La población de Haití es resiliente. Sí, resiliente. Mucha gente esperaría y hasta preferiría escuchar lo contrario: que la población haitiana solamente sufre, que “nadie” se preocupa por Haití. Pues, en mi experiencia de 20 años trabajando en este maravilloso país, si hay algo que he aprendido es que la adversidad, el dolor y el sufrimiento extremo se puede enfrentar, que la experiencia de un pueblo puede llevar a resistir, a luchar, a vivir la vida intensamente y, por qué no, con una sonrisa en la boca. No digo que la población haitiana sea resignada, o desinteresada, ni nada parecido. Lo considero un pueblo que lucha, siempre, con imaginación, con arte, con mucho colorido, pero también con indignación y rabia.

Haití, el país que desafió la historia y se convirtió en la primera república negra del continente, y en la segunda en alcanzar su independencia, o para ser más exactos su liberación, desde entonces ha pasado por crisis humanitarias de dimensiones inimaginables. El terremoto de 2010 mató en segundos casi tantas personas como las que ha matado, hasta hoy, el SARS COV2 en todo el mundo. Con una historia de explotación sin limites, con una gran acumulación de la riqueza en poquísimas manos, una población sumida en la pobreza extrema y un ecosistema degradado a niveles prácticamente irreversibles (cobertura forestal de menos del 3%), la sociedad haitiana es una de las más expuestas a las amenazas naturales en todas sus manifestaciones: geológicas, climáticas, biológicas y antropogénicas.

Sin embargo, hasta ahora esta exposición casi total a las crisis no ha implicado un impacto de la COVID19 similar a otros países de la región, con condiciones extremas, aunque no comparables, de vulnerabilidad social, económica y ambiental. Hoy, Haití acumula 1865 casos confirmados y 41 muertes.

Las razones por las que Haití tenga hasta hoy tan baja prevalencia son ampliamente discutidas en el país. Como en cualquier lugar del planeta, faltan aún muchos meses de análisis, investigación y decodificación del enigmático virus, para poder tener criterios sólidos. Sin embargo, algunos en los que coinciden muchas personas son:

  • El testeo en el país es reducido, lo cual eleva la incertidumbre sobre la cantidad real de casos.
  • La cancelación del carnaval y el cierre del país (lockdown) por la prolongada crisis política generó una afluencia mucho menor de personas residentes en el extranjero, con lo cual, en un país de turismo tradicional sumamente reducido, la exposición al virus habría sido menor.
  • El cierre inmediato de fronteras al detectarse un segundo caso, combinado con los factores anteriores, habría limitado sensiblemente la circulación del virus.
  • Por otra parte, el aumento en el flujo migratorio, sobre todos de haitianos que huyen de la dramática situación que se vive en República Dominicana, podría estar generando el aumento que se observa en el ritmo de contagio.

Un trabajo intenso de las autoridades nacionales y locales, de la sociedad civil, el sector privado y la comunidad internacional, aún con altibajos políticos y sociales, busca reforzar esa resiliencia de la población haitiana. Ahora, se realiza un esfuerzo complementario, a partir de una mayor concienciación frente al reto de COVID19 y se lucha contra el tiempo y las condiciones preexistentes. Haití, un país con un gravísimo déficit de agua, con limitadas infraestructuras de saneamiento básico, alta marginalidad e informalidad y ciudades hacinadas, tendrá que sobrepasar las tensiones políticas, los vacíos históricos en políticas públicas, la desigualdad y tantos elementos que cotidianamente enfrentan a su población con el desafío de la sobrevivencia.

Richard Etienne, un colega médico con una gran experiencia en el manejo de crisis y desastres en el país, decía hace poco: “Muchas personas creen (o esperan) que el ambiente y el clima en Haití, específicamente el calor y la humedad, es la causa del lento avance del COVID-19 en nuestro país. Pongo para la reflexión los datos más recientes de prevalencia de la enfermedad en la República Dominicana, teniendo el mismo entorno climático-ambiental” (traducción mía). Si bien la comparación entre países no es aún científicamente robusta y falta mucho tiempo para que los datos así analizados arrojen conclusiones, definitivamente si llama la atención, no solo por la cercanía y la similitud, sino por compartir ambos países la misma isla y por tener entre ellos una frontera muy porosa.

