Normalmente cuando existe un conflicto armado la opinión pública tiende en sentir empatía por alguno de los bandos implicados. Esto casi siempre ocurre cuando se presenta un desbalance de fuerzas entre los grupos que tienen una disputa. Con ello normalmente tendemos a apoyar a la parte más débil de un conflicto, dado a que deducimos por lógica que no tienen la misma capacidad militar y recursos económicos que su contrincante.
Otro factor, aunque menos influyente que el anterior, es la existencia de un largo historial de disputas entre los bandos. El relato histórico de un conflicto que se prolonga en el tiempo tiende a generar diversas opiniones que se contradicen entre sí en muchos casos. Dado a ello es muy común encontrar factores empáticos que procedan de hechos históricos interpretados de una u otra manera.
El conflicto árabe-israelí no huye en absoluto de los dos factores empáticos anteriormente descritos. Esta disputa militar se ha caracterizado por generar la mayor división de opiniones que cualquier otro conflicto militar desde el fin de la segunda guerra mundial.
La nueva ola de violencia desatada en Oriente Próximo entre las fuerzas armadas israelíes y las milicias palestinas ha vuelto a poner en evidencia dichas divisiones. Los medios internacionales señalan que el detonante del conflicto se encuentra en las disputas entre palestinos y diferentes grupos israelíes, entre ellos ultraderechistas y ultraortodoxos judíos, a causa de los altercados provocados en plena festividad sagrada de los musulmanes: el ramadán. El choque llegó a su punto más caliente el lunes 10 de mayo, cuando alrededor de 300 palestinos resultaron heridos por enfrentamientos con la policía tras el rezo en la mezquita de Aqsa, el tercer lugar sagrado para el islam.
La respuesta a estos incidentes se ha convertido en una catástrofe humanitaria para el lado palestino. Es innegable debatir que, sin el lanzamiento de cohetes de Hamás, tal vez esto no hubiera ocurrido. Pero lo cierto es que el conflicto entre palestinos e israelíes siempre ha contado con una respuesta asimétrica del lado israelí. No lo digo simplemente por el hecho de que Israel posea unos de los ejércitos más dotados y entrenados del mundo, si no por el simple hecho de que una ofensiva a gran escala en Gaza, un territorio que sufre un bloqueo comercial y con una de las mayores densidades poblacionales del mundo, ocasiona por sentido común una catástrofe humanitaria inmediata.
Gaza es un territorio de 385 kilómetros cuadrados y cuenta con una población de más de dos millones de personas. Por ende, tiene una de las mayores densidades poblaciones del mundo: 5.319 habitantes por kilómetro cuadrado. Además, cuenta con una población extremadamente joven: el 43% tiene menos de 14 años. No es exagerado afirmar que todos los habitantes de Gaza son potencialmente un objetivo militar, y aún más si tienen la desgracia de vivir alrededor de alguna sede, miembro o simpatizante de Hamás.
El gobierno israelí siempre se ha defendido de las acusaciones sobre la gran cantidad de bajas civiles que provocan sus bombardeos en Gaza. Su argumento consiste en responsabilizar a Hamás de utilizar como escudos humanos a la población, argumento el cual también utilizó para defenderse del gran número de bajas civiles que causaron las guerras contra Líbano.
Iñigo Sáenz de Ugarte, periodista y autor del blog Guerra Eterna señala en un reciente artículo que la expresión “escudos humanos” se refiere a unas características muy determinadas:
“Por ejemplo, si un grupo armado entra en una casa y obliga a la familia que reside en ella a permanecer en su interior para disuadir un posible ataque exterior”.
También argumenta que no se puede aplicar del mismo modo cuando se refiere a toda una ciudad o una región.
“En una región como Gaza es imposible que civiles y combatientes estén separados de forma nítida. Y eso no libera de responsabilidad a quien aprieta el gatillo”.
La asimetría del conflicto es incuestionable. Según datos de Naciones Unidas, desde 2008 hasta 2020 murieron 5590 palestinos por ataques israelíes, mientras que en el mismo periodo hubo 251 muertos israelíes por ataques palestinos.
Israel se defiende de los cohetes lanzados por Hamás con su impresionante Cúpula de Hierro, un sistema que detecta los proyectiles lanzados y los destruye si suponen una amenaza. Tiene un 90% de efectividad, según los datos disponibles y cada proyectil interceptor cuesta entre 50.000 y 100.000 dólares. A pesar de ello el sistema de defensa antiaérea no ha podido impedir la muerte de 12 israelíes, incluyendo dos menores.
Las milicias palestinas han lanzado en once días 4.340 misiles desde el enclave. La inteligencia israelí ha detectado mejoras en la tecnología de los cohetes, con decenas de misiles de un alcance de entre 100 y 160 kilómetros, capaces de atacar Tel Aviv y Jerusalén, el armamento palestino sigue siendo precario: según el Centro de Información sobre Inteligencia y Terrorismo, el 15% de los cohetes ha caído dentro de la Franja, y la mayoría de los cohetes lanzados tienen un alcance de unos 40 kilómetros.
El alto al fuego recientemente pactado entre el gobierno israelí y Hamás se produce tras once días de bombardeos sobre Gaza, y un saldo de 232 palestinos, incluidos 65 niños y 39 mujeres, y 12 israelíes fallecidos, dos de ellos menores, y más de 1.900 heridos. Ambos bandos seguirán justificando sus acciones bajo la premisa de la legítima defensa. Mientras tanto la guerra y el sufrimiento seguirán siendo caldo de cultivo para futuros enfrentamientos.
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