Otro día más. Parece la oportunidad perfecta para comenzar con toda la energía, desayunar e ir de una vez al trabajo o centro de estudio. Bueno, cierto, faltaba el celular, chequear lo que está pasando en el momento, ya sea otro drama en Twitter, o la oleada de críticas por fotos recientes de cantantes con evidentes cambios físicos, claro en Instagram. Pero, un momento, el dilema no termina ahí…
Ahora, toca revisar el chat de WhatsApp o Messenger para estar al tanto de mensajes nuevos o videos recbidos. ¿Qué se podrá encontrar esta vez? Si, puede ser otro video de una persona expresando su punto de vista acerca de un tema en concreto, el cual se está viendo desvalorizado tras no ser parte del fenómeno del pensamiento colectivo, de lo que la mayoría cree y asegura correcto.
Pero, a pesar de todo, seguimos cantando con orgullo, o bueno cuando nos obligan, “Vivan siempre el trabajo y la paz”, una paz definida a partir de la lluvia de críticas u ofensas hacia la manera en que visto, pienso, me expreso, e incluso actúo, porque, para los que sí son parte del pensamiento global, no está bien, es inaceptable.
¿Se han preguntado alguna vez, y quiero que lo mediten, si son realmente felices? ¿Si lo que están haciendo ahorita los llena o ayuda a crecer como personas? ¿Si están viviendo su vida, o no se atreven por el miedo al qué dirán?
Es aquí donde entra en juego el concepto tan malinterpretado y tergiversado de la libertad de expresión.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), en su Declaración Universal de Derechos Humanos, Artículo 19, menciona que:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Claro, muchas personas podrían decir que sí, que tienen la potestad de decir o expresar sus pensamientos, a costa de lo que sea, mas se trata de otro error común. Existen limitaciones al ejercicio de la libertad de expresión, cuyo componente principal radica en el primer término, así como la diversidad de tipos que de la palabra derivan.
Si usted alguna vez creyó erroneamente en esa idea de decir lo que quiera sin tener algún tipo de consecuencia porque “es su derecho”, será mejor que medite un poco antes de hablar.
En primer lugar, se menciona a la responsabilidad ulterior, concepto que recuerda que, quien dé a conocer su punto de vista o criterio de manera pública, debe hacerse responsable de lo dicho. Por lo tanto, lo que se diga y manifieste, tiene también sus efectos en la sociedad.
En palabras sencillas, la libertad propia termina donde comienza la libertad de los demás, ámbito en donde los delitos contra el honor se vuelven protagónicos, pero ignorados o desconocidos por la mayoría de la sociedad costarricense. Entre las faltas más comunes, se mencionan:
- Injuria: Tan simple como buscar dañar la dignidad humana, de manera verbal, escrita. Aplica únicamente para personas físicas, es directa. El pan de cada día en redes sociales ha sido ese, criticar, insultar, dañar a quienes piensan diferente y, peor aún, porque, de cometerse en redes sociales u otro canal público constituye un agravante a la falta
- Difamación: A diferencia de la injuria, tiene como objetivo dañar la reputación y es no dirigida hacia la víctima, que puede no estar presente. Se puede dar verbalmente o por escrito, hacia personas físicas y jurídicas. Entonces, cada vez que publiquen en Facebook u otro medio, piénsenlo dos veces, o hasta más
- Calumnia: Atribución de un hecho delictivo a alguien y, de realizarse a través de un medio de difusión masiva, se denomina difamación calumniosa. A pesar de ser un poco menos probable de cometerse, es importante entender el concepto, ya que se suele dar una mala intepretación del delito, sin dejar de lado la responsabilidad de quienes ejercen en el medio de comunicación participante del acto
Luego de la breve explicación de delitos contra el honor, me atrevo a adivinar que se están preguntando si, en algún momento, han cometido alguna de las faltas mencionadas, tal vez por un simple “colerón” o por llevar la contraria.
No es fácil. Y en muchos casos, señalar a la otra persona parece ser más sencillo, que ver lo que realmente pasa. ¿A qué precio la libertad? ¿Cuánto vale ser quien verdaderamente se es? ¿Cuál es el miedo de ser diferente?
Hay muchas virtudes que carecen en la actualidad, muchos valores perdidos, y abundantes mentes vacías. En la mayoría de los casos, se olvida el signficado de ser tolerante.
La tolerancia abarca la aceptación y pleno respeto de quien piensa o se expresa en una posición diferente a la propia, a lo que se cree, a lo que se defiende. Y no, no está mal pensar así tampoco.
La tendencia de rechazo no es casualidad, es difícil ocultar que “los referentes de valor se han visto cuestionados, de manera que se han producido fracturas en los grupos humanos existentes: cismas religiosos, aparición de diversas ideologías políticas y estilos de vida, reivindicación por ciertas comunidades de sus particularidades «culturales»…”[1] (Escámez, 2008, p.230).
Es menester recordar que la tolerancia, popularmente, es vista desde dos áreas en su mayoría, en donde la visión negativa es la que, de mera casualidad, es más conocida. No es extraño que, al momento de escuchar la palabra “tolerancia”, automáticamente se piense en aguantar, sufrir o soportar conductas o mapas mentales diversos, extraños para algunos, pero, a su vez, interesantes para otros.
Veamos el lado bueno, y sí, quise comentarlo en segundo lugar, con la misma intención de culminar con buenas noticias, con el deseo de gritarle al mundo que está bien no ser igual que el montón. Precisamente, el lado positivo conlleva reconocer las diferencias y comprender a los demás, lo cual se traduce en reconocer el derecho a ser distinto.
Quiero que, luego de leer estas palabras que daban vueltas en mi cabeza casi que a diario, analicemos, pensemos, sintamos esa empatía por quien está a mi lado, por quien tal vez está acostumbrado al rechazo, a las críticas, a escuchar tantas ofensas… que terminan en dominar su mente.
Cada quien tiene su historia, sus miedos, sus fortalezas y sus debilidades. La solución parece obvia, pero, en caso de no haber sido lo suficientemente clara, lo voy a decir en palabras sencillas: Ser diferente no es un error.
Así como avanza la tecnología, debería incrementar el grado de humanidad. Ojalá que sea de corazón, y no por beneficios monetarios o patrocinios de plástico, otra tendencia que hay.
Si se cuestiona de nuevo que el error es usted, piénselo más de dos veces.
[1] Escámez, S. (2008). Tolerancia y respeto en las sociedades modernas. VERITAS. Volumen (3), 229-252
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