Cuando tomamos una foto obtenemos una imagen de lo que vemos. Sencillo, ¿no? Una cámara digital, con diferencias menores en su construcción, va a grabar la imagen que viene desde el lente en una superficie sensible a la luz. La luz se registra en una matriz de microlentes que producen una señal eléctrica proporcional al estímulo lumínico. Esto pasa por un procesador que convierte esa señal analógica en una señal digital. Cada uno de estos microlentes es sensible solamente a una parte del espectro, rojo, verde o azul o RGB según sus siglas en inglés. Cada microlente suma un dato a una matriz de datos, que finalmente compone una imagen final.

Un dato es el resultado de alguna forma de observación. Medida o no, desde el casual “qué frío hace” hasta el voltaje preciso al que la luz azul estimula un sensor CMOS, un dato es la consecuencia de que alguien en algún lugar quiso informar sobre algún evento y trató de describir lo que ocurría, en lo que podríamos decir la unidad mínima de información posible. Y los datos tienen una relación problemática con la verdad. Para agregar, una foto es la consecuencia de que alguien quiso tomarla.

Volvamos a la cámara: tenemos entonces una ocurrencia: alguna fuente de luz alimentó una lente que registró a lo mejor de su capacidad las intensidades lumínicas y cromáticas y produjo una imagen. Los datos “crudos”, esos que no llevan ningún grado de procesamiento, sólo están sujetos a la calidad del aparato: una cámara de mejor construcción puede detectar luces más tenues, una de sensor más grande detalles más finos, y una de gran calidad que se ha deteriorado omitirá detalles que son visibles para otra. Ninguna cámara registra exactamente lo que tiene enfrente, sino lo que puede. La analogía va tomando forma.

La primera parte del sesgo invisible no es la subjetividad. La primera parte es la construcción, la tecnología. La hechura de la cámara es la que limita la captura. Y la cámara no puede hacer nada para remediar eso. Y las personas tampoco. Tenemos un rango de visión limitado, un espacio de atención limitado, una memoria limitada y además de eso tenemos que cocinar, comer, producir y todo aquello. Nadie es capaz de registrar todos los datos sobre todos los eventos en todo momento, ni sobre un evento particular.

Resulta que el problema digital no acaba en la captura. Una vez que el aparato produjo una tonelada de información cruda, la cámara convertirá esos datos en digitales, una suma de 010101’s que detallan qué debería aparecer en la pantalla. Y luego tenemos una infinidad de pantallas: televisores, computadores, leds, plasmas y todos los modelos posibles de teléfono, que interpretan cada pixel a su mejor manera. Y no termina ahí, tenemos millones de personas viendo todos esos datos, en una competencia por atención, a un ritmo que nuestra especie sencillamente no había experimentado en el pasado.

Es por esta suma de complejidades que nos enfrentamos hoy a un problema fundamental: ¿qué es verdad y cómo la navegamos?

La gente que es muy buena en física dice algo así como que uno no puede saber todo sobre un electrón, solo tener probabilidades de saber algo, su dirección o ubicación. Y aunque ese mundo subatómico no juega exactamente con las mismas reglas, tenemos que reconocer otra analogía. Lo más que podemos esperar es tener rangos de certeza.

Veamos un ejemplo más interesante. Recientemente veo repetido un argumento anti-vacunas: la vacuna es un tratamiento experimental. Yo creo que la divulgación científica es una tarea difícil y creo que quienes tratan de hacerla se merecen muchos premios. Cuando alguien dice “la vacuna es un tratamiento experimental”, nunca se molesta en describir qué cosa es un experimento. Y bien, la definición de experimento de Google reza: Prueba que consiste en provocar un fenómeno en unas condiciones determinadas con el fin de analizar sus efectos o de verificar una hipótesis o un principio científico. Un experimento en el lenguaje popular suele ser una suerte de invención, de la que no se sabe el resultado, riesgosa, mutante, insegura. En un laboratorio un experimento es una estrategia para observar. Quiere decir que se ponen las condiciones apropiadas para que un fenómeno pueda ser evaluado. Por ejemplo, cuando se prueban algunos medicamentos, una parte de la gente que participa (muestra) va a recibir la droga y otra el placebo. Y si el diseño experimental es de doble ciego, ni participantes ni investigadores saben quién tomó qué. Así pueden medir el efecto que desean verificar.

