¿Cuándo fue la última vez que usted viajó en un bus de transporte público en Costa Rica? Asumo que la inmensa mayoría de la población no ha viajado en bus público durante el año que ha transcurrido de la pandemia. Podría ser que muchas personas tampoco lo hayan hecho el año anterior a esta. Conozco gente que no viaja en bus público desde hace más de una década, y no es de extrañar que haya quienes se miren al espejo y admitan que no han viajado en bus público masivo en Costa Rica en el siglo XXI. Esto no tiene nada de malo a título individual, pero a nivel colectivo es indicador de gravísimos problemas de diseño que nos impactan de manera negativa a diario.

La movilidad de las personas en el territorio debería ser eco-eficiente, esto es, en vehículos bajos en emisiones que ocupen el menor espacio posible en vías públicas y que permitan la mayor velocidad de desplazamiento de aquellas. Quienes son ciclistas de inmediato verán su medio de transporte descrito en esas tres características. En efecto, la manera más eficiente de desplazarse para un ser humano es en bicicleta. Sin embargo, sería complicado proponer en estos momentos infraestructura para que unas doscientas mil personas al día se muevan en la Gran Área Metropolitana en bicicleta.

Estamos en una coyuntura histórica muy particular, pues venimos saliendo del año más inusual que hemos vivido en varias generaciones. Desde el punto de vista de la movilidad, las múltiples y complicadas restricciones vehiculares nos obligaron a adaptarnos, a aprender verdaderamente de restricción, a sentirla, a aceptarla¿ y, a la inmensa mayoría de la ciudadanía, a entender que era un sacrificio en pro de un bien colectivo mayor que mi propio confort individual.

Ese confort, por cierto, lo describo desde el privilegio de quien tiene a su disposición un vehículo particular y dinero para mantenerlo. Para más de la mitad de la población del país esa no es la realidad. Ese grupo, que me permito denominar la mitad más vulnerable del sistema de transporte nacional, a menudo viaja de pie, por varias horas, en espacios hacinados, con pésima ventilación en el mejor de los casos, o respirando gases tóxicos de otros vehículos y del propio bus que ingresan por ventanas y puertas maltrechas, soportando el ruido de los motores y a expensas de la destreza del chofer y del estado mecánico de antiguos vehículos. Es un pequeño atentado a la salud y a la seguridad personal, y esa mitad más vulnerable se expone varias horas al día todos los días hábiles. De ahí considero indispensable que cualquier aspirante a la Asamblea Legislativa –y todas las personas que hoy ocupan esos cargos– empiecen a viajar en bus con alguna frecuencia para que logren dimensionar la verdadera urgencia que hay de tomar decisiones valientes y urgentes, profundas y visionarias, respecto al transporte público masivo de personas.

La pandemia nos ha dejado una magistral lección: el valor colectivo es superior a la suma de los valores individuales. Porque ninguna de nosotras, las personas que habitamos este gran país, a título individual, hubiera podido gestionar la pandemia como la han gestionado las autoridades, aunado a la solidaridad de la empresa privada que ha sido enorme a pesar de que no ha sido tan visible como debería. Con esa lección en mente, este es el momento más fértil que hemos visto para considerar una restricción vehicular que restrinja el flujo de vehículos particulares en horas pico en las principales arterias del país. Quien quisiera viajar rápido en esos horarios lo haría en bus, y quien quisiera viajar en el confort de su vehículo particular debería hacerlo antes o después de esas horas pico, o irse por rutas alternas de menor circulación.

La disrupción sanitaria del 2020 se vio acompañada de la disrupción tecnológica que hizo a 2500 millones de personas migrar al teletrabajo y que nos enseñó a no tener que salir de la casa para trabajar si no era necesario. También nos familiarizó con el comercio electrónico, pedidos a domicilio de alimentos crudos y preparados, y también a continuar estudiando y aprendiendo de manera remota y virtual, tanto sincrónica como asincrónica. Esa condición ha dejado a muchos países listos para emprender el cambio cultural que implica no salir de casa si no es necesario.

El mejor indicador del buen diseño de políticas públicas para el transporte es medir cómo se desplaza en la ciudad la mitad más privilegiada de la población. Una nación desarrollada es aquella donde las personas más privilegiadas viajan en transporte público. Los buenos resultados se diseñan. Diseñemos para la justicia y la inclusión, para el medio ambiente sano y limpio, para la seguridad social y ciudadana, para la convivencia armoniosa y empática en comunidad, para la regeneración de los ecosistemas y la biodiversidad. Diseñemos para la paz. Así es la buena política.

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