El pronóstico de las personas que padecen una inmunodeficiencia ante una infección por COVID-19 es mejor en comparación con los pacientes que tienen su sistema inmune totalmente funcional. Se ha planteado que el sistema inmunológico debilitado evita que se genere una respuesta exacerbada que provoca daño multiorgánico y conduce a las unidades de cuidados intensivos (UCI). Por el contrario, su sintomatología es similar a la del resfriado común tal como se ha descrito en la literatura científica especializada.

A pesar de lo anterior, sigue siendo prioridad buscar una terapia profiláctica que proteja a esta población, pues es obligación del Estado salvaguardar la salud de la población de manera equitativa. Estas personas son más susceptibles a enfermarse, y eso debe evitarse.

Un ejemplo importante son las personas con esclerosis múltiple (EM), una publicación de la revista European Academy of Neurology determinó que menos del 1% de los pacientes con EM en tratamiento aumentaron su riesgo de mortalidad al contagiarse con la COVID-19, sin embargo, la tasa de desmielinización se elevó mientras se recuperaban de la infección. Es decir, la mortalidad no aumentó, pero sí hubo secuelas y avances significativos en la enfermedad de fondo.

Así, prevenir una infección por la COVID-19 en estos pacientes tanto como en el resto de la población es necesario, aún cuando su respuesta a la enfermedad sea menos intensa que la de las personas inmunocompetentes.

En este contexto, la vacunación que se realiza actualmente es segura y necesaria para estos pacientes, pero, su exclusión en los estudios clínicos de las vacunas contra COVID-19 ha provocado que actualmente se desconozcan los efectos de las diferentes vacunas en estas personas. La efectividad es un punto controversial, pues las vacunas indicadas para estos pacientes son limitadas, y aquellas que pueden emplearse no necesariamente brindan una respuesta inmune adecuada para generar anticuerpos protectores contra la infección del virus. Esta problemática planteada es una realidad que se ha estudiado con otras vacunas, como la de influenza, en los años previos a la pandemia.

Los pacientes con su sistema inmune comprometido no generan la misma respuesta que una persona inmunocompetente, sus niveles en sangre de anticuerpos se reduce significativamente. Esta evidencia demuestra que es necesaria otra estrategia de protección, ya sea conjunta con la vacunación, o una alternativa más efectiva que suplante a la vacunación en estos pacientes

Los anticuerpos monoclonales son prometedores en esta área, ya que compensarían la deficiencia del paciente para generar sus propios anticuerpos específicos contra el patógeno, al administrarlos directamente en los pacientes, sin la necesidad de que ellos generen una respuesta inmune contra el virus.

Recientemente la Food and Drug Administration de Estados Unidos aprobó el uso de un nuevo medicamento que se dirige en esta línea. Consiste en una combinación de tixagevimab y cilgavimab, dos anticuerpos monoclonales de larga duración dirigidos contra la espícula viral S del SARS-CoV-2. Está indicado para personas inmunodeprimidas quienes no estén infectados por la COVID-19 en el momento o que no hayan estado en contacto con un caso positivo. Los estudios analizados por la FDA, disponibles en su sitio web, demostraron que la aplicación del medicamento en su población meta reduce en 77% las posibilidades de contagio por el virus, lo cual demuestra que es una terapia preventiva prometedora que debe evaluarse con tal de proveer con las mejores opciones profilácticas que sí garanticen protección y seguridad a los pacientes inmunosuprimidos.

Las autoridades sanitarias de país deben estudiar la respuesta de anticuerpos que tienen los pacientes después de ser vacunados, pues es necesario conocer la efectividad de la vacuna en los pacientes inmunodeficientes en Costa Rica, con el objeto de elaborar planes de obtención de tratamientos profilácticos congruentes con las necesidades de los pacientes costarricenses.

El esfuerzo de la vacunación nacional debe mantenerse fuerte, no solo para minimizar las muertes y las infecciones, sino para llegar a la inmunidad de rebaño que también minimiza el riesgo de infección para esta población. No obstante, es necesario contar con alternativas terapéuticas preventiva que sí garantice efectividad para los pacientes inmunosupresos.

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