabajo de escritoras, y de las formas en las que continuamente les negamos valor. Es más, la tesis de la “excelencia” literaria conduce irremediablemente a la idea equivocada y a la aceptación pasiva de la literatura escrita por mujeres como algo inferior.

El monopolio de lo masculino sobre la literatura se ha roto, pero aún estamos lejos de un escenario en el que las oportunidades y la proyección de los artistas sea definido única y exclusivamente por su talento y la calidad de su trabajo.

Por este motivo, en 2017 iniciamos un círculo de lectura con una premisa sencilla: leer al menos una obra de cada una de las ganadoras del Premio Nobel de Literatura. Antes de iniciar con este espacio, yo podía nombrar a muy pocas “Nobelistas” y había leído solo a dos: Svetlana Alexiévich y Toni Morrison.  Sin embargo, podía nombrar a muchos de sus pares hombres y había leído a más de una docena de ellos, cuyos libros encontraba con facilidad en librerías. A pesar de contar con el mismo nivel de prestigio, los textos de las escritoras premiadas fueron verdaderamente difíciles de conseguir. Completar la misión fue posible solo gracias al apoyo de dedicados libreros independientes.

Perseveramos y las “Nobelistas” cambiaron mi experiencia como lectora. Descubrí estilos completamente distintos y narrativas poderosas que desmienten la idea falsa de que lo escrito por mujeres no es universal. Dejé de curiosear los estantes de librerías de forma pasiva y empecé a buscar de forma consciente. Empecé a gravitar más hacia autoras, descubriendo en mí no solo una necesidad de verme representada y de descubrir personajes más reales, pero celebrando y dejándome sorprender por una lista infinita de posibilidades y géneros. A la fecha, una autora nueva me conduce siempre a otra, que me da al menos tres escritoras nuevas que agregar a la lista de pendientes.

En aquellos tiempos, decidí también contar la cantidad de libros escritos por mujeres en mi biblioteca. Descubrí que en promedio los estantes estaban compuestos en apenas un 30%por libros escritos por mujeres. En ese momento nació La Mitad del Estante. El club está dedicado a leer y divulgar de forma exclusiva literatura escrita por mujeres. El espacio ha incorporado categorías distintas para promover la diversidad e interseccionalidad en las autoras que programamos. Es un proceso de autoeducación imperfecto, pero intentamos aprender y expandir poco a poco el universo de nuestras bibliotecas.

La lectura activa y crítica por parte de nosotros, lectores comunes, es esencial para promover y valorizar el trabajo de escritoras. Las editoriales, las librerías y la academia tienen una responsabilidad de rechazar la tesis falsa de calidad como excusa para mantener el contenido de sus estantes y catálogos sin cambio alguno. Pero si los lectores demandamos un cambio, las industrias culturales no tendrán otra opción más que adaptarse.

Me gustaría compartir esta experiencia de leer escritoras con ustedes y presentarles a una autora cada mes, con la esperanza de que ustedes también quieran que ocupen la mitad de sus estantes.

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