Hoy, 10 de octubre, se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. Este año nos toca vivirlo de una manera diferente, en medio de una emergencia nacional sanitaria, económica y política, quizás a estas alturas ya luego de haber enfrentado la pérdida de alguien cercano o conocido, y posiblemente acusando el desgaste de tantos meses con restricciones, menores estudiando en sus casas y cambios en la organización familiar y laboral.
Como bien se ha mencionado en distintos medios, en estas circunstancias el riesgo de sufrir depresión, ansiedad, abuso de sustancias, trastornos del sueño e incluso pensamientos suicidas ha aumentado de forma exponencial. A sabiendas de lo anterior, deseo llamar la atención sobre algo que, aunque al parecer irrelevante e inocuo, posiblemente ha tenido un impacto sustancial sobre nuestro bienestar emocional: los cambios de hábitos y rutinas.
Es bien reconocida la capacidad innata que tiene nuestro organismo para buscar su propia reparación y adaptación a los factores externos cambiantes, en procura de mantener un equilibrio fisiológico; esto es lo que en biología conocemos como homeostasis. También, cada día se reconoce más el valor de este concepto en la psiquiatría, en la psicología y en la promoción de la salud.
En condiciones usuales, un peligro tiende a ser pasajero. Así, el cuerpo genera cambios rápidos que teóricamente deberían de desaparecer una vez superada la emergencia. Cuando la amenaza se mantiene por más tiempo, el organismo tiene la capacidad de hacer modificaciones en sus hormonas y en sus respuestas inmunológicas, de modo tal que podamos mantener la respuesta ante la circunstancia anómala. Sin embargo, cuando la situación adversa se mantiene por un largo periodo, o si los distintos órganos no están adecuadamente acondicionados (por ejemplo, cuando hay enfermedades o las funciones fisiológicas se descuidan), esta capacidad adaptativa se puede perder, con diversas consecuencias tanto físicas como emocionales. De aquí surge el impacto que tienen los estilos de vida en el funcionamiento cerebral, y por lo tanto, en los estados anímicos de las personas.
A continuación, expongo un ejemplo de la dinámica usual y de los círculos viciosos que se han propiciado durante este periodo: al inicio de la pandemia, todo mundo apuntó a Netflix como su salvador; así, las personas se expusieron durante largas jornadas, muchas nocturnas, a la luz azul de los aparatos electrónicos, robándole, además, horas al sueño. Esto se tradujo en un golpe al reloj biológico de nuestro cuerpo, o ritmo circadiano, con diversas consecuencias: más cansancio, desconcentración y ansiedad al día siguiente. Con ese escenario, era fácil reducir la productividad y la búsqueda de soluciones ante la adversidad, con lo que las tareas tenderían a acumularse y propiciar aún más angustia, la que ultimadamente afectaría también la calidad del sueño. A eso añádale que estos desajustes comprometen la saciedad y la elección de los alimentos, por lo que típicamente las personas se verían tentadas a elegir productos con más azúcar refinada o componentes ultraprocesados.
Finalmente, al levantarse más tarde, muchos dejaron los hábitos del deporte. El aislamiento, la falta de contacto físico y, en algunos casos, el exceso de licor o drogas ilícitas, incluso para inducir y forzar el sueño, tenderían a cerrar esta espiral de malestar. Con toda la alteración anterior, vemos cómo la respuesta del cuerpo se vería limitada severamente para enfrentar la amenaza externa (léase, el coronavirus) e interna (desbalance fisiológico). Así, en el mejor de los casos, si no nos llegáramos a infectar, igual experimentaríamos un colapso en la capacidad de adaptación y posiblemente viviríamos el inicio de diversos síntomas tanto físicos y como emocionales.
Si usted se siente identificado con alguna de estas dinámicas (o con todas las anteriores) he aquí algunos consejos prácticos para promover una recuperación de su salud: limite los aparatos electrónicos dos horas antes de irse a dormir; acuéstese solamente cuando ya tenga sueño; reciba luz solar al menos 15 minutos todas las mañanas; practique algún deporte aunque sea de bajo impacto; valore los tiempos de comida siendo consciente de lo que ingiere y eliminando los distractores, como los aparatos electrónicos (puntos extra si es la conferencia de prensa al medio día); privilegie los alimentos de origen natural, como lo que adquiere en la feria del agricultor, por encima de la comida procesada, con preservantes, enlatados, empaquetados, con azúcar refinada o las gaseosas. Si a pesar de estas medidas usted no logra recuperarse, valore consultar con un profesional de salud mental, ya sea en psiquiatría o en psicología.
No podemos cambiar el curso de las circunstancias externas, pero sí estamos en la posición de elegir cómo queremos vivirlas, cuál es la capacidad de respuesta o la gasolina que le daremos a nuestro organismo, y cómo está siendo el compromiso que asumimos con nosotros mismos y con nuestras familias.
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