La democracia electoral puede resultar en algunas ocasiones un juego triste. No debería ser, al menos en teoría, el mandato de una dictadura o plutocracia, y aunque se supone que sea el fruto de una decisión razonada, el resultado lo dicta principalmente una especie de lotería emocional que nadie controla; a la suerte de una publicidad o propaganda más o menos efectiva, similar a la que se usa para vendernos un nuevo artículo de consumo, un destino turístico o el último auto de moda.

Don Ricardo Jiménez creía que los ticos teníamos un instinto para protegernos, como el que usan las mulas de noche en los malos caminos, que parecen oler los precipicios para evitarlos. Desconfiamos, calculamos, rumiamos y rumiamos aquello que nos quieren vender hasta olfatear el peligro. Por supuesto eran otros tiempos, otras indecisiones. Aun así, lo que tememos muchos, cuando se acercan estas encrucijadas, es que hayamos perdido aquella brújula.

¿Desde dónde elegimos?

Hay un saco múltiple, aunque no precisamente variado ni alentador de ofertas y promesas electorales, y adentro puede haber lobos vestidos de ovejas, alguna oveja vestida de lobo; ¿medios lobos o medias ovejas? En fin, una verdadera caja de pandora.

Lo que definitivamente no hay es ningún mesías, ninguna fórmula mágica, nada que sea una pomada canaria para todos los problemas.

Hay que desconfiar sobre todo del que aparente ser una especie de ungido o iluminado de la "economía" o de lo que sea que se crea ungido cualquier candidato.

Es por ahí por donde siempre se asoma el populismo, por la habladuría sin sustento para llenar ese anhelo de cambio, un anhelo muy válido, pero que suele acabar en desilusión y más apatía cuando se les cree desde la A hasta la Z, como si nos fueran a llevar a una especie de tierra prometida, pero sin siquiera atravesar ningún desierto, como si en esta tierra árida no hubiera ninguna oposición o ninguna necesidad de bregar entre todos.

Confucio decía que alguien que no se sabe gobernar a sí mismo, tampoco sabrá gobernar a los demás; con esto elevaba el ejercicio político al nivel de ejercicio ético. En la actualidad, el ejercicio político se ha ido reduciendo a un ejercicio meramente administrativo sin mucha más exigencia que esa, sin ahondar en la transparencia e idoneidad de las personas que lo ejecutan, ni mucho menos en su cultura ni en su talante.

Al que nos diga que "se come la bronca", pues revisemos que tipo de "broncas" se ha comido o se ha esquivado en el pasado.  En política como en la vida, muchas veces el pasado es la única certeza que tenemos para orientarnos, aún a tientas, entre los barrancos y fantasmas, en medio de la incertidumbre.

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