El Informe sobre el estado del voluntariado en el mundo 2018 denominado, El lazo que nos une, es una publicación insignia de las Naciones Unidas que acertadamente definió a la práctica humana del voluntariado, de apoyarnos los unos a los otros como un recurso renovable.  Así es, un recurso que se puede restaurar por procesos naturales a una velocidad superior a la de su consumo, atributo que comparte con la energía proveniente de los rayos solares, el movimiento de las mareas, la generación eólica o la hidroeléctrica.

Si bien el voluntariado no se debe reducir al valor financiero de la suma de horas y horas de trabajo, lo cierto es que un ejercicio rápido puede ayudarnos a dimensionar su impacto cuantitativo, ya que, según el informe citado, el aporte de los voluntarios llega a equivaler a la labor de 109 millones de trabajadores a tiempo completo, cifra que supera a muchas industrias mundiales del mayor nivel. De este gran total de horas, un 30% corresponde a voluntariado formal gestionado y promovido por organizaciones, mientras que el restante 70% podría catalogarse como voluntariado informal, el cual, es llevado a cabo por individuos comprometidos que donan su tiempo, recursos y talentos a una causa que ellos consideran noble o justa.

Las mujeres, por una diferencia de 14 puntos porcentuales, llevan la delantera en materia de trabajo voluntario, pues ellas realizan un 57% de las acciones frente a 43% de los hombres en la versión más formal de voluntariado. Este indicador, se vuelve todavía más marcado si anotamos que, cuando se trata de voluntariado informal, las mujeres son responsables de un 60%, en contraposición con el 40% masculino, lo cual nos muestra, de cierta manera, que las mujeres siguen estando mayormente representadas en contextos informales, los cuales, se caracterizan por un menor reconocimiento, apoyo o estatus a la hora de la realización de sus labores.

No cabe duda de que el voluntariado es fuente de satisfacción tanto para quien recibe la ayuda como para quien la brinda. Los psicólogos concuerdan en que la acción de dar desinteresadamente es una manera poderosa de construir y fortalecer relaciones humanas significativas. De esta manera, el voluntariado como actividad refuerza la empatía, fortalece nuestra autoimagen y nos ofrece una visión aproximada de la imagen que los demás tienen de nosotros. Estas emociones positivas contribuyen al bienestar del voluntario, quien encuentra en procurar la felicidad de otros seres humanos, también la felicidad propia.

Cierto es que la pandemia y el riesgo de contagio por COVID-19 asestaron un golpe a muchas de las actividades de voluntariado que se venían realizando regularmente de manera presencial, no obstante, siempre siguen existiendo múltiples formas de manifestar la voluntad de dar. Por otra parte, en el corazón de muchos voluntarios está la expectativa de volver a ayudar mano a mano como se hacía en tiempos pre pandémicos. Este interludio nos da la oportunidad de reflexionar sobre la forma en cómo se venía haciendo el voluntariado y cómo podemos aprender de esta reflexión para elevar su nivel de efectividad en términos de los resultados que esperamos obtener.

La tendencia es que las actividades más características de los programas de voluntariado están relacionadas a brindar aportes ambientales y de impacto social tales como la siembra de árboles, la limpieza de ríos y playas, las reparaciones de infraestructura comunal como parques y centros educativos, el rescate de animales, el cuido o atención de personas vulnerables como ancianos o población en condición de calle o abandono, la preparación de alimentos para sectores necesitados de la población o incluso, muy acorde con la época, la búsqueda de regalos para fechas especiales como la Navidad.

Ahora bien, si miramos con atención, la mayoría de las actividades de voluntariado están enfocadas en remediar las consecuencias que se observan “aguas abajo” y que están causadas por los problemas que están sucediendo “aguas arriba”, dicho de otra manera, todas las fuerzas voluntarias se están centrando más en paliar los efectos que en atacar la raíz.

La pregunta que nos hacemos entonces es: ¿Cómo podemos cambiar el enfoque y, por lo tanto, los resultados que se obtienen tras invertir ingentes cantidades de ese recurso renovable que es el voluntariado para redirigirlo a labores con mayor efectividad que ataquen el origen de las problemáticas que están aguas arriba? Veamos un ejemplo: supongamos que vamos a hacer una limpieza de playas una vez al año, todos los voluntarios preparados con bolsas, guantes y palas; durante la actividad se recogen muchos kilogramos de plástico y otros desperdicios que traen las corrientes y las mareas, eso es hacer voluntariado aguas abajo….

Por su parte, hacer voluntariado “aguas arriba” sería identificar si las comunidades cercanas a esa playa o los ríos que la alimentan tienen un sistema de gestión de sus residuos; implicaría conocer la ruta municipal del camión de la basura e identificar sus puntos ciegos de recolección; conllevaría proveer a los vecinos de información para que comprendan las consecuencias de lanzar sus residuos al río; significaría recabar información para conocer si tienen bolsas plásticas en sus casas, o quiénes son los líderes de esas comunidades que podrían convertirse en aliados de la prevención de la contaminación; se requeriría averiguar de qué ingresos depende la comunidad, ¿vendrán del turismo o de la pesca?; se necesitaría conocer ¿cómo les afectará en su negocio no hacer la separación de residuos en la fuente en el mediano plazo? O ¿qué enfermedades se pueden evitar si se reduce la contaminación por llantas o plásticos? O bien, ¿qué oportunidad hay de valorizar residuos en las comunidades cercanas? De esta manera, la misma cantidad de horas de trabajo enfocadas en la educación y la prevención podrían brindar resultados mucho más eficaces que esfuerzos dedicados a atender las consecuencias y limpiar.

Este mismo ejercicio práctico puede ser aplicado a la mayoría de los problemas sociales y ambientales como el desperdicio de alimentos, la deforestación, la inequidad, la violencia doméstica y de género y muchos más. Este año, en el Día Mundial del Voluntariado, deberíamos actuar propositivamente y no sentarnos a esperar a que las empresas nos inviten a participar de algún evento, o que nos den el transporte, el refrigerio y la camiseta. Demos un paso adelante en el desarrollo del voluntariado y comencemos a pensar qué podemos hacer “aguas arriba”. Estoy segura de que todos podemos ser parte de esa fuerza arrolladora del cambio, de la voluntad que se renueva cada vez que amanece.

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