Para añadir complejidad, los experimentos no son todos iguales, tienen etapas: comenzando por establecer en el papel qué métodos y principios utilizar, luego realizar pruebas con niveles de riesgo muy bajos, y conforme esas arrojan resultados, se amplían a unas que serían más riesgosas, precisamente porque se escala desde el menor al mayor riesgo. Y evidentemente cualquier institución responsable hará los ajustes o detendrá del todo una prueba que parece tener riesgos inaceptables. Las vacunas que hoy circulan concluyeron entre 3 y 4 etapas de prueba, que es lo que hemos acordado, como comunidad científica, es suficientemente seguro. Entonces al arrojar “es un experimento”, el dato es como un pixel solitario y descontextualizado, sería el equivalente fotográfico de presentar 10 píxeles grises y decir que esa es mi mamá.

Cerca del año 1930 el fotógrafo ruso Alexandr Rodchenko tuvo una acalorada discusión con la editorial de la revista Levy Nef la forma en que se debería representar a la clase obrera en la fotografía soviética[1]. Rodchenko sostenía que no bastaba con reemplazar las figuras honorables de la dirigencia con personas obreras para darles esa nueva dignidad, sino que había que cambiar radicalmente el ángulo de toma para verdaderamente transformar esa representación. El dato parece ser más o menos el mismo, la misma persona obrera frente a la misma lente. Pero la forma en que se presenta es el centro de la discusión. Aún con las limitaciones de esta analogía (los datos serán otros al mover la cámara, aunque muy similares) podemos ver que no hay ningún dato que en su soledad pueda sostener un argumento completo. Son las matrices de datos y todas las relaciones que las articulan lo que nos puede dar una idea de cómo está operando un evento.

¿Por qué entonces abundan las discusiones de una línea? Los sick burns de la internet, en los que el expresidente Trump es tan experto. Principalmente porque son fáciles de recordar y reproducir. Pegajosos. Todo el espectro ideológico es tendiente a la sloganización, pero es particularmente intenso en los lugares más extremos y, según datos de The Guardian y otros medios, más frecuente (pero no exclusivamente) hacia la derecha y el conservadurismo.

Bueno y para arrojar algunos datos, la respuesta afectiva a encontrar información que contradice nuestra posición es potente. ¿Y por qué? En general nuestra especie ha dependido de la estabilidad durante milenios. Que el río esté donde lo dejaste ayer es fundamental para tener agua. Entonces por supuesto que nuestros sistemas nerviosos predicen la estabilidad y se sienten muy disconformes cuando hay cambios. El lugar del río no es una representación en nuestra mente, sino un lugar físico, orgánico en ella. Esto quiere decir que es más fácil neurológicamente seleccionar datos que apoyan nuestra posición que exponernos a más datos que la pongan en cuestión. En el fondo el efecto de esto sobre la gente es tan fuerte que confundimos lo que pensamos con nuestra misma existencia. Quiere decir que cuando discutimos quizás a veces nos jugamos la validez de nuestra participación en la vida en colectivo. Tal vez porque aportar información valiosa a nuestra comunidad ha sido una forma de agregar, de resultar igualmente importantes para el grupo.

Lamentablemente la oposición se convierte en un peligro intolerable. Y esta frustración fácilmente se convierte en violencia. Porque cuando los datos confrontan esa compleja amalgama entre mi ser, mi valor y mi pertenencia a mi grupo, la respuesta más automática es destruir a la portadora del dato, la persona que me reta y no abordar el argumento. Por eso un sick burn es un lugar común de la discusión en redes, nos restaura a la calma de nuestra certeza, no por vía de diálogo y construcción, sino porque destruimos la fuente del discomfort. Y por raro que suene, es normal que construyamos lealtades que están por encima de cualquier “racionalidad”, si eso es lo que nos ha hecho una especie exitosa, los lazos.

Nuestra respuesta afectiva no es un bug sino un feature. Nos avisa del peligro para que podamos sobrevivir. Pero podemos abordar nuestra alarma con compasión. Mi invitación es a la pregunta. Frente a un argumento que nos enfurece siempre podemos preguntar “¿Cómo?”. Le aseguro que cualquiera responde mejor a una pregunta relativamente honesta que a una invitación a la fuente de la Hispanidad.

[1] Thinking Photography. United Kingdom, Palgrave Macmillan, 1982. P 177.

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