Después de una encendida campaña electoral, en un contexto de creciente polarización y de crisis económica y de salud, finalmente Joseph (Joe) Biden derrotó al presidente Donald Trump en las elecciones del pasado 3 de noviembre y, a menos de que ocurra algo extraordinario, se convertirá en enero en el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos.

Curiosamente, uno de los aspectos menos difundidos por los medios, y sobre todo por la prensa conservadora, ha sido la confesión religiosa del futuro mandatario. Cuando jure para su cargo, Biden se convertirá en el segundo presidente católico en la historia de la Unión Americana. Con la única excepción de John Kennedy, quien era descendiente de católicos irlandeses, todos los presidentes estadounidenses han sido protestantes, algo que no es de extrañar en una nación cuya identidad histórica se construyó sobre el protestantismo puritano.

El hecho de que un católico llegue a la presidencia de los Estados Unidos y que su vicepresidenta sea una mujer de padre jamaiquino y madre india, evidencian el carácter diverso y heterogéneo de la sociedad estadounidense, cada vez más alejada del ideal WASP (acrónimo en inglés de “blanco, anglosajón y protestante”) reivindicado por la extrema derecha y los grupos supremacistas blancos.

Por otro lado, la escasa importancia que se le ha dado al catolicismo de Biden en un país donde la religión nunca ha estado separada de la política evidencia una separación cada vez mayor entre los católicos más tradicionalistas y conservadores y los católicos más liberales como Biden, que reconocen la importancia de las reivindicaciones de las mujeres y de los colectivos LGBTI. Eso explica cómo, a pesar de que el discurso de odio y la conducta de Trump son incompatibles con los principios de la moral cristiana, un sector del catolicismo estadounidense apoyó a Trump por su defensa de la familia tradicional y su discurso “pro-vida”.

Este apoyo aumentó cuando Trump eligió a Amy Coney Barret, una jueza católica conservadora, para sustituir la vacante que dejó en la Corte Suprema de Justicia la muerte de la jueza progresista Ruth Bader Ginsburg, decisión que evidentemente buscaba atraer el apoyo de los votantes católicos más conservadores. Los sondeos a boca de urna muestran que habría logrado su objetivo, pues no sólo habría conseguido mantener el apoyo abrumador del voto evangélico que obtuvo en 2016 sino que también habría atraído a casi la mitad de los votantes católicos.

La derrota de Trump no parece que vaya a disminuir esta creciente brecha. Por el contrario, como advierte Kathryn Joyce en un artículo publicado en Vanity Fair, un considerable número de católicos conservadores estadounidenses son seguidores de QAnon, una delirante teoría conspirativa de extrema derecha que, entre otras cosas, sostiene que el papa Francisco es un “globalista” defensor del “Nuevo Orden Mundial” y la “ideología de género” infiltrado por los “enemigos de la Iglesia”. QAnon no solo debilita la credibilidad de la institucionalidad democrática estadounidense al denunciar un supuesto fraude (sin evidencias) sino que además amenaza con provocar un cisma en el catolicismo estadounidense.

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