Katleen Mompoint ha participado en prácticamente todos los procesos de planificación, puesta en marcha y evaluación de la gestión del riesgo de desastres en el país, y conoce en detalle, de piel a piel, las necesidades y expectativas de la población haitiana en esta materia. Ella nos indica: “Sobre la crisis sanitaria lo que puedo decir es que no olvidemos que todavía no nos hemos recuperado del terremoto del 12 de enero de 2010, del impacto del Huracán Mathew, que dejó miles de muertos, y de la más reciente crisis social y económica que mantuvo al país en un estado de sitio de tres meses. Sobre esto se suma esta crisis sanitaria que se ensaña sobre una situación tan grave como la descrita, con instituciones y estructuras que fueron prácticamente desmanteladas”.

Gerty Adam, representante del Ministerio de la Condición Femenina y de los Derechos de las Mujeres advierte sobre la vulnerabilidad diferenciada de las mujeres, mayoritariamente integradas al comercio informal y que frecuentemente son jefas de familia monoparentales, para quienes el confinamiento de ninguna manera podrá ser una opción viable. Los movimientos de promoción de derechos se están movilizando intensamente para asegurar una atención particular a esta situación.

De acuerdo con Jerry Chandler, jefe de la Dirección de Protección Civil en Haití, el desafío es aún muy complejo. Con la entrada de la temporada de huracanes a la vuelta de la esquina, Haití, un corredor de paso de los grandes ciclones, podría enfrentar una situación explosiva de retroalimentación entre inundaciones, enfermedades estacionales y COVID-19. Según Chandler, el país ya se encuentra en fase 2, de transmisión comunitaria y el gobierno está tomando medidas previsoras. Sin embargo, señala, en los próximos días se verá que tanto es posible prepararse para enfrentar un impacto combinado, considerando que la epidemia está avanzando a un paso más acelerado y lo que la historia muestra sobre los huracanes en el país.

En Haití hay una práctica frecuente, casi cultura institucional, de preparación de planes para la estación de huracanes; sin embargo, quedará por ver cómo se combinarán la fragilidad social existente y la capacidad de reacción histórica en su población, quizás esta última pueda hacer la diferencia. Con una red de más de cien comités de protección civil a lo largo del territorio, la comunidad haitiana ha enfrentado siempre, de una u otra forma, el impacto de los desastres.

Por mi trabajo me encuentro asesorando y produciendo directamente instrumentos de política pública, de planificación y de gestión del riesgo de desastres en general, incluyendo acciones frente a COVID-19 en unos veinte países de África, Centroamérica y el Caribe. Es evidente la angustia y la presión que se vive en los países y sus instituciones para hacer frente a una situación desconocida cuya información varía rápidamente con el tiempo. Casi nadie puede decir que tiene la experiencia suficiente para establecer las medidas más adecuadas y en muchos casos la rápida evolución de la pandemia y sus características particulares (por ejemplo, el desgaste del personal médico y la infraestructura de salud) ha hecho que en muchos casos se tenga que cambiar a la mitad del camino. Nunca, en más de 40 años de experiencia, he visto tanto ensayo de metodologías, tanta “prueba y error”, tanta presión para una claridad que no aparece fácilmente.

En este contexto, Haití, al igual que muchos países y regiones del continente africano, podría estar mostrando que la mejor forma de enfrentar esta crisis es aquella que se basa en las propias realidades del país, en la comprensión de sus contradicciones y vacíos, en la resiliencia que la población ha creado para hacerle frente a su historia, en la presencia o en la ausencia de políticas públicas, en la capacidad de unirse, aunque sea efímeramente, por el bien común.

Con una estación lluviosa que ya inició, y una temporada de huracanes que avisa muy fuerte, Costa Rica también enfrenta el desafío de Haití y muchos otros países en el Caribe: la necesidad de prepararse y actuar en contextos de emergencias más complejas, con sistemas de respuesta exhaustos, instrumentos financieros para enfrentar los desastres al límite y un sistema de coordinación instalado para el manejo de una crisis sanitaria, que podría entrar en una especie de competencia con las necesidades de manejo de potenciales desastres. Conociendo la solidez del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo y de la CNE, se puede confiar que estos temas ya hace tiempo que están en la agenda.

En Haití la competencia es contra el virus y contra el tiempo. Las condiciones de gobernabilidad del país están afectadas, pero es evidente el esfuerzo que hacen instituciones, agencias internacionales y la sociedad civil para asegurar una capacidad razonable de respuesta ante los escenarios mucho más complejos que se avecina. También los demás países siguen el sonido angustiante del reloj, para llegar a tiempo, para prever y preparar y, sobre todo, para establecer los puentes hacia una recuperación resiliente y sostenible.

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