“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.”

Allá por el 2015, Umberto Eco, el novelista y filósofo italiano, soltaba con acritud su opinión respecto a las redes sociales en unas declaraciones cargadas de lo que podría llamarse “esnobismo intelectual”. Las manifestaciones, parte de una entrevista concedida al diario italiano La Stampa, no fueron las únicas en la que Eco hacía patente su desdén por las redes sociales.

Más allá de ese esnobismo, la frase es valiosa en tanto recuerda algo ya de sobra conocido: las redes sociales tienen un enorme potencial para amplificar de lo que se dice en ellas. Todos hemos sido parte de ese fenómeno en el que publicaciones propias o de extraños alcanzan algún nivel de “viralidad”. Hemos sido testigos o actores en esas espirales gigantes de posts y tuits y reiteraciones que ayudan o destruyen con una velocidad y alcance que parece absurdo.

Algunas de esas publicaciones se habrán vuelto virales a causa de un tema polémico, alguna ocurrencia graciosa, y en no pocos casos, por el autor. Esto último no debería sorprender a nadie. No tiene la misma repercusión lo que dice un expresidente o un hijo de vecino. Tendrán el mismo valor, pero la realidad es que no todas las voces tienen la misma transcendencia. Y eso es a lo que voy. Cada uno es responsable de lo que dice, pero aquellos que se escuchan por encima del resto, tienen una cuota de responsabilidad mayor, digamos proporcional a su relevancia en la sociedad.

En menos de un mes he visto ya un par de tuits del profesor y comentarista Daniel Suchar que me han parecido verdaderamente preocupantes. En el primero atizaba la teoría de conspiración según la cual el interés detrás del famoso código QR (para comprobar la vacunación contra la COVID-19) iba a ser requisito para las elecciones del próximo año.

Esa frase final, ese “balón picando en el área”, es la gasolina que alimenta el fuego de las teorías de conspiración que tan rápidamente se esparcen por el ciberespacio. Esa parte del tuit sobra, se presta para “interpretaciones”, ese eufemismo con el que tratamos de distanciarnos de lo que decimos o publicamos cuando la torta es grande. Una duda honesta y genuina hubiera concluido en los signos de pregunta. ¿Para qué era lo otro?

En el segundo tuit, que tuvo el buen juicio de borrar, sugirió que el Poder Judicial, al que pertenece el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), está sometido a los vaivenes y voluntades de Casa Presidencial, y esa era la razón de la serie de allanamientos y arrestos realizados la mañana de este 15 de noviembre en múltiples domicilios y sedes municipales. Para más claro, sugirió que en Costa Rica no hay independencia de poderes, piedra angular de una sana democracia.

A Daniel no lo conozco, pero me parece buen tipo. Me gusta su estilo cuando es invitado a noticieros y programas televisión, pedagógico, orientado a enseñar. ¿Con qué necesidad entonces realizar estas publicaciones? ¿Para qué alimentar conspiraciones que atacan elementos fundamentales de las democracias como el ejercicio del voto y la independencia de poderes? Cierro entonces recordándonos a todos que las redes sociales nos dan el “súper poder” de alcanzar audiencias inmensas, pero como lo hemos aprendido del Hombre Araña: con un gran poder viene una gran responsabilidad.

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