A pesar de que, a lo largo de los años, las luchas por la igualdad de género ha dejado resultados, tanto pequeños como grandes, el día a día en el que vivimos, la sociedad todavía se encuentra muy desbalanceada en las oportunidades y en el trato que se les dan a las personas por su género y el campo de la salud es uno en los que se ven más afectadas las personas.

¿Cuándo será el día en que podamos decir que vivimos en igualdad de condiciones? ¿Creemos posible tener un futuro prometedor en el campo de la salud y en el que las próximas generaciones disfruten de una convivencia y de oportunidades equilibradas? ¿Somos capaces de cambiar el pensamiento individual y el colectivo para bien?

La discriminación por género se refiere a aquellas relaciones injustas basadas en prácticas institucionales e interpersonales donde miembros de un grupo dominante (habitualmente los hombres) adquieren privilegios a base de subordinar a otros géneros (habitualmente las mujeres) y justifican estas prácticas mediante ideologías de superioridad o diferencias (Borrell y Artazcoz, 2008).

Si hablamos de la salud femenina, esta se distingue principalmente por el papel que biológicamente protagoniza en la reproducción y todos los aspectos que esta abarca, llámense embarazo, abortos, menstruación, complicaciones, enfermedades crónicas y degenerativas, entre otros; y en países subdesarrollados la morbimortalidad de la mujer se debe, mayormente, a causa de su papel en la reproducción.  Sin embargo, el panorama más negativo en la salud de la mujer no va a raíz de sus aspectos biológicos, sino de la sociedad en la que vive y de su estructura basada en el machismo y en la supremacía del hombre por encima de la mujer.

La desigualdad entre hombres y mujeres se expresa en diferencias en el acceso a recursos, los grados de autonomía personal, las derivadas del papel que desempeñan en la familia y en la sociedad, la valoración y retribución social del trabajo e incluso la capacidad de decidir, planear y disfrutar la propia vida (Szasz, 1976). En una sociedad que se encuentra muy desarrollada en avances tecnológicos y científicos, nos presentamos como una humanidad sumamente atrasada en materia de igualdad y equidad y no solo en cuestión de género, sino también en relación a las diferencias étnicas, socioeconómicas, religiosas, entre otras.

Brindar un servicio de salud que garantice igualdad de oportunidades y accesos, que vele por llegar a cada región y persona sin importar ningún factor distintivo, que traspase las brechas y los estatutos de supremacía y que proteja, por igual, a las personas y se adecue al género y situación de cada quien; ese es uno de los mayores retos que tenemos como sociedad, como humanidad que busca el bienestar del otro y que lucha por tener una identidad de equidad y justicia.

Muy frecuentemente paso cuestionándome como futura profesional de la salud y también como mujer, como será el futuro de nuestra sociedad ¿Será peor o mejor a como estamos hoy en día? ¿Será que en la conciencia de cada uno esta ese chip de cambio? Llego a la conclusión de que la respuesta es muy incierta, el panorama apunta a tantas direcciones, existen pensamientos tan divididos en todos los ámbitos, aunque me atrevería a decir que estamos creando una humanidad más libre, con los ojos y con la mente más abierta ante las desiguales y ante las injusticias, una humanidad que busca la manera de hacerse escuchar y valer sus derechos.

Poco a poco podemos ir generando un cambio en la mentalidad colectiva, somos capaces de crear conciencia sobre aquellas cosas que no están bien y el en campo de la salud es aún más imperativo que seamos capaces de ir cambiando los pensamientos y las acciones desigualitarias que afectan de una u otra forma el bienestar y la integridad de las personas y del mundo.

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