Tengo en mis archivos, desde hace como 12 años, documentos en que aludo a la Costa Rica del Bicentenario. Esta “obsesión” empezó en Paraguay en 2008, cuando recién electo el primer gobierno que rompía la hegemonía de 61 años del Partido Colorado, me pidieron facilitar la planificación del nuevo gobierno, que por cierto era una coalición que, como tristemente suele ocurrir en América Latina, se fue desmoronando con el paso de los meses.
Los paralelos son muchos, pues Paraguay —y en realidad todo el mundo— emergía de la gran recesión de 2008-09; y además, por la ruptura de una continuidad política tan longeva —61 años seguidos de gobiernos del derechista Partido Colorado— se buscaba una visión más balanceada del desarrollo y se hablaba de consolidar la democracia, de modernizar el país, de lograr una mejor distribución de las oportunidades y, eventualmente, de la riqueza; de promover la diversificación de exportaciones, de fortalecer la política social. Decidimos en aquel entonces hacer un programa con tres componentes esenciales:
- Superar la crisis.
- El Paraguay del Bicentenario (que ellos celebraron en 2011).
- La visión del Paraguay 2030.
No seguiré con la descripción de lo que ha ocurrido. Solamente diré que el Plan Paraguay 2030 sigue vigente —tres gobiernos después— y más bien se busca ahora una actualización al 2040 para darle nuevo espacio de crecimiento y plantearse nuevas metas.
Pero el paralelo con nuestra situación es grande. Hoy debemos pensar en que necesitamos un excelente plan de políticas y acciones responsables y estratégicas para superar la crisis, para plantear el país que debemos ser en nuestro tercer siglo de vida independiente, y para soñar y trabajar hacia la Costa Rica de, cuando menos, el 2030.
De superar la crisis he hablado bastante en las últimas semanas. Los invito a revisar mis columnas de semanas anteriores acá en Delfino.cr, mis redes sociales y las de DemoLab y #HagamosAlgo, o conferencias que están disponibles en Youtube o andan circulando por el ciberespacio.
En resumen, diré que para superar la crisis debemos tener y exigir a otros —principalmente a nuestros gobernantes, legisladores y líderes empresariales y laborales— una actitud constructiva y patriótica para:
- Incrementar la eficiencia fiscal y cobrar bien los impuestos que ya existen.
- Aumentar el ingreso fiscal con acciones contundentes contra la evasión y el contrabando.
- Reducir el tamaño del Estado, cuando menos eliminando instituciones obsoletas y redundantes.
- Reformar el régimen de empleo público, eliminado sus excesos y estandarizando los salarios.
- Denunciar todas las convenciones colectivas para eliminar sus artículos y cláusulas abusivas.
- Re-estructurar la deuda pública interna.
- Aumentar la eficiencia de todos los servicios públicos —desde la educación y la salud, hasta la emisión de una certificación en línea— poniéndose una meta de hacerlos 10 o 15% menos costosos para el ciudadano, con base en rediseño de procesos, digitalización y simplificación de trámites.
- Aumentar la inversión por medio de alianzas público-privadas y flexibilización del crédito.
- Eliminar subsidios caprichosos -como los del arroz-.
Lo que necesitamos es lo que todos sabemos que se debe hacer; sin politiquería, posturas, candidaturas prematuras, o intransigencia ideológica o sectorial.
La Costa Rica del Bicentenario es otra cosa
A 200 años de vida independiente yo soñaba con una nación en proceso de dar un salto al futuro. Esto es más exigente en unos temas y más fácil en otros.
Yo imaginaba un país que ya hubiera ejecutado una reforma educativa integral, donde los niños y jóvenes —un 80% o más de los elegibles— terminaran una secundaria que los convirtiera en jóvenes felices, con destrezas y habilidades para el mundo del futuro, con un alto sentido del planeta, la patria, la comunidad y la familia; con mente curiosa, creativa y a la vez científica… de todo lo anterior sólo avanzamos con fuerza en el INA en estos último tres años: En el resto, falta siquiera empezar la discusión sobre la reforma educativa integral en primaria y secundaria.
Imaginaba un país mucho más moderno en cuanto a digitalización del gobierno, las municipalidades y los servicios privados; con transporte colectivo eléctrico, inteligente y eficiente; con ciudades en proceso de modernizarse en su infraestructura —tal vez lo que tenemos más cerca, gracias a un excepcional Ministro de Obras Públicas y la visión de un tren eléctrico que una 15 cantones de la meseta central— y con un nivel de conectividad que, pese a estar a nuestro alcance, ha sido imposible de lograr.
Pensaba en un país de emprendedores, con una creciente formalidad en el empleo, producto de que con eficiencia institucional y buena calidad de inversión pública, el pago de impuestos directos e indirectos dejaban de ser vistos como inversiones sin retorno por los pequeños empresarios. Soñaba con cadenas de valor altamente integradas hacia nuestras zonas francas y un turismo cada vez más sofisticado en su oferta, servicios y alcance.
Soñaba una democracia en que se gobernaba para el bien común y, cuando este no fuera posible a corto plazo, entonces se gobernara en beneficio de las grandes mayorías y no con decisiones que benefician desproporcionadamente a algunos grupos —empleados públicos de alta jerarquía, empresarios subsidiados por los consumidores, proveedores privilegiados por reglas obtusas y baja transparencia—.
Aspiraba una nación sostenible en términos ambientales, con un contrato social basado en la confianza y la transparencia, con un sector productivo pujante en su creación de empleos, cada vez mejor remunerados por la creciente productividad que nos brindarían las crecientes educación, tecnología, e innovación.
Como todo esto no se ha logrado, ahora nos toca correr
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible del 2030 aún están a nuestro alcance. Ése es el privilegio de ser un país pequeño: en dos o tres gobiernos buenos y enfocados en una visión común, se transforma la realidad. No es lo mismo que desarrollar una mega-demografía como China, India, Brasil o México, en que solo décadas de consistencia los puede llevar a un resultado que nosotros tenemos a la mano.
Y esa Costa Rica del 2030 aún es posible.
Empieza por el primer paso, que es actuar responsablemente ante la crisis, en la forma ya descrita en párrafos anteriores. Pasa por la Costa Rica del Bicentenario y nos deja el plazo de dos gobiernos para hacer los cambios necesarios. Con líderes visionarios y responsables, más el impulso que se pueda lograr de OCDE, y una enorme disciplina, aún es alcanzable en los próximos ocho años.
Y después, depende de replantear nuestra visión para ser una joya de desempeño ante la crisis climática que se avecina; ante la realidad y aceleración de la cuarta revolución industrial; hacia mercados globales cada vez más integrados, competitivos y exigentes; con un contrato social en que la inversión, la productividad, la innovación y la gobernanza, así como la igualdad y equidad hacia las mujeres, crecen cada día producto de transparencia en todas las relaciones y transacciones en nuestra sociedad; con mayor justicia social en el acceso a las oportunidades y un sentido claro que, como lo hicimos varias veces a lo largo de nuestra historia, nos podemos adelantar a nuestro tiempo y volver a ser ejemplo para el mundo.
Ya lo hicimos en la década de los 40, que iniciamos con una gran revolución social en que se unieron gobernantes, oposición e iglesia para replantear nuestro contrato social, y que generó innovación institucional, nuevas leyes, nuevas dinámicas sociales y laborales como las cooperativas y el solidarismo; y terminó con una nueva constitución y la abolición del ejército, entre sus principales cambios y símbolos. Desde 1940 a 1980 vivimos en un país que creció siguiendo los principios de un Estado grande y creciente, involucrado en actividades productivas y con una visión común entre las grandes mayorías.
Para 1980 este modelo se había agotado, después de un primer aviso en 1973, producto de la recesión global de la primera crisis petrolera, impulsada por el conflicto de Medio Oriente. El desmantelamiento de Codesa (Corporación Costarricense de Desarrollo), la empresa tenedora (holding) del Estado costarricense, y la gran recesión de 1979-81, acabaron con este modelo y nos obligó a reinventarnos; esta vez con instituciones y programas que facilitaron la apertura a la globalización, promoción de exportaciones no tradicionales y turismo, avance de la modernización productiva a través de zonas francas, y con cambios paulatinos a lo largo del período. En 1992, después de tres gobiernos bien enfocados, se había transformado el modelo de desarrollo del país y se le agregaron elementos que siguen siendo importantes como la competitividad nacional, la sostenibilidad ambiental y el progreso social.
El modelo gestado entre 1980 y 1992; cuarenta años después de su planteamiento inicial, se ha estado agotando ante la presión de las tendencias globales ya mencionadas. La recesión del 2008-09 fue el aviso y producto de ella se cambiaron las reglas y el papel del Estado. Ahora, en parte por su agotamiento interno y en parte como consecuencia de las tendencias aceleradas por la pandemia del COVID-19, ha llegado el momento de cambiar nuestro modelo otra vez. Este nuevo modelo debe responder con visión a las tendencias que conforman la dinámica de su contexto y, sin sacrificar nuestros valores esenciales de paz, democracia, respeto por la naturaleza y una sociedad justa y equitativa; partir del conocimiento de que lo que tenemos hoy no es sostenible, ni deseable para el futuro.
Lo más importante es plantear el siguiente paso en nuestro proceso de desarrollo con la conciencia de que ya no se puede volver a lo anterior; que el contexto es demandante y nos exige trabajar unidos para adaptarnos —hacerlo en medio de un ambiente interno en caos y conflicto será imposible—; y que, si no lo hacemos, seguiremos cayendo como nación a aquellas que se encuentran rezagadas y a las que claramente el mundo no espera.
Debemos definir si, pasada una década de nuestro bicentenario, estaremos a la altura de nuestros nuevos socios y aliados de OCDE, o más bien en camino a ser parte de esa América Latina que cada día cae un poco más hacia el oscuro abismo que definen el populismo, la corrupción, la ingobernabilidad y la desconfianza.
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