La pandemia
El Financial Times, de Londres publicaba datos que mostraban que la semana terminada el 5 de enero había sido, en términos de muertos por día, la peor de toda la pandemia con 11,400 decesos por COVID-19 por día como promedio.
Cerramos el año en un punto alto, con el inicio de la distribución internacional de las vacunas, que empezaron a llegar —a cuentagotas— a nuestro país justo a tiempo para la Navidad. Pero bueno, esa primera semana del año 2021 nos vino a poner los pies de vuelta en tierra, recordándonos con mucha claridad que la pandemia no termina pronto y que, pese al la paulatina distribución y aplicación de las vacunas, posiblemente falta todo este año y más para que volvamos a andar sin mascarilla y para que podamos recobrar la cercanía física que tanta falta nos hace, con familiares y amigos. Aunque estamos seguros de que se acelerará la producción, al ritmo actual de vacunación y dos dosis por persona, nos tomará un buen tiempo alcanzar la inmunidad de rebaño.
En una población como la nuestra, se requiere vacunar entre 3 y 3,6 millones de personas —dependiendo de a cuál análisis le depositemos nuestra fe— para alcanzar inmunidad de rebaño. Esto implica que, al ritmo de 16 575 personas por semana —ya corrigiendo para las dos dosis—, nos tomará aproximadamente 220 semanas completar dicha inmunidad, un poco más de 4 años.
De verdad estoy seguro de que será menos tiempo, conforme más vacunas se aprueben y se logren comprar y distribuir más rápidamente, pese a las complicaciones logísticas que presentan; pero el punto que quiero hacer es que esta pandemia está a muchos meses de acabarse y, aunque ya hay inmunes entre nosotros, ellos aun pueden trasladar el virus y exponernos a quienes aun no nos inmunizamos y, por lo tanto, las medidas de aislamiento, mascarilla, higiene y los demás protocolos más avanzados deben continuar por un buen tiempo. Como en casi todas las familias hay varias generaciones a las que la inmunidad les llegará de a poquitos, a través de los meses, debemos ser inmensamente responsables en el período que sigue y hasta que, algún día, regresemos a la normalidad, que seguramente será bastante diferente.
La política internacional
Las escenas vistas en el capitolio el 6 de enero, para quienes siempre hemos visto un ejemplo en la democracia institucional de Estados Unidos, fue un golpe inesperado. De que Trump ha sido nefasto para la institucionalidad, “negacionista” de la ciencia en el calentamiento global y la pandemia; misógino, vulgar y racista; que ha botado, o le ha renunciado por una combinación de vergüenza y alarma; gente clave de su gabinete y aún de su equipo de confianza, y le ha faltado al respeto a personas, naciones, religiones y culturas, no cabe duda.
En buena hora que ya su período llegue a su fin; aunque definitivamente, con la convocatoria a sus partidarios de organizarse para protestar ante los capitolios de los 50 Estados de la unión americana, hará la de las vacas… Y con 72 millones de votantes a su favor en la elección de noviembre, el daño potencial al contrato social americano sigue siendo enorme.
Lo peor es que, aunque claramente era necesario que ganara Biden; fuera de la esperanza de que logre estructurar un equipo de lujo; Biden tampoco es un líder ejemplar, ni en carácter ni en capacidad de ilusionar al pueblo estadounidense, y genera grandes dudas sobre cómo recuperará Estados Unidos la credibilidad a nivel internacional.
Y como si eso fuera poco, hay signos muy complejos de deterioro en la política global y regional. En América Latina, empezando con AMLO en México y pasando por un grupo de líderes de muy dudosas intenciones en El Salvador y Nicaragua; en Venezuela, Bolivia y Brasil; hasta llegar al desastre de “los Fernández” en Argentina, hay razones de fondo para estar preocupados. A nivel global empezamos el año con la inmunidad vitalicia de Putin y el Brexit; y el anuncio de una desgastada y cansada Ángela Merkel de su próximo retiro… No se ve bien la cosa.
