Desde hace seis meses mi hijo Emilio ensaya canciones en coro, y hoy en la mañana fue la presentación.

Te vi llorando - me dijo.

¿Yo? Tal vez - le contesté.

Sí. Lo que veo, siento o recuerdo me provoca emociones que comienzan en la sien, bajan detrás de la nariz, la boca, la garganta y se acomodan detrás del esternón. Ahí, un punzón hace que broten lágrimas; y cuando son fuertes, para controlarlas, tengo que abrir la boca porque se me cierra la garganta.

Sí, lloré al oír al coro.

Lloré de gratitud al verlos sanos, felices y con un mundo por delante. Ahí estábamos mamás, papás, abuelos y abuelas, todos felices de verlos bien. Porque no hay paz más grande que saberlos bien. Pero lo que Emilio no sabe es que esas lágrimas no eran solo para él ni para sus compañeros. Esa gratitud se volvió algo más metafórico, más existencial: sentí gracias por vivir en un país en democracia.

Las voces de los chiquitines eran adorables; no encuentro otro adjetivo. Verlos reír, cantar, aplaudir, saltar, saludar a sus familias con caritas de emoción desde su metro de estatura los hacía aún más adorables. Conozco el nombre de pocos, pero todos - aun sin conocerlos - me provocaron emoción y cariño. Debe ser eso de lo que hablan en el África subsahariana cuando dicen que toma todo un pueblo criar a un niño. Todos esos chiquitines, en ese momento, podrían haber sido de todos. Éramos un pueblo entero de mamás, papás, abuelos y abuelas.

Ese es el sentimiento que muchas familias costarricenses tenemos cuando pensamos en tantas familias palestinas. Para nosotros, Palestina no es Hamas. No nos vienen al imaginario hombres barbudos, armados y furiosos. Palestina son familias como las nuestras, con chiquitines que también ríen, cantan, aplauden, saltan y saludan a sus familias con caritas de emoción desde su metro de estatura. Chiquitines a quienes les ha tocado vivir en la zozobra, la miseria y la hambruna durante 77 años. No soy palestina ni tengo conocidos allá; nunca he estado en Gaza, pero no necesito esas conexiones para sentir solidaridad con el pueblo palestino.

Desde 1977, las Naciones Unidas declararon el 29 de noviembre como Día de la Solidaridad con el Pueblo Palestino. ¿Y qué significa solidaridad?

Solidaridad es una posición ética de apoyo al otro, al que necesita. Y durante 77 años - pero sobre todo en los últimos dos - el pueblo palestino necesita nuestro apoyo porque vive bajo el asedio de una fuerza de ocupación ilegal, inhumana, profundamente racista y barbárica.

¿Cómo apoyamos cuando no tenemos cargos públicos ni más voz que nuestro voto?

Nos solidarizamos informándonos, interesándonos por su historia y entendiendo por qué viven lo que viven a manos de un proyecto ideológico inventado en el siglo XIX por europeos.
Nos solidarizamos hablándoles a otros de Palestina, para que - aunque quieran borrarlos del mapa - no lo logren y su historia siga viva.
Nos solidarizamos marchando, enviando un mensaje claro: no están solos, pensamos en ustedes.

Y marchamos también por nosotros mismos: para sentirnos acompañados por otros que sienten la misma indignación. Estar indignado ante la miseria es una emoción política natural. La respuesta es marchar, caminar públicamente con otros indignados. A veces para pedir un cambio; a veces solo para mostrar apoyo. Este sábado 29 de noviembre también hay una marcha.

Así que, Emilio, lloré porque me encantó verte cantar, y oírlos a todos en coro. Pero también porque tu libertad me recordó la miseria en la que viven otros de tu misma edad. Niños que quizás se parezcan a vos, se rían como vos y disfruten las mismas fábulas o los mismos youtubers, pero que, a diferencia tuya, no pueden pedir gustos al desayuno, no tienen merienda y se acuestan con hambre.

Lloré por vos, Emilio. Y también por ellos.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.