La enfermedad COVID-19 ha tenido un efecto desproporcionado y adverso en algunos grupos particulares alrededor del mundo, pero en el mes Internacional de la Mujer y en el aniversario de la llegada del virus a Costa Rica, merece la pena reflexionar acerca del impacto regresivo en la lucha por la igualdad de género producto de la pandemia. Un estudio reciente de la empresa consultora McKinsey estima que la vulnerabilidad en la pérdida de empleos en mujeres ha sido 1,8 veces mayor que para los hombres, y aunque las mujeres representan el 39% de la fuerza laboral, son responsables del 54% de todos los trabajos perdidos globalmente.
Además, el confinamiento generó que millones de niños vieran sus clases suspendidas y con ello, el sistema de educación se trasladó a plataformas digitales y forzó a muchas madres a sacrificar sus empleos para atender las necesidades del nuevo orden. Finalmente, las Naciones Unidas estima que el aumento en el abuso y la violencia doméstica global creció en un 20% en el 2020. Todos estos datos hacen que muchos académicos, entre ellos el reconocido profesor de NYU, Scott Galloway, estimen que, producto de la pandemia, en materia de igualdad de género el mundo ha retrocedido hasta 30 años.
A pesar de estos datos reales, continúo oyendo en mi cotidianidad comentarios como “y dele con la igualdad de género” como si fuera un fastidio o una leyenda urbana.
Las mujeres somos responsable de entre el 70-80% de todas las decisiones de consumo, pero seguimos representando a nivel global solo el 12% de los puestos de juntas directivas, y sólo el 4% las presiden mujeres. En Costa Rica, según el Estado de la Nación, las mujeres continúan enfrentando la triple barrera en el mundo laboral: de inserción, de calificación y de valoración, y la brecha salarial ha empeorado en los últimos años. Encima, hay una cultura de que nos “tenemos que ganar” nuestras carreras profesionales siempre y cuando de manera casi tácita sigamos viviendo en economías reproductivas que nos demandan una dualidad en las mismas 24 horas que tiene un día.
Muchos de estos temas radican en elementos culturales y hasta religiosos, por lo que tratar de romper estos tabúes requiere de una sensibilización que conlleva años. Una manera efectiva de permear en la importancia de esta discusión consiste en repasar la relevancia económica que tiene promover la igualdad. En el mismo estudio de McKinsey, se menciona que el costo necesario en inversiones sociales para equiparar la igualdad de género a nivel global es de cerca de $2 billones de dólares, pero que los beneficios económicos que se derivarían de cerrar dicha brecha supera hasta 8 veces la inversión requerida. Además del beneficio social, existe un dividendo femenino en las empresas que se encuentran en los percentiles altos con respecto a diversidad, ya que estas tienen un 25% más de probabilidad de tener rendimientos por encima del promedio. Inclusive, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, afirmó que, si los países de América Latina aumentaran la participación laboral femenina en paridad con los países escandinavos, el PIB per cápita podría ser hasta un 10 % más alto.
Entonces, si existe un caso económico alrededor de promover la igualdad de género, ¿cuáles son las causas y los pasos que hay que tomar para promover la igualdad? Algunos consideran que la discriminación está en el corazón de esta brecha, pero en este punto la sociedad ha avanzado sustancialmente.
De hecho, en Costa Rica todas las niñas tienen acceso a la educación gratuita y obligatoria, e inclusive las mujeres son más educadas que los hombres, pues constituyen el 57% de todas las personas con títulos universitarios. Creo que la dispersión empieza a ocurrir en el momento de la maternidad y ahí es donde nos empezamos a quedar rezagadas profesionalmente. A la madre, por razones varias, le recae de forma desproporcionada las responsabilidades del cuido de los niños y es aquí en donde una intervención del Estado en cuanto a legislación que promueva la participación femenina, una red de cuido robusta y el derecho a la paternidad son fundamentales. De hecho, la inequidad no ocurre solo en las mujeres trabajadoras. Por el contrario, el orden actual parte de un mercado en donde la oferta es posible gracias a una externalidad no remunerado de muchísimas mujeres heroínas que se encargan exclusivamente al cuido y a las labores domésticas. Como lo planteó la economista Neva Goodwin, el verdadero corazón de la economía es el hogar, pero, como este trabajo no es pagado, es subestimado, ignorado y hasta explotado perpetuando inequidad.
Dos países en la vanguardia por haber reducido estas brechas son Ruanda e Islandia. El primero, producto de un genocidio que dejó una nación con un 70% de ciudadanas mujeres y obligó de forma desproporcionada a estas, a entrar a la fuerza laboral para reconstruir un país en ruina y, de paso, restructurar el orden político tradicional. Por otro lado, Islandia durante los movimientos civiles de los años 70, logra alcanzar un estado de bienestar apoyando la igualdad de género al otorgar licencias de paternidad no solo a la madre, resultando en que ambos —hombre y mujer— compartan la responsabilidad de llevar adelante el hogar.
Costa Rica, siendo un estado solidario, invierte sustancialmente en salud y educación, por lo que el reto que enfrentamos no es en buscar fondos para desarrollar programas, sino más bien, en cómo usar el capital y la infraestructura que ya tenemos, para cambiar el enfoque y resolver la situación que nos ha dejado la pandemia.
Algunos podrían pensar que esto es cuesta arriba en la coyuntura fiscal en la que vivimos. Sin embargo, deberíamos de ver esto más bien como una oportunidad de hacer cambios estructurales para modernizar las redes de cuido, tercerizar la empleabilidad femenina mediante el uso de bonos de impacto o inclusive ofrecer una paternidad compartida, que, de paso, no necesariamente implicaría aumentar las cargas sociales a los patronos, sino más bien poder redistribuir las obligaciones del hogar.
Si equiparar la inserción laboral de las mujeres a países más desarrollados, aumentaría el PIB en hasta el 10%, ¿no podría tener la reactivación económica semblante femenino?
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