Cuando se habla de democracia en el siglo XXI, se remite a la llamada democracia representativa. Este tipo de democracia, pese a haber ido cambiando desde su nacimiento hasta nuestros días, ha cargado frecuentemente, como un pesado inconveniente, la creencia de que su existencia se debía a un impedimento de poner en marcha otras fórmulas mejores. En la actualidad la democracia en cuanto sistema político propio de las sociedades modernas como la costarricense, enfrenta un cúmulo de retos que pueden ser tanto oportunidades como amenazas. Pero ¿cuáles son estos nuevos desafíos?

El primero consistiría en identificar las deficiencias deliberativas de la representación donde se trataría de fomentar la deliberación entre los propios ciudadanos y, en último término, de aumentar, pero a su vez garantizar la efectividad del surgimiento de vías de comunicación entre estos y sus representantes. El segundo reto apuntaría a la existencia de falta en el control político y en la rendición de cuentas. El tercero vendría dado por la carencia de una suficiente receptividad por parte de los representantes, es necesario fortalecer la línea de comunicación entre la ciudadanía y sus representantes, como un pilar esencial de la democracia.

La democracia representativa tiene una capacidad eminentemente activa. En este sentido, debe destacarse esta cuestión de enorme importancia que no es otra que el hecho de que la representación surge de la voluntad popular. Además, la representación política consiste en ser garante de la deliberación y sobresale por su papel como resguardo de control político de los representantes y de rendición de cuentas de estos. Sin embargo, en la actualidad, se demuestra un desinterés creciente por la política partidaria y por los procesos electorales (aumento de la no inscripción en los registros electorales, abstencionismo y aumento de los votos nulos y en blanco).

¿Es posible deducir de lo anterior un desinterés por lo público, por la política o por el interés personal? Aparentemente se podría concluir que sí, no obstante, es necesario tomar en cuenta que en los años recientes se ha ido construyendo una práctica ciudadana que ha extendido la noción de ciudadanía. Se han manifestado nuevas formas de ejercicio por parte de los ciudadanos como: nuevos movimientos sociales tales como feministas, ecologistas, consumidores, reivindicaciones étnicas, entre otros; además de nuevas formas de organización social.

Hay un ascendente desvío del monopolio de lo político por parte de los partidos políticos. Las modernas formas de organización del sistema político requieren amplios cambios porque ya no dan un adecuado balance de las crecientes demandas originarias de las nuevas formas de ciudadanía.

Se han dejado de lado los principios de la democracia representativa, puesto que se han introducido nuevos principios que aseguren una real y efectiva democracia. El concepto de participación ha ido descuidando su carácter crítico, revolucionario o amenazante para el status quo, y transformándose además de ir adquiriendo un carácter eminentemente instrumental. El accionar de la ciudadanía se transforma en fortaleza para la sociedad, donde se expresa la capacidad de expresión con respecto al destino de la nación.

La democracia se propaga con el comportamiento cotidiano de los habitantes. No aparece del aire, es algo que se construye (o eventualmente se destruye) en el día a día, por lo que es indispensable que se establezca su continuidad y profundización en la vida cotidiana por parte de cada persona, pero queda como desafío a las personas que se encuentran en la política.

De ahí entonces que se desea la solidificación de la democracia política, la base más sólida sobre la cual ésta puede sostener es la democracia de la cotidianeidad. La relación entre el Estado y la Sociedad Civil es, simultáneamente, productora y producto de múltiples relaciones que se forjan al interior del género social.

La democracia, así entendida, conlleva circular de las concepciones tradicionales de una democracia gobernada a una democracia gobernante, y avanzar desde la concepción liberal de una democracia que proporciona garantías a los ciudadanos hacia la concepción de democracia social, la cual se orienta hacia la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales de las personas y fortalece los derechos económicos y sociales de los integrantes de la sociedad.

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