Se dice que el liderazgo es muy difícil de definir, pero muy fácil de identificar. En la contienda electoral que se avecina, elegiremos al grupo de personas que liderarán al gobierno y al Estado costarricenses hasta el 2026 y, por efectos de inercia política, quizás un par de años más. Podríamos afirmar que en la primera ronda electoral de febrero y en la segunda ronda de abril, nos jugamos la década que, por cierto, ya lleva un par de años bastante desafiantes.

Hay algunos elementos del liderazgo que debemos buscar en las personas candidatas, y que ellas deben demostrar durante la campaña. Fundamental es la capacidad de visión, esto es, de entusiasmar con utopías y de ser capaces de imaginar sueños realizables. Un país como Costa Rica, en el transcurso de la última generación, se ha convertido en una entidad con marca y visión globales. Nos hemos convertido en robustos exportadores de tecnología y servicios para la economía digital. Hemos sido muy buenos atrayendo inversión extranjera y el turismo nos convirtió en un apetecido destino exótico en una industria cada vez más competitiva.

Pero lo logrado los 30 años anteriores, no alcanzará para los próximos 30. Ahora debemos imaginar, crear, innovar y emprender cómo exportar bienestar, paz, libertad, bioalfabetización, para un mundo que necesita, con carácter de urgencia, parecerse lo antes posible a Costa Rica al menos en la búsqueda de soluciones basadas en naturaleza, talento humano, capacidad de adaptación a las tendencias comerciales globales y a la economía verde. En suma, debemos pensar con agilidad cómo exportar liderazgo global Hecho en Costa Rica.

Los valores de quien lidere al país desde la jefatura del Estado también se manifestarán durante la campaña y debemos tener la agudeza para identificarlos. Si las personas candidatas son auténticas, valientes, capaces de priorizar lo urgente y lo importante, sensibles a las diferencias culturales, empáticas, versátiles utilizando el pensamiento sistémico, diestras en la solución de problemas complejos y optimistas, será crítico para lo que el país necesita durante el resto de esta década.

Tampoco será miel sobre hojuelas lo que se avecina los próximos 30 años para el país. Quien nos lidere también deberá emplear a fondo su talento humano para rediseñar, casi por completo, el sistema de educación pública que sucumbió en la pandemia a pesar del alto gasto público en ese rubro. Le venía haciendo falta al sistema educativo una remozada. La pandemia por COVID-19 obliga a repensar el sistema en su integralidad para que sea apto de formar una ciudadanía capacitada y adaptable hacia el año 2030 y más allá. Consideremos que una estudiante que ingrese el año entrante a primer grado obtendría el bachillerato en el año 2032.

Estamos ya bastante adentrados en la sociedad del conocimiento y los componentes que generan mayor valor económico tienen que ver precisamente con el talento humano que abunda en Costa Rica. Pero ojo, que un tercio de los hombres y la mitad de las mujeres entre 15 y 24 años se encuentran desempleadas según la OCDE. Esto incluye graduados universitarios, personas con estudios superiores incompletos, bachilleres de colegio, y personas excluidas de la educación secundaria. Un constreñimiento para el rediseño del sistema consistirá en vincular los grados de libertad con los que ha crecido la nación costarricense y la capacidad de traducir esa libertad en bienestar. Es fácil suponer que esos jóvenes desocupados sienten que algo ha fallado en ellos o en el sistema.

Podría pensarse que este análisis aplicaría igual para cualquier elección presidencial de los últimos 30 años. A diferencia de las décadas anteriores, aparte de la inteligencia intelectual, emocional y contextual que requiere la próxima persona que presidirá el país, también debe tener apertura, apetito y adaptabilidad a la inteligencia artificial. En todo quehacer humano donde intervenga la lógica, sea en cuestiones matemáticas, procedimentales o jurídicas, la automatización por inteligencia artificial provocará una profunda disrupción en la gobernanza digital de los estados, sus instituciones y los gobiernos locales. Esto sucederá querámoslo o no, porque esta industria tecnológica avanza a velocidad exponencial y resulta más eficiente que la gestión humana.

Así, preguntémosles a las personas candidatas en vísperas del inicio de la campaña electoral: ¿Cuáles opciones y consecuencias están dispuestas a considerar en gobernanza digital? ¿Cuáles actividades del gobierno estarían dispuestas a experimentar con prototipos informáticos? ¿Cuánta de su gestión estarían dispuestas a delegar en capacidades robóticas? Si quienes aspiran a la presidencia de la República no sienten la necesidad o urgencia de tocar estos temas, asumo que es responsabilidad de la ciudadanía crear espacios para formular estas preguntas a las personas aspirantes. Diría que aplica también para aspirantes a diputaciones. El mundo se verá muy distinto en 2030 a lo que conocemos hoy. Quienes nos lideren deben ser capaces de comunicar esos escenarios futuros y guiarnos en la dirección de los escenarios más deseables, evitando caer en los indeseables.

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