En un año y cuatro meses, hemos aprendido las medidas sanitarias para sobrellevar la pandemia como lo son: el lavado de manos, el uso de la mascarilla, el guardar la distancia, la utilización de alcohol en gel, etcétera. Estas acciones salvaguardan la salud de los ciudadanos y evita mayores contagios del virus SARS-COV-2. Sin embargo, la promoción de las medidas sanitarias que competen a la salud mental no ha tenido el mismo auge.
Y es que la pandemia ha desestabilizado los engranajes de nuestro equilibrio emocional. En la investigación “Salud mental y relaciones con el entorno en tiempos de COVID-19” realizada por la UNA, CCSS, MS y la UNED, se realizó una comparativa de 6786 personas encuestadas en octubre de 2020. Este estudio sucedió a uno realizado en marzo del mismo año. La investigación determinó que el número de personas que presentaba sintomatología depresiva aumentó considerablemente:
Un 61,0% de la población costarricense posee sintomatología depresiva y al hacer una comparación de la anterior medición con el estudio presente se constata un aumento del 50% en términos absolutos (pasando de un 10% en marzo a un 61% en octubre)”.
Asimismo, se realizó la segmentación en cuatro grupos de acuerdo a la afectación en la salud mental presentada y se concluyó que “el 32,1% de la población costarricense se ubica en el segmento 4, caracterizado verosímilmente por un nivel crítico de afectación en la salud mental a raíz de la COVID-19”.
Los datos mostrados son importantes para entender la realidad emocional en la que nos desenvolvemos. Sin embargo, muchas veces no se contabilizan, de manera oficial, los casos que familiares, amigos e incluso nosotros mismos vivimos día a día. Debo confesar que hace días siento tristeza por un grupo de Facebook donde se publica la angustia y la desesperación de estudiantes universitarios. La foto de perfil la conforma un famoso meme del ratón Jerry con su mano en la boca y lágrimas brotando de sus mejillas. Pareciera que el grupo decidió hacer uso del meme como recurso humorístico de aquel dicho que hemos aplicado tantas veces los costarricenses “reír para no llorar”.
Muchas de las publicaciones me hacen pensar que, si bien es cierto, las redes sociales no sustituyen, de ninguna manera, la atención profesional, el apoyo proporcionado tal vez es la única forma que tienen algunos de acceder a una de las cualidades más lindas del ser humano: la empatía.
El valor de la empatía como el poder identificarse con el dolor ajeno hace válidos los sentimientos del otro y como resultado se obtiene un progreso bilateral. Es un valor comunicativo disponible para ser puesto en práctica con total comprensión y asertividad y es el recurso por excelencia para combatir la afonía del dolor, es decir, la imposibilidad que tenemos los seres humanos para expresar nuestros sufrimientos con total libertad y sin miedo a juzgamientos.
Por lo tanto, se debe respetar la individualidad de cada persona y dejar de lado frases tan añejas como “hay personas que sufren más que usted” porque eso desacredita los sentimientos y normaliza el silencio como forma de expresar el dolor. Cada sufrimiento es único tanto en tiempo, forma y en la persona que lo vive. El no tratar de forma adecuada el estrés no solo trae repercusiones en la salud física, sino que además incrementa los niveles de individualismo y aislamiento al carecer de la seguridad suficiente para enfrentar el futuro.
Se torna necesario entender el equilibrio entre mente y cuerpo. Es urgente normalizar la psicología bien aplicada y entender que muchos de los sufrimientos por más que así lo queramos no se resuelven con consejos o buenas intenciones. Se deben crear espacios para promover la salud mental. De esta forma, se hace evidente que las instituciones educativas, como lugares de aprendizaje y formación, deben velar por el bienestar emocional del estudiante. Es fundamental que los docentes creemos consciencia en que las medidas, propuestas por la OMS, para cuidar la salud mental (realizar nuevas rutinas, interactuar de forma constante con su burbuja, planificar las actividades diarias y utilizar de forma adecuada las redes sociales) son tan importantes como el acatamiento de las normas sanitarias contra el COVID-19.
Por último, se debe acabar con la percepción tradicional del silencio como la mejor expresión del dolor sin importar si los sufrimientos dejan marcas permanentes en la piel o en el alma. Es hora de retomar la tutela de la salud mental que por tantos años ha padecido orfandad. Los cambios suceden, pero no solo requieren voluntad sino acciones concretas. Los moldes que la tradición ha creado muchas veces menoscaban la integridad de un individuo, sin embargo, la comprensión del derecho a expresar, sentir y a no sentirse débil por ello creará nuevas formas de apoyo, autoestima y dignidad.
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