Los liderazgos regionales, internacionales y de las potencias son muy cuestionables; no inspiran confianza ni visión de un futuro que nos ilusione y movilice a todos y, ni siquiera, a sus propios conciudadanos. Estamos en una coyuntura crucial y global, con muchas naciones clave en manos de malos líderes, para ser generoso en el adjetivo con que los describo.
La política local
Hace un par de días me desayuné en un medio digital la lista de los 22 precandidatos que dicho medio preveía que iban a competir por una precandidatura y, eventualmente, por la Presidencia de la República en febrero de 2022. Aparte de ser temprano para romper la competencia electoral, les faltaban al menos tres que ya han declarado sus intenciones y andan por ahí haciendo proselitismo, cada uno a su estilo.
O sea, 25 precandidatos en enero, representando al menos 10 fuerzas políticas diferentes y, como decía un viejo personaje de mi barrio, “de todos no hace uno…”. Hay gente muy valiosa en esa lista, sin duda, pero no tienen un partido fuerte, ni poder de convocatoria por sí mismos; o vienen de un partido tradicional, y solo por eso entran perdiendo; pues hay una importante porción del electorado que ya ha desistido apoyar a las fuerzas políticas que nos guiaron en la segunda mitad del siglo anterior. Hay candidatos de partidos emergentes que aún no han logrado proyectarse al electorado, y por último está el PAC, esa extraña fuerza que representa entre un 5 y un 8% del electorado nacional en las encuestas, y aún así se las ha arreglado para ganar dos elecciones seguidas.
Esto último me preocupa, pues lo que muestran los triunfos del PAC es cómo nuestras elecciones presidenciales se terminan definiendo por algún tema puntual de importancia, por el aprovechamiento de una oportunidad en un tema particular; pero no son para elegir a quienes tienen una visión clara del país que podemos y debemos ser; y menos a quienes tienen clara la ruta de cómo llevarnos allá. La última elección nacional termino siendo un referéndum sobre el matrimonio igualitario entre un partido de corte religioso y un joven muy consistente en sus valores. Un tema social relevante, pero difícilmente calificaba a quien mejor lo manejó para dirigir el destino de una nación, su economía y su sociedad.
Y el gran riesgo ahora es que hay temas; como el aborto, la eutanasia, y aún temas pendientes relacionados con la igualdad de la mujer; que podrían nuevamente dividir al electorado en facciones y terminamos eligiendo a quien tenga una visión más moderna de esos temas, pero que no necesariamente sabe nada de cómo conducir a Costa Rica hacia su verdadero potencial.
La solución que muchos mencionamos es la formación de una gran coalición de oposición que abarque ambos lados del espectro político a partir del centro, ideológicamente entre la social democracia y el social cristianismo, sin llegar a extremos de izquierda, ni de derecha; lo cual suena muy razonable, pero es difícil de articular cuando todos creen que es una maravillosa idea “siempre que el candidato lo pongamos nosotros”.
El año
El 2021 va a ser un año particularmente largo en Costa Rica. El tiempo se alarga cuando uno está en espera. Y este año estaremos esperando muchas cosas: las vacunas y el fin del aislamiento; si el mundo se ordena un poco y empezamos a enfrentar la crisis climática, la cuarta revolución industrial, la concentración de la riqueza, y la conflictividad social resultante, con más decisión; cómo va a ser la contienda electoral en Costa Rica y si surge algún líder visionario, carismático y comprometido en el país que nos ilusione a todos y logre atraer los votos de nuestro joven electorado.
Es indispensable aprovechar el tiempo. La pandemia nos ha puesto de frente a la necesidad de cambiar muchas cosas en nuestro estilo de vida, en nuestra política, en nuestro contrato social y le ha hecho lo mismo a muchas otras naciones cercanas y distantes.
¿Seremos capaces de reinventarnos bien, o será este el año donde el mundo empieza a sentir el peso de nuestras malas decisiones del pasado reciente?
Me acabo de dar cuenta que empiezo este año lleno de dudas y ansiedades. No queda más que hacer lo que me toca a nivel personal y profesional, pero ¡qué susto!
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