De la historia del cannabis se ha escrito mucho y está claro que es una hierba de la que hay referencias históricas en múltiples culturas que datan entre cinco y ocho mil años. Su prohibición es, en ese contexto, relativamente reciente, tal vez unos doscientos años. Lo cierto es que la historia da vueltas y hoy el mundo avanza hacia su legalización, principalmente con fines medicinales, industriales y también recreativos. Sobre este último tengo serias y profundas reticencias.
Como droga psicoactiva que es, merece regularse estrictamente. El impacto que tiene su consumo descontrolado en cerebros en desarrollo –entiéndase, personas menores de 25 años– es considerable y permanente. No querría que mis hijas antes de esa edad consumieran la droga de manera descontrolada. También, como droga que es, su consumo controlado, principalmente por personas que sufren de ciertos padecimientos, resulta analgésica, expectorante, estimulante del apetito. Para pacientes en cuidados paliativos es una bendición tener acceso a un producto que puedan consumir y mejorar, al menos temporalmente, su calidad de vida. Si mis padres algún día lo requirieran, preferiría que un médico pudiera recetarles un fármaco hecho a base de cannabis, mejor aún si fuera producido en Costa Rica con aceites extraídos de plantas cultivadas en nuestros suelos.
En tiempos de emergencia climática y de devastación económica, principalmente en las zonas más vulnerables del país, el cannabis sería una solución socioeconómica basada en la naturaleza, muy en la línea de lo que los países más avanzados en agenda agroambiental buscan. Genera empleos, fija carbono, promueve encadenamientos productivos. Como costarricense, alzo la mano en busca de una oportunidad que le permita a muchas comunidades que habitan en las zonas rurales aprender y emprender el cultivo del cannabis como forma de ganarse la vida.
Así como el café ha sido por más de doscientos años nuestro grano de oro, el cannabis podría convertirse en una “hierba de oro” dada la riqueza natural y la cantidad y variedad de microclimas en los que se podría cultivar. No es un cultivo sencillo (¿cuál cultivo lo es?) requiere de conocimiento, infraestructura, inversión. Además, requiere de un esfuerzo estatal coordinado, principalmente porque la extracción del aceite depende de maquinaria muy costosa si es con fines industriales médicos. Además, el Estado debería controlar la producción entregando patentes que sirvan para verificar la calidad, y ser el comprador único (¡se imaginan a Fanal procesando aceite de cannabis!) sí es cierto que es una industria centrada en la vida, algo en lo que Costa Rica se ha destacado por décadas. Pura vida.
A partir de esa fase industrial se le agrega más valor en forma de conocimiento, transformando el aceite en fármacos que cumplan con los más altos estándares internacionales, patentando aquellos inventos que merezca la pena proteger jurídicamente, y exportándolos al mundo médico, un mercado global de 5700 millones de dólares estadounidenses y de rápido crecimiento.
El cáñamo ofrece otras posibilidades. Este no tiene tanto valor por su flor como por su fibra, que se utiliza en la industria textil, por ejemplo, para producir mecates y redes de pesca. Si algún día nos pusiéramos serios en apuntarle a ser una potencia mundial en pesca sostenible, ayudaría contar con una robusta agroindustria de cáñamo para suplir la flotilla de nuestros modernos barcos pesqueros.
Sí deseo reiterar mis reticencias con la producción para el consumo recreativo. La verdad, el que quiera producir para auto-consumo recreativo, probablemente ya lo está haciendo, pues vivimos en unos de los suelos y climas más fértiles del planeta. Si fuera consumidor regular, preferiría cultivarlo en mi jardín que gastar dinero en comprarle a otro que lo produzca por mí. No me gustaría que la legalización del consumo recreativo nos inundara de turistas que vienen a comportarse con desenfreno justo porque pueden consumir con libertad una droga ilegal en otros países. Tampoco me gustaría ver jóvenes y adultos con daños permanentes en su desarrollo físico y psicoemocional por consumo descontrolado de una droga tóxica.
Sí hay un ejemplo de cannabis para consumo recreativo destacable y es el caso de Suiza. En 2017 legalizaron la producción y la regularon de manera que el Estado es el único vendedor, controla el precio y recauda un importante impuesto. Sobre todo, controla los niveles de cannabinol —sustancia psicoactiva del cannabis— manteniendo el producto en un cinco por ciento de los niveles que contiene el potente cannabis hidropónico que se consume hoy de forma legal e ilegal en varios países, incluido el nuestro. Esa cantidad convierte a un cigarro de cannabis en una dosis moderada, apta para cualquier mayor de edad según las autoridades de salud suizas. Sería el equivalente a una cerveza baja en alcohol comparada con un tequila.
Mientras las autoridades gubernamentales deciden si atienden o no la iniciativa de catorce diputados de la República que solicitan su legalización con fines medicinales, la sociedad civil puede informarse acerca de su potencial económico, de los costos de producción, del conocimiento y técnicas necesarias. Así, para cuando sea legalizada en esta Administración o en la próxima, los emprendedores pioneros ya vayan un par de pasos adelante.
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