El deterioro planetario es evidente, la humanidad ha puesto en alto riesgo su propia permanencia en este hermoso planeta, otrora lleno de vida y abundancia. Estamos en el Antropoceno, una era geológica en la cual los principales cambios planetarios son causados por nosotros mismos.
La acelerada pérdida de la biodiversidad y el colapso de los ecosistemas son la razón de la emergencia del propio coronavirus; hemos logrado destruir más de dos terceras partes de la vida en el planeta durante mi generación. Mi hijo menor sólo tiene derecho a ver la mitad de la vida que vieron sus hermanos mayores. En más del 70% de la superficie terrestre los ecosistemas ya no logran brindar los servicios esenciales para mantener la humanidad.
La forma de producir nuestros alimentos es responsable del 80% de los cambios globales. La agricultura química no sólo destruye los suelos y los ecosistemas, también es responsable de muchas de las enfermedades que abundan hoy, inexistentes durante mi infancia.
Estamos llegando a los puntos críticos de calentamiento global con el acelerado derretimiento del hielo planetario, así como del permafrost que libera metano de manera exponencial, con una capacidad de calentamiento hasta 86 veces superior al CO2. Se ha disparado una bomba de tiempo que podría lograr que las generaciones actuales sean las últimas.
El descalabro de los sistemas sociales, económicos, culturales y políticos son una consecuencia esperada del sistema construido a lo largo de los últimos siglos y que ha logrado esta destrucción de la vida. Un sistema que ya no es apto para el propósito para el cual fue establecido. El coronavirus, causante de COVID-19, es un aviso que nos manda la naturaleza. No vino a disrumpir nuestro sistema económico, sólo vino a hacer evidente que el sistema que construimos no es resiliente ni útil para enfrentar los grandes retos que se nos avecinan. COVID-19 puede llegar a tener una vacuna o una cura, el colapso planetario no. Se nos han abierto muchas posibilidades de impulsar los cambios requeridos para tener un futuro planetario.
La polarización social, la pérdida de democracia, aún en los países que se alardeaban de ella y, una política enfocada en la ganancia de pocos con la afectación de muchos, son también una consecuencia esperada de un sistema económico que ya no tiene sentido para el bien común (si es que lo tuvo alguna vez).
Una razón importante es la pérdida del amalgama comunitario, la cultura, aquello que nos identifica, que nos enorgullece y que queremos que perdure. Para muchos, la cultura es irrelevante, lo vemos en los recortes presupuestarios a este rubro en nuestro país. La no valoración de la cultura es a su vez el resultado directo de una homogenización de los patrones de consumo acoplados a una inadecuación absoluta de un sistema educativo, diseñado para producir empleados para las líneas de producción de la industria del consumo.
El sistema educativo actual es probablemente el responsable directo de todos los problemas citados anteriormente. Desde sus orígenes fue concebido para uniformar a la sociedad. Se usaron métricas únicas que no valoran la mayor riqueza de los niños: la gran diversidad de personalidades y aptitudes que los hacen soñadores, innovadores, y creativos. La educación actual limita los potenciales de cada individuo y busca una “facilidad administrativa” del proceso educativo y del control social posterior.
Aun los que acceden a las “mejores universidades” sufren de un proceso de desconstrucción de las características que podrían ayudar a movernos a un mundo mejor. Los “MBA” más famosos siguen enseñando a competir en vez de colaborar, fomentan el individualismo y no el bien común. Los parámetros usados para la acreditación y los “ranking” de estas casas de estudio tienden a anclar con más fuerza a un pasado obsoleto. El atraso en la academia es alarmante y es promovido activamente por los ministerios de educación y las normativas educativas. Los planes de estudio, contenidos y enfoques son inapropiados para el futuro y atienden las necesidades de un mercado laboral que rápidamente deja de existir. Pero aún más grave es el estancamiento en las estrategias de aprendizaje enfocadas en pasar conocimiento. Una gran mayoría de las actividades “profesionales” que tendremos a finales de esta década aún no existen y el marco estructural y regulatorio se asegurará de que no sean las universidades (por lo menos no la mayoría) las que impulsen este cambio. La universidad como la conocemos hoy está condenada a la irrelevancia a no ser que se logre reinventar, con urgencia.
Para mí, la principal razón de no lograr soluciones reales a los problemas actuales y resultar sólo con parches cosméticos cortoplacistas, es el reduccionismo que nace con los griegos (Sócrates y Platón) que pregonaban la identificación de una pregunta, llamada hipótesis, y enfocarse en encontrar una única respuesta. La lógica de Aristóteles eliminó lo espiritual del sistema científico. Descartes también tiene una gran responsabilidad en el sistema lineal actual, afirmando que la mente humana estaba separada de la naturaleza, lo que permitió al ser humano creerse capaz de usar, abusar y hasta controlarla. Isaac Newton cimienta el reduccionismo con sus propuestas, al afirmar que los cuerpos se comportan uniformemente, siguiendo los principios de las leyes del movimiento, donde las interacciones están limitadas a las fuerzas ejercidas entre éstos.
Esto llevó a la construcción de silos aislados en las universidades, llamados facultades o departamentos. Las carreras científicas y académicas exigen un enfoque reduccionista; las revistas referenciadas fomentan aún más la especificidad. La institucionalidad gubernamental también sigue los mismos patrones. Tenemos un ministerio de agricultura que frecuentemente antagoniza las políticas del de ambiente; debería haber un ministerio único con el objetivo de armonizar la producción con la continuidad de la vida. Hace muchos años establecimos el concepto de desarrollo a través de la conservación y Costa Rica sería el mejor ejemplo si logramos superar la actual crisis que fomenta la minería, el petróleo y prácticas insostenibles como la pesca de arrastre.
Los problemas reales son complejos y requieren soluciones complejas, holísticas y transdisciplinarias. Los retos más importantes están vinculados con la capacidad de “desaprender” y lograr co-crear un futuro diferente. En el futuro la educación, desde el jardín de infancia hasta el doctorado, debería fomentar el desarrollo de competencias integrales y en especial las mal llamadas habilidades “blandas”, que a mi juicio son las más críticas. Seguir enseñando “conocimiento” en un mundo donde cada año se generan más datos e información que en todos los años anteriores de nuestra existencia, ya no es ni pertinente ni efectivo. La estructuración de la currícula en forma lineal, por disciplinas, debe ser sustituida por experiencias de aprendizaje reales que le permitan a cada estudiante entender y trabajar dentro de su propia realidad, personal y del entorno.
Debemos transformar la peor pesadilla de los jóvenes en la luz que los inspire a co-crear su futuro. Debemos transformar la desesperación e inacción a esperanza y construcción del futuro que queremos. Yo no me voy a quedar sentado aprendiendo a adaptarme a un planeta en colapso, aún estamos a tiempo de regenerar la vida y la abundancia. Costa Rica regenerativa es una iniciativa que integra los procesos de transformación, metodologías y una cooperación global con acciones concretas en el territorio, bajo un enfoque bioregional y facilitando los procesos de aprendizaje requeridos para crear conjuntamente el mundo regenerativo. Nos convertiremos en la hoja de ruta para que el resto de los países puedan entender los principios sobre los cuáles podemos incidir y lograr en bienestar de todas las formas de vida.
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