He perdido la cuenta del número de años que tengo realizando revisiones documentales que, cada noviembre, me permitan hacer una síntesis de las mujeres que vieron acabar sus vidas a causa de la más grave de las violencias de género: el femicidio.

Cada vez que el calendario llega a su penúltimo mes, vuelvo la mirada hacia atrás, respiro hondo y me sumerjo en un horror que me crispa la piel y me atraviesa entera, no solo en mi condición de mujer, sino también como madre, miedo que se suma al que siento por todas las mujeres queridas de mi vida, porque cada una de ellas podría acabar asesinada por el solo hecho de haber nacido así, mujer.

Por lo general, lo que las noticias nos permiten conocer, con detalle, de esas mujeres, gira en torno a sus muertes, sus últimas horas y la manera en la que fueron aniquiladas. Poco sabemos de sus vidas, sus proyectos, sus anhelos. Quizás un ejercicio de comunicación más sensible, lograría que los medios le dieran la vuelta a sus portadas y titulares, demostrando así, que son capaces de dejar de actuar como femicidas simbólicos y sociales, colocando el foco en otro sitio. De manera más ambiciosa, podríamos aspirar a que las noticias sobre los asesinatos de mujeres, nos hablen de ellas en vida, pero más allá de eso, puede que sea el momento de empezar a hablar de ellos, de los hombres que nos matan.

¿Quiénes, presuntamente, son los hombres que acabaron con la vida de las 11 mujeres cuyas muertes se contabilizan como femicidios este 2020?

Danaysha era una niñita de cuatro años a quien el miércoles 15 de enero, encontraron muerta en la casa en la que vivía en Alajuela. Su cuerpo tenía múltiples signos de agresión. Una de las personas detenidas como sospechosa de darle muerte, es su padrastro, un hombre que recién dejó de ser niño, tiene apenas 18 años. De él solo sabemos que se apellida Herrera Ayala, se desconoce a qué se dedicaba y desde cuando estaba con una mujer 16 años mayor.

Karolay tenía 26 años la noche de agosto de 2019 en la que dejó su casa para verse con el chico con quien salía, a quien, al parecer, había conocido cuando eran compañeros de trabajo. Ella nunca más volvió. Su familia la buscó sin descanso, hasta encontrar sus restos enterrados en las faldas del volcán Barva. Se sospecha que el hombre que, presuntamente, la mató tenía otra relación y una gran preocupación relacionada con la posibilidad de que su infidelidad quedara al descubierto. La prensa asegura que, con el fin de que eso no sucediera, contrató a otras personas, entre estas, a dos menores de edad. El principal sospechoso tiene 21 años, se apellida Cubillo Hidalgo y, al parecer cuenta con otras responsabilidades familiares que son producto de un vínculo de pareja. Las personas indiciadas por este delito tienen edades que oscilan entre los 21 y los 16 años.

Se cree que a Adriana la apuñaló su compañero sentimental, un hombre joven (23 años) de apellidos Sandino Jiménez. Las heridas que le ocasionó la mantuvieron hospitalizada durante poco más de dos semanas, pero eran de tal gravedad que acabaron con su vida. No se sabe con certeza si él y ella aún vivían juntos, lo que sí se conoce es que el día que la atacó, él se había embriagado, la policía se había presentado al lugar y después de que se retiraran, él regresó para matarla.

Se apellida Castro González el hombre de 30 años que es sospechoso de haber asfixiado a Karla Quirós, profesora de español, en su propia casa. Algunos medios han afirmado que, antes de ser su pareja, él había sido su estudiante. Lo cierto es que la mañana de un jueves de inicios de año, se presentó a la delegación a denunciar un asalto y el ataque hacia su compañera. Horas más tarde, resultó detenido como el principal sospechoso por la muerte de Karla.

Parece que algo similar a esto intentó hacer el esposo de María del Carmen Tacsan Ulate, el médico radiólogo de 42 años, de apellido Pérez quien, durante una semana, hizo creer a la familia que ella se había suicidado, hasta que la autopsia reveló múltiples heridas de cuchillo, así como un disparo. En realidad, a María del Carmen, la habían matado. La pareja tenía 10 años junta y solo seis meses de casados. La familia sabía que era controlador y manipulador, ahora él es el principal sospechoso de esta muerte.

Se presume que se apellida Gómez el sujeto de 49 años que atacó a machetazos a Marlene Picado. Ella, a pesar de estar herida, logró acercarse a la casa de un vecino, lugar en el que su presunto femicida la alcanzó para rematarla. Marlene tenía 41 años y el sospechoso era su pareja, de quien, algunas personas allegadas, señalaron que era muy celoso y que, debido a eso, las discusiones entre ambos eran frecuentes, al punto de que Marlene le había denunciado por violencia doméstica. La prensa no brinda mayores detalles de este hombre, más allá de decir que es de nacionalidad nicaragüense, y que se entregó después de cometer el crimen.

En relación con la muerte de María Luisa Cedeño, ocurrida en la habitación, de un reconocido hotel en playa Manuel Antonio, Quepos, la cual reservó para pasar un fin de semana de julio, se ha señalado la posibilidad de que haya, al menos, tres hombres implicados en uno de los femicidios que más revuelo ha provocado este año en el país. Los sospechosos se apellidan Herrera Martínez, nicaragüense de 32 años, quien, aparentemente realizaba labores de limpieza en el hotel, Miranda Izquierdo, 36 años, costarricense, de quien se señala que es informático de profesión, y Harry Boodan, dueño del lugar, holandés con más de 25 años de residir en Costa Rica. Las autoridades no han descartado que, en la manipulación de la escena del cruento crimen, hayan intervenido otras personas.

Fue un menor de apenas 10 años, hijo de Iris García, quien corrió y dio la voz de alerta entre sus vecinos. Su madre estaba siendo agredida por un hombre, quien, después de atacarla, huyó por un sembradío de yuca, lanzando el arma punzocortante a un charral. Durante la madrugada del día siguiente, Sandí Delgado de 52 años, a quien se reconoció como la pareja de la víctima desde hacía algún tiempo, se entregó a la Fuerza Pública como el presunto responsable de lo sucedido. De él solo se dice que es una persona bastante callada. Iris tenía 47 años y soñaba con emprender, abriendo un pequeño supermercado al lado de su casa. La sobreviven tres hijas y el niño que la vio morir.

En una de las habitaciones de su propia casa, fue encontrado el cuerpo de Flor María Soto, a su lado yacía el de Henry Méndez Venegas. Ella tenía 48 años y él 51, ambos con un disparo en la cabeza, lo cual, unido a una nota suicida hallada, hacen presumir, a las autoridades, que se trató de un femicidio-suicidio. Ellos habían sido pareja, pero la relación se había acabado desde hace un par de años, aunque se desconoce si, al momento de los hechos, estaban juntos de nuevo.

Doña Vilma Ledezma tenía 85 años y, aunque fue asesinada en diciembre pasado, no fue hasta enero que encontraron su cuerpo enterrado dentro de su propia casa. Los vecinos la recuerdan como una mujer amable y conversadora a quien extrañaron cuando dejaron de verla sentada, por las tardes, en el corredor de su casa. Se sospecha del esposo doña Vilma, un hombre nicaragüense, 35 años menor que ella, de apellido Mercado, a quien le vieron contratar, cerca de navidad, a unos peones para cavar un hueco en una de las habitaciones de la casa que después puso en venta.

Un sujeto de 29 años de apellido Romero, figura como el principal sospechoso de acabar con la vida de Melba Reyes (51 años) quien murió producto de, al menos, cinco heridas de cuchillo recibidas. Se presume que él era la pareja sentimental de esta mujer. No se tienen más detalles de ninguno de los dos.

En general, es muy poco lo que se conoce de los hombres que figuran como sospechosos de los asesinatos de las 11 mujeres que se tienen contabilizados, al 26 de octubre[1], como femicidos, ya sea por el artículo 21 de la Ley de Penalización de la Violencia contra las Mujeres o, de manera ampliada, por la Convención de Belém do Pará. Como es de esperar, no existe en ninguno de los casos, sentencias en firme debido a que la investigación de los hechos, está en curso. Si bien es cierto, a los indiciados, como a cualquier otra persona, les asiste el principio de inocencia, también lo es el hecho de que la mirada de los medios de comunicación suele estar colocada en las víctimas, como una especie de potente reflector que le permite a la sociedad, asomarse a su intimidad sin ningún tipo de pudor.

Es debido a lo anterior, que sabemos de las lesiones vaginales de quien fue violada antes de ser asfixiada, de la localización de las mordidas en el cuerpo de una de las víctimas, en una escena que evoca actos propios de la Edad Media. Conocemos del hijo que encontró a la madre muerta y fue quien llamó a la policía, así como del otro que corrió a buscar ayuda. Sabemos el nombre de la perrita que había viajado con su dueña al hotel donde la encontraron muerta, podemos imaginar a los vecinos que quisieron trasladar a la mujer herida y a los que, por echar en falta a su vecina, dieron la voz de alarma.

En casi todos los casos, sabemos a qué se dedicaban estas mujeres, si tenían hijos o no, si eran queridas y respetadas en sus empleos, si eran apreciadas por sus conocidos. Es a partir de toda esta información que circula (fotografías incluidas), que podemos hacernos una idea bastante precisa de las mujeres que nos faltan este año, pero, es también gracias a eso que asistimos a una especie de lapidación social, en la que se les re-mata. Es este reflector colocado sobre las víctimas, el que convoca a los juicios, la crítica y, en no pocas ocasiones, la culpabilización y la revictimización de quienes han muerto, en manos de otros (así, en masculino) de quienes casi no se sabe nada.

¿Quiénes son los hombres que nos matan? De ellos no se puede afirmar mucho, sin asumir el riesgo de una demanda, como corresponde en un Estado de Derecho. Y no es que quiera yo ignorar el principio de inocencia, lo que sí quisiera es que a las mujeres no volvieran a matarlas en los manejos que la prensa hace de la información, con tal de vender. Que los retorcidos detalles de la perversión humana, no sean ventilados innecesariamente, que los titulares dejen de ser tendenciosos y mal intencionados, que el uso adecuado del concepto femicidio, se haga costumbre y que no se escarbe innecesariamente en la vida privada de las víctimas con el fin de responsabilizarlas de su propia muerte. En síntesis, deseo que las mujeres dejemos de ser víctimas, de todas las maneras posibles.

Los hombres que nos matan parecen ser cada vez más jóvenes, aunque eso no exime a los adultos mayores de aparecer como implicados. Tampoco es cierto que sean solo los nicaragüenses los que son violentos; no se trata únicamente de sujetos de baja escolaridad o limitadas oportunidades socioeconómicas. En algunos casos, son prácticamente desconocidos, en otros, media más de una década de relación con sus víctimas. (Suspiro profundo), entonces, los hombres que nos matan son eso, hombres.

[1] Según datos del Observatorio de Violencia de Género del Poder Judicial, al 26 de octubre aún se investigan 41 muertes violentas de mujeres, a fin de que puedan ser clasificadas.

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