De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), “la violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual sobre las que apenas se informa debido a la impunidad de la cual disfrutan los perpetradores y el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren las víctimas”.

Asimismo, la ONU acuña muchos tipos de violencia siendo los más comunes la violencia por parte de un compañero sentimental (violencia física, maltrato psicológico, violación conyugal, femicidio); violencia sexual y acoso (violación, actos sexuales forzados, insinuaciones sexuales no deseadas, abuso sexual infantil, matrimonio forzado, acecho, acoso callejero, acoso cibernético); trata de personas (esclavitud, explotación sexual); mutilación genital y matrimonio infantil.

En Costa Rica se han logrado importantes avances con relación a este flagelo, específicamente en la elaboración de normativa para prevenir y sancionar la violencia contra la mujer y la niña. Sin embargo, el cambio cultural e institucional ha sido lento y no responde en su totalidad ni en palabras y mucho menos en hechos, a lo esperado en un país que se jacta de ser un referente internacional en la defensa de los derechos humanos.

Si bien es cierto, este fenómeno social lo padecen todos los países tanto desarrollados como en vías de desarrollo, no por eso, debemos lamernos las heridas y consentir, o peor aún, mirar para otro lado cuando se trata de una conducta reprochable en cualquier sociedad, sin distingo de condición económica de las personas.

En primera instancia, el país debe concretar una serie de acciones ejemplarizantes para que el cambio cultural sea efectivo y la violencia contra la mujer y la niña sea erradicada de los espacios, tanto públicos como privados. Es decir, antes de exigir que la sociedad asuma una posición más firme en pro de la tutela de los derechos de la mujer, los sectores políticos, religiosos, educativos, gremiales, empresariales, municipales, institucionales y comunales deben reconocerla como una persona de pleno derecho que es parte de todos los sectores y no un sector en sí mismo. Mientras eso siga sucediendo, las mujeres y las niñas seremos las otras, las del frente, un grupo aparte.

Además de la sectorización, sigue habiendo una invisibilización de la mujer en los espacios públicos y privados, en los puestos de elección y muy particularmente en los procesos previos y recursos asignados a las elecciones; o sea, en la participación real más allá de cuotas, lo cual evidencia un desconocimiento sistemático de su voz y su acción. Han sido los colectivos activistas, las organizaciones de derechos humanos y algunos sectores y personas de la sociedad, quienes han levantado la voz cuando se ningunea a la mujer o se le invita a un evento para efecto de cumplir con una cuota. Sin embargo, sigue estando en segundo plano, como una voz secundaria, como una persona que necesita acompañamiento masculino porque se asume socialmente que la mujer no tiene la capacidad de ser y sentirse persona de pleno derecho.

Es frecuente ver eventos en los que no se invita a mujeres a participar; irónicamente algunos tienen agendas relacionadas con la condición de ser mujer. Hace poco me llegó un ejemplo claro de un caso así e incluso, cuando integran a una mujer es para que desarrolle funciones típicamente estereotipadas como “propias de las mujeres”: servir el café, tomar el acta, presentar el evento, ser la anfitriona, etc. Las acciones no tienen nada de malo en sí, el estereotipo es incorrecto. Ni qué decir de las voces que se levantan para deslegitimar cualquier posición que sea asumida por una mujer referente a un tema educativo, académico, científico, económico, legal, entre muchos otros. Al unísono salen grupos radicales a atacar como si fuese necesario destruir cualquier posibilidad de pensar, opinar, aspirar y actuar. Y el peor y más solapado de todos: el que dice que ya resulta cansado escuchar sobre esto; el que lo niega y dice que eso ya no sucede; el que refiere a las instituciones rectoras del idioma (conformadas mayoritariamente por hombres) para incluso evitar el femenino de las palabras, cuando alguna de por sí, ya lo son. Sin mencionar, los momentos en que una mujer se declara como libre pensadora, algo considerado como radical y extremista por partida triple: se atreve a pensar, se atreve a hablar y encima, es mujer.

Como segundo aspecto, tenemos la apropiación de los derechos de la mujer y la niña, en el espacio social; es aquí donde ha sido más lenta y dolorosa su aceptación. Dolorosa porque es aquí, más allá de la norma y la letra, en dónde sufrimos la violencia psicológica, patrimonial, sexual, intelectual y física. Es aquí en dónde hay muertes, explotación, manipulación y sufrimiento. Son las voces que se ahogan en llanto, que callan por temor, que se repliegan por hambre, se inhiben por sus hijas e hijos, se dejan arrastrar por la tradición-patrón-modelo de sus padres y madres, en fin, sucumben como personas ante una sociedad que aún les da la espalda, pero que sí está presta a conmemorar un día al año, después de 364 días de silencio y complicidad. Es tan paradójico y repudiable como el asesino en serie que va al funeral de su víctima.

Costa Rica tiene un enorme reto por delante. Debe erradicar la violencia de todos los espacios públicos de manera urgente y real, pues sólo así, se ejemplariza para que el resto de la sociedad vislumbre la apropiación y el acompañamiento que existe en los derechos de la mujer. La sociedad tiene que sentir el respaldo institucional hacia los derechos de la mujer; todo manifiesto de manera decidida, oportuna y concreta desde una asociación comunal hasta los Poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo. Ni que decir, por ejemplo, en las instituciones educativas que son las llamadas a educar y formar en ciudadanía. Es precisamente en esos espacios en donde se debe asumir con firmeza el reconocimiento del derecho de la niña como una educanda en igualdad de condiciones. Es por eso, que el cambio cultural es tan lento y siguen existiendo sectores atrincherados, empecinados en reproducir los estereotipos odiosos y discriminatorios que denigran y dañan la posición de la mujer en la sociedad.

¡Ni una menos! Gritan algunas personas, pero se niegan a ceder el espacio a una más. Una más que quiere ser técnica automotriz, electricista, ingeniera, alcaldesa, jueza, académica, científica; que quiere asistir a un centro educativo, a un curso a profesionalizarse, o desea una oportunidad para reunirse con el grupo de mujeres de su comunidad, que quiere jugar al futbol, ser policía, conductora de equipo pesado y decidir sobre su futuro sin ser objeto de agresión por parte de quienes la educan, la adoctrinan o la retienen en su hogar con chantaje económico. Ni una menos asesinada, en la pobreza, en el desempleo, con la jefatura de hogar sin apoyo económico. Ni una menos con hambre ni con esperanza en su futuro. Ni una menos bajándose de un autobús y nunca llegando a su casa, a los brazos de una madre que la espera. Ni una menos, apareciendo en un basurero, desmembrada, violada y desfigurada por un asesino. Ni una menos sin poder irse de vacaciones sola, porque estará sola ante sus asesinos. Al final la ley le caerá encima al monstruo, pero la mujer seguirá muerta.

Sí, pareciera que al día de hoy y a pesar de los pesares, para algunos sectores de la sociedad la consigna es: ni una menos y ni una más. Por eso, para revertir esta situación requerimos un Estado que asuma esta problemática como una prioridad, que asigne recursos para capacitación en derechos humanos desde la escuela, que facilite la defensa de los derechos de las mujeres víctimas de violencia desde que son niñas y adolescentes hasta la adultez, que desarrolle acciones que tutelen y verdaderamente protejan a las mujeres adultas mayores, que invierta en una educación igualitaria así como en el fortalecimiento y apertura de oportunidades para todas sin distingo de condición social y, que tutele y acompañe legal y sobretodo, oportuna y efectivamente, a quienes viven bajo el mismo techo con una persona agresora. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a muchos sectores conservadores decir que el Estado no debe dirigir recursos a la promoción de los derechos de la mujer y la niña? ¿Cuántas veces no hemos escuchado rasgarse las vestiduras por el gasto que se hace para erradicar la violencia contra la mujer y la niña? Claro, el discurso más simplista es decir que ya somos iguales, cuando debemos día con día luchar contra un sistema que se empecina en dejar a muchas mujeres en el claustro bajo la sombra de su agresor.

Hay mucho que recordar en este día y por supuesto, no hay nada que celebrar. Las muertes de cientos de mujeres por violencia machista; el silencio de mujeres y niñas por violencia psicológica, física, sexual y patrimonial; las que ganan menos que los hombres en iguales condiciones laborales; las que no son ascendidas a pesar de su excelente desempeño laboral y sus capacidades profesionales; las mujeres y niñas que se condenan a la explotación y a la esclavitud sexual por grupos de crimen organizado; las que a las puertas del Bicentenario deben soportar el acoso laboral y sexual para mantenerse en un puesto laboral; las que han llegado a un cargo público por cubrir una cuota y luego son silenciadas por temor a que brillen con luz propia; las que deben participar en fórmulas políticas acompañadas de un hombre para ser validadas al cargo; las que lloran, sufren, viven y respiran violencia.

El 25 de noviembre es una fecha importante ¡claro! Pero su importancia debe trascender a los otros 364 días de lucha incansable en pro de la defensa de los derechos de la mujer y la niña. Requerimos muchas mujeres y hombres valerosos que hagan el cambio en cada hogar, en cada puesto de trabajo, en cada empresa, centro educativo o institución porque es un trabajo de todos los días. Requerimos también una institucionalidad fuerte, un cuerpo policial efectivo y ágil, una educación sólida y cada vez más asertiva en la materia, y una sociedad que en general quiera salir de verdad del oscurantismo de género y dar el paso firme en el avance de los derechos plenos y reales de la mujer y la niña.

Un día para recordar y 364 para aspirar a que haya más mujeres y niñas en pleno derecho, con voz propia, con criterio, con poder de elección, con seguridad y vida. Gracias a quienes se han atrevido a hacer la diferencia en la vida de una niña, de una mujer, de una adulta mayor. Más allá de la letra y la norma, hay que verdaderamente hacer todavía más, porque tal y cómo cantaba Violeta Parra: “(…) el canto de ustedes, que es el mismo canto y el canto de todos (y todas), que es mi propio canto”, es una tarea pendiente y urgente.

 

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