El mundo avanza exponencialmente, la 4ª Revolución Industrial cambia la realidad diariamente.  El colapso planetario también es exponencial. En el antropoceno, los principales cambios planetarios son causados por nosotros, augurando el colapso de nuestra civilización. Mientras algunas universidades y billonarios apuestan a soluciones tecnológicas, el planeta pierde su mayor capital: la vida. Estamos ante una extinción masiva.

La naturaleza envía avisos cada vez más fuertes. Eventos climáticos extremos, erosión costera, colapso de la agricultura, deshiele o muerte de arrecifes no cambian nuestras prioridades de desarrollo económico, éstos han afectado mayormente a poblaciones vulnerables. En un último intento, ella envía un virus poniendo de rodilla a todos, ricos y pobres, famosos e invisibles, de todos colores, del norte y sur. Nos confinó y obligó a repensar prioridades. En pocos meses de vacaciones, nos mostró su resiliencia, su enorme capacidad de regenerarse y de seguir apostando en nosotros. Tenemos que percatarnos que somos naturaleza y no sus dueños. La naturaleza no nos necesita, sola se cuida; sin ella saludable, no existimos, por más riqueza monetaria y poder que hayamos amasado.

Con todo esto, políticos, empresarios, burócratas y hasta académicos están diseñando estrategias para regresar al modelo económico, que hace mucho está obsoleto, ya no es apto para la función para la cual se creó (si es que alguna vez lo fue). Un modelo extractivista, de crecimiento permanente, medido con indicadores absurdos como el PIB (que nunca midió “desarrollo”). Un modelo que ha excluido a cuatro mil millones, concentrando poder y dinero en menos del 1%.

El culpable es el sistema educativo y su reduccionismo, incapaz de entender la complejidad y prioridades. Podemos rastrear su origen hasta Sócrates y Platón, que propusieron que la investigación debería identificar claramente una pregunta, la hipótesis, y centrarse en encontrar una respuesta; Aristóteles y su 'analítica previa' o Descartes, que privilegió la razón humana sobre la naturaleza, permitiendo controlarla. Isaac Newton propuso que el universo estaba formado por cuerpos de comportamiento uniforme; las interacciones se limitaban a relaciones simples por las fuerzas ejercidas entre los cuerpos.

El reduccionismo busca entender un sistema desde sus componentes, para lo cual creamos disciplinas, facultades y departamentos. Instituciones aisladas se ocupan del medio ambiente, la agricultura, la economía, la cultura, etc. Prevaleció la creencia de que la mejor ciencia es la que describe el más mínimo detalle y se publica en una revista referenciada. Se ignoró que las interacciones entre los componentes son más relevantes que los propios componentes. Sigue siendo mayoritariamente controvertida en la ciencia la idea de que puede haber algo aún mayor, que trasciende lo material, como la conciencia.

Los sistemas de enseñanza-aprendizaje están obsoletos. El profesor, dueño del conocimiento, el aprendiz en una posición inferior, pasiva, evaluado mediante exámenes que “miden” su aprendizaje. La uniformidad educativa destruye la diversidad. Programas diseñados para facilitar al administrador el “control”, obligando a estudiantes a olvidar sus propias motivaciones, su capacidad creativa, su individualidad.

El Estado costarricense no comprendió la relevancia de la virtualidad hasta la aparición del COVID-19. El Consejo Nacional de Enseñanza Superior Universitaria Privada (Conesup) ha creado anclas profundas que impiden el avance de una educación para el futuro. Obligan a tener museos de libros (bibliotecas) con copias físicas de cada libro usado en programas virtuales; nunca serán abiertos. Obliga a montar un curso en plataforma, antes de iniciar el trámite de aprobación, desconociendo la velocidad de cambios en contenidos, pertinencia y obsolescencia tecnológica. Obligadamente el Conesup “autorizó temporalmente” la educación virtual. Ya han enviado avisos de que pos-pandemia, ¡se obliga a las universidades a regresar a sus sistemas antiguos presenciales! Su incapacidad institucional impidió promover la educación virtual hace un cuarto de siglo, cuando algunas universidades empezaron a incursionar en ella, pese a las barreras. Esto tomó desprevenidas a la mayoría de las instituciones educativas. El profundo desconocimiento de los que “velan” por la educación superior y su “calidad”, generó una resistencia al cambio, provocando atrasos incalculables.

Los rankings académicos y las acreditaciones, tan de moda en el país y tan perseguidos por las universidades en su afán de competir, también retrasan la evolución educativa. La acreditación se ha distorsionado, siendo que una de sus características fundamentales es el aspecto voluntario y se quiere hacer obligatoria a través del Sistema Nacional de Acreditación de la Educación Superior (Sinaes), violando otra característica, la independencia del ente acreditador; el Estado es juez y parte.

La acreditación obligatoria se incorpora en la modificación de la ley de educación superior privada que se discute en la Asamblea; sus proponentes ignoran que privilegian sistemas obsoletos. Sus “mediciones” carecen de lo verdaderamente importante para la educación de un joven. Se valora la cantidad de publicaciones en revistas referenciadas, que hasta ahora son el pináculo del reduccionismo. Se sobrevaloran las instalaciones e infraestructura; el concreto no brinda calidad educativa. Olvidan la flexibilidad y capacidad innovativa, la conciencia plena, la actitud y sentido de esperanza, requisitos fundamentales para un joven que inicia su vida productiva. Ignoran la espiritualidad (que no tiene relación alguna con religión), esencial en la transformación del comportamiento individual y colectivo. Tampoco contemplan el valor como facilitadores de aprendizaje a personas exitosas, activas en el mundo real, independiente de su trayectoria “académica”. En vez, se establecen procesos arcaicos, con títulos académicos “reconocidos y equiparados” por un sistema obsoleto. No contemplan el gran esfuerzo para que profesores y alumnos puedan desaprender las distorsiones de su educación previa. Nueve de diez profesiones necesarias al final de esta década aún no existen y seguimos ofreciendo carreras obsoletas que no preparan para el futuro.

El menosprecio al conocimiento o más bien la sabiduría campesina e indígena es grave. Sin un diálogo de saberes y una escucha profunda, no podremos regenerar los sistemas de vida. La arrogancia de científicos que creen más en modelos estadísticos (con frecuencia usados erróneamente) que en las fases lunares, los ritmos de vida, la biomímesis, el poder de la conciencia o la energía de la vida, nos llevará directo al colapso. Cabe la ya muy trillada frase “no podemos esperar resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo”.

Más que “regular y controlar” la educación para asegurar su “calidad”, requerimos dinamizarla con una formación en sistemas y complejidad, con aproximaciones holísticas que permitan co-crear soluciones que den esperanzas a la juventud. Necesitamos la participación de jóvenes en el diseño de sus trayectorias académicas. Necesitamos una educación que fomente la cooperación y no la competencia, la solidaridad, una comprensión real de las prioridades para ejercer en función de la vida, una educación que ponga a la humanidad al servicio de la naturaleza, que fomente el principio femenino del cuido, alejándolos del patriarcado.

¿Tienen el Conesup, el MEP o los diputados la capacidad de proponer la educación superior ‘privada’ que Costa Rica requiere? ¿Podrán elaborar una ley que coloque a Costa Rica a la vanguardia, o crearán un adefesio que nos tornará cada vez más obsoletos e incapaces de proponer soluciones de prosperidad y democracia real? ¿Podrán alejarse de los dogmas históricos, incapaces de enfrentar los retos que se nos vienen encima? ¿O pondrán al país a servicio de la mediocridad